Soy una persona con mucha, muchísima paciencia. De alguna manera, mi trabajo requiere que posea tolerancia al idiota argentino que por ser productor de basofias se cree
Lawrence Bender.
En mi otro trabajo tengo una jefa. Es divina. Canchera, linda y simpática. Me paga bien y siempre a término. Me cuenta chismes de nuestro anterior trabajo compartido y siempe trae cosas ricas para la merienda. Pero como no es ninguna boluda, me contrató a mi para que soporte al peor de los especímenes de los medios:
el productor que se cree mil.
Dentro de todos los vicios productoriles que tiene mi querido productor se encuentran:
- Repitición incansable de palabras y expresiones: brainstorming, paisajismo, nuestro público, macintosh, digitalizar, deathline, slowmotion y, la preferida, keep it simple.
- Emoción en situaciones absurdas. Ejemplo: Al encontrar un plano que describe exactamente lo que dice el locutor (APB, diría mi amigo Marquitos), el productor salta de la alegría, grita con su voz chillona de hijo sobreprotegido y te obliga a “ralentarlo” al 20% logrando así el plano más aburrido del mundo. Tarkovsky se revuelca en su tumba.
- Delirios de Lawrence Bender. Se cree que es el mejor productor del universo, que nadie jamás hizo, hace o hará las maravillas que hace él. Ni siquiera nota que trabaja en una productora de medio pelo haciendo institucionales para una empresa que vende medicamentos que son promocionados en la trasnoche de Utilísima Satelital.
- Delirios de Francisco Ford. Siente que si le ponen una cámara sobre su hombro haría las mejores películas de la historia. El problema es que todavía no encontró algún sanguango que quiera invertir en sus dellirios fílmicos. Escucharlo en los brutos de cámara es como darse con un látigo en la espalda cien años seguidos. Sentimos piedad por el camarógrafo que tiene que soportar, en vivo y en directo, su doloroso: “Chupala, chupala, chupala, chupala” cuando quiere pedir un zoom.
- Lavado permanente de manos. Ya van dos que me echa la culpa a mi, humilde persona que se banca todos sus vicios y delirios estúpidos. Las dos veces tuvo que pedirme perdón casi de rodillas. Lo peor es que ve en mi su depositora de culpas ajenas: mientras tomamos mate en el render, me cuenta que el camarógrafo es un estúpido, que el ideólogo del proyecto no entiende nada de cine (lógicamente, pues de profesión es veterinario), que el asistente de producción es un pibito que recién empieza y no entiende una goma, que la de allá se tiñe de rubio todos los martes 13 y que éste que está mas acá es puto. No me imagino la cantidad de culpas que debo estar cargando a costas de él y su ignorancia.
- Se jacta de haber trabajado en Badía y Compañía, o en alguna novela de Migré. No pierde oportunidad para contar sus nimias anécdotas de los años ´80, cuando trabajaba con Andrea del Boca o era amigo de Alfonsín. Siempre cuenta el día que conoció a Maradona. Cada vez que lo hace la anécdota varía de manera sustancial.
- Siempre está de buen humor (es sabido que no se puede confiar ni querer a alguien que está siempre de buen humor).
Pero todas esas características son pavadas a la luz de la repetición de dos de las palabras mas feas del mundo: pietaje y enroque. El pietaje es un vocablo que se utiliza en la edición cinematográfica. Ya de por sí es una palabra fea, suena horrible y tiene un contacto instantáneo con el olor a pata. Lo peor es que la repite, mínimo, en dos de cada tres oraciones. La verbaliza, sustantiviza y adejtiviza. Le inventa familia de palabras y piensa que su talento cinematográfico crece kilómetros cada vez que la repite.
Y enroque... Así como pietaje, la palabra enroque suena mal y tiene nombre de deforme. Es mucho peor cuando la pronuncia él, que acentúa la letra "r" de manera sobrenatural, que con cada repetición uno siente que el mundo se apaga un poco más. Hacé un enroque, enrocala, enroqueátelas, enroquizalas. No para un minuto. No se detiene.
Hace algunas semanas yo estaba de mal humor, cansada y deprimida. Me estaba por venir y lo único que quería hacer era piyamear en casa. En cambio, tuve que soportar la palabra "enroque" no una, ni cien, sino mil veces en boca de mi querido productor. Pero en la mil uno, cuando sentía que le decía algo o lo asesinaba, abrí la boca: "D, por favor, callate la boca, o enroqueame ésta".
Por supuesto, D nunca entendió.
Tuve que matarlo.No, mentira, pero el final me parecía un poco down.