lunes, 21 de diciembre de 2009

Un desafortunado chiste

Por un lado, seamos sinceros: tuve suerte. Un sábado a la noche me enteré que tenía que mudarme, y el martes siguiente conseguí departamento. Repetimos: tuve suerte.

Por otro, sigamos siendo sinceros: la alegría me pone boluda. Y cuando me pongo boluda, digo estupideces que me llevan por un camino terrible. Enseguida tomo confianza, y creo que todos tienen el mismo sentido del humor que yo. Que, naturalmente, saben que no hablo en serio, que digo pavadas y hago chistes de mal gusto y desubicados el 90% del día. Creo que todos manejan el mismo nivel lingüístico que yo. Me olvido que, con cierta gente, no hay que hacer chistes. Que no hay que ser inoportuna, que hay que tener un mínimo de seriedad. Hoy, cuando mi locador (a quien apenas conozco) me mandó el contrato, tuve un pico de boludez. Un pico casi inverosimil del que va a ser difícil volver. Un pico que, seguramente, tendrá consecuencias drásticas: tener que ir a vivir debajo de un puente o, lo que es peor, tener que volver a la casa de mis padres.

From: locador@simerompéseldeptotemato.com
To: ramera@soyunadesubicada.com

Te mando el contrato, leelo y decime si está ok.

From: ramera@soyunadesubicada.com
To: locador@simerompéseldeptotemato.com

Está perfecto. Cuando me das las llaves firmamos, rompemos una botella contra la pared para bautizarlo, destrozamos todo para festejar y quemamos las cortinas para implorarle al dios del fuego que me otorgue felicidad en tu departamento. Después hago un fiestón: estás invitado.

Nunca me respondió. Espero que haya comprendido que se trató de uno de los peores y desubicados chistes que hice en toda mi vida.

martes, 15 de diciembre de 2009

Cobarde

Hace alrededor de una hora, me subí al colectivo. Era ideal: estaba prácticamente vacío, no hacía mucho calor, no había gente olorosa ni sustancias desagradables en el piso (contrario a lo que me sucedió ayer: me subí al 55 y había algunos cuantos litros de salsa criolla esparcida por todo el vehículo). Saludé al chofer, saqué mi boleto y elegí el mejor lugar: del lado de los individuales, la cuarta fila. Me senté y miré por la ventanilla (tengo una pequeña tara mental que no me permite hacer algo, leer por ejemplo, mientras viajo en colectivo).

Pasados cinco minutos, el colectivo frenó y la gente subió. Se subieron algunos viejos, a quienes yo miré y nada mas. Quiero decir: había muchos lugares libres. Mas de la mitad del colectivo estaba vacío, incluso estaban libres los asientos reservados para ellos. Libres. No había nadie sentado. Entonces, repito, los miré y volví a concentrarme en lo mio. "Una mal educada", escucho. Pero no me hago cargo, naturalmente, y sigo en lo mio. "Sí, a vos te estoy hablando. Sos una mal educada". Y seguí sin hacerme cargo. "Ey, vos, la de pollerita rosa, vos sos una mal educada, ¿no ves que hay gente mayor?". Yo sabía que la de la pollerita rosa era yo, asi que la miré, levanté las cejas y con mi mejor cara de póker le pregunté si me hablaba a mi. "¿Y a quién le voy a hablar? Vos viste que se subió gente mayor, y te quedaste ahí sentada".

Pausa. Estoy cansada de pelear. Estoy agotada de hacerme mala sangre con la gente horrible con la que tengo que compartir el mundo. Estoy podrida de la intolerancia, mia y de los demás, y por todo eso, hace algunas semanas decidí dejar de ser tan mala onda con el mundo, y sonreirle un poco mas a la vida ("sonreirle a la vida": ustedes deberían darme una patada en el orto). Play.

"Pero señora", le respondí con tono amable y pollerita rosa que me hace parecer una niña inocente, "hay muchos asientos donde puede sentarse la gente mayor". Y la vieja chota inmunda con olor a naftalina me respondió "pendeja de mierda". Yo la miré con cara de buena. "No soy una pendeja de mierda, señora. El colectivo, aún ahora, con toda la gente mayor sentada, sigue vacío". "Vos deberías haberte parado igual. ¿No te enseñó a comportarte tu madre? Eso pasa, no les ponen límites y hacen cualquier cosa". Y ahí perdí la paciencia. Porque una cosa es sonreirle a la vida y otra es ser una pelotuda. Asi que le dije: "Vieja, no me rompás las pelotas" y lo acompañé con el gesto correspondiente. Me levanté del asiento, toqué timbre, me bajé, y la miré mientras el colectivo se alejaba.

La verdad es que no había llegado a mi parada, de hecho me faltaba mas de la mitad de camino, pero si ustedes hubieran visto la cara que puso la señora conchuda, esa cara de "rajá pendeja o te cago a carterazos", hubieran salido corriendo como yo, que en el fondo, además de quejosa y peleadora, soy una cobarde de la putísima madre.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Gordito ruludo

Consecuencia del corte de suministro de Internet en la mansión Ramera, nos adentramos a uno de los lugares mas siniestros del barrio: el locutorio. Estoy sentada en una máquina que tiene el teclado pegajoso. A mi izquierda tengo un adolescente mirando videos de Cristina Aguilera y a mi derecha una escalera que supongo lleva a un escondite secreto, donde posiblemente se realicen apuestas ilegales, riñas de gallos, o a una dimensión paralela. Del segundo piso baja un señor con bermudas, medias y ojotas. Definitivamente esa escalera lleva a una dimensión desconocida, a un tiempo pasado en el que el buen gusto de la gente era de escaso, a nulo. El señor de medias y ojotas sube la escalera. Segundos mas tarde baja un gordito con rulos, remera de Korn y pantalón cargo. Se acerca a la caja y habla con el petiso que atiende, que minutos antes piropeó a una mujer diciendo: "Yo tengo la nariz tapada, pero tu perfume es tan fuerte que lo siento lo mismo". El gordito ruludo pasa por al lado mio. Tiene olor a chivo. Abre una puerta y desaparece. Hasta este momento yo no había reparado en la existencia de esa puerta. Me pregunto qué será. Dos o tres minutos después la puerta se abre. El gordito ruludo sale. Vuelve a la caja. Habla con el petiso. Pasa por al lado mio. Sube la escalera.

Treinta segundos mas tarde empezaré a sentir un olor penetrante y hediondo. Una baranda sofocantemente asquerosa. Un aroma pestilente, que ahoga, no deja respirar. Se meterá por mi nariz y llegará a la garganta. Parecerá que tragué el olor, que está dentro mio, que jamás de los jamases podré sacarme esta sensación de asco de encima. No necesitaré mucho para darme cuenta de dónde viene esa baranda. Esa puerta donde entró el gordito ruludo, es el baño. Saldré corriendo del lugar, revoleándole al petisito un billete de dos pesos, y diciéndole, indignada: "mas vale que tires desodorante porque se te va la clientela, eh". En el camino a mi casa, pensaré: "Qué gordito de mierda, ¿por qué no se irá a cagar a su casa?".