Iba en el colectivo llegando tarde a algún lugar. Pensaba en el frío que hacía y en lo mucho que quería que durara el viaje, porque me daba el solcito y estaba dormitando un poco. En fin, estaba tranquila.
Se suben, entonces, un señor y un muchacho. El muchacho tenía un buzo y arriba un piloto que le llegaba a los tobillos. Tendría unos veinticinco años. El señor vestía un jean y un saco de traje, bien estilo elegante sport. El muchacho le dice "Pá, dame mas monedas". El señor se aleja de la máquina y se sienta frente a mi. El muchacho se acerca y se queda parado junto a su padre, que le guiña un ojo desvergonzadamente, y cabecea en señal de algo. El muchacho se sienta junto a mi. Al parecer, ese era el significado del cabeceo loco. El señor me sonríe.
Y aquí lo raro. El señor empieza a guiñarle el ojo derecho a su hijo, de manera indiscriminada, y va alternando los guiños con unas levantaditas de cejas y una leve inclinación de la cabeza hacia donde estaba yo. Al parecer, trataba de comunicarle algo a su hijo, que repetía incesantemente "Por favor, papá". Cansado de la incompresión de su hijo, el señor me mira, y yo lo miro. Me regala una sonrisa cómplice que yo ignoro, y me dice: "No se anima a hablarte". Yo frunzo el ceño, en señal de desaprobación, pero el señor no se rinde. "Hablale, que es linda, no seas boludo". Yo revoleo los ojos buscando alguna cámara oculta, pero no hay nada. "Por favor, papá". Miro por la ventanilla, busco otro asiento con la mirada, quiero escapar pero hay demasiada gente. "Pero si ella te miró, cuando entraste te miró". Sonrisa cómplice hacia mi. "Le hago gancho porque a veces no se anima". Miro al muchacho. "¿No te dan ganas de tirarlo por la ventanilla?". Tímido, sonríe. "Dale, animate. Pero esperá a que me baje, que por ahora morbosita no soy".