viernes, 29 de enero de 2010

Comportémonos, por favor

Es increíble que, a casi cien años de la existencia del colectivo, todavía haya gente que no sepa comportarse en el medio de transporte. Es increíble que todavía haya animales que se paran delante de la máquina expendedora y es casi inverosímil que no entiendan que en estos días de calor infernal, las ventanillas tienen que permanecer abiertas. No está bien que, después de cien años de colectivos e infinitas líneas que recorren toda la ciudad y el conurbano, todavía haya gente que no entienda el "circulando". En el fondo hay lugar. Y ojo, porque también hay especímenes infrahumanos que cuando ven que no hay lugar, siguen empujando como si a presión todos pudiéramos hacernos mas finitos. Es increíble que en el vocabulario de la mayoría de los pasajeros la palabra "permiso" no exista. Es rarísimo que todavía haya gente que no se da cuenta que tiene olor a chivo e igual levanta el brazo, ahogando a todos los que estamos alrededor. Es terrible, que haya personas que no ceden el asiento a embarazadas y ancianos. Es horrible que haya pasajeros que no saluden al conductor y es absolutamente incomprensible que, después de cien años de subirnos a un colectivo, todavía haya gente que no entienda que para defecar, existe el baño.

lunes, 18 de enero de 2010

Dejá, saludame de lejos nomás

A tres horas de levantada, habiendo arrancado el lunes reciencito nomás, ya me cagaron la semana: dos personas transpiradas me saludaron con un beso en el cachete a mi, que estoy recién bañadita y toda perfumada. ¿El transpirado no se da cuenta? ¿No le da vergüenza? ¿En qué piensa cuando se acerca a dar el beso pegajoso? No es cordial, no es simpático, no es buena educación. Es, lisa y llanamente, una asquerosidad. En días como hoy, el contacto físico indiscriminado debería estar penado por ley. He dicho.

jueves, 14 de enero de 2010

El joven turista

Camino con este calor insoportable por las inmediaciones de Plaza Serrano. Lo único que pienso es "qué calor qué calor qué calor qué calor" mientras sueño despierta con zambullirme en una pileta llena de Rolito. Me prendo un cigarrillo.

Un grupo de jóvenes turistas camina a mi encuentro. Yo ODIO hablar con turistas. Me pongo nerviosa. No me interesa en lo absoluto. Cuando los tengo casi encima, uno de los jóvenes turistas me mira. Fijo me mira. Y me hace señas extrañas. Yo paro y lo miro y levanto la cabeza como diciendo "qué". Me señala el cigarrillo. Supongo, entonces, que quiere fuego. Le doy el cigarrillo, se lo lleva a la boca, inspira, y mientras larga pacíficamente el humo, se va. Con mi cigarrillo en su mano, se aleja. Camina. Como si nada. Salgo de mi tara mental y empiezo a perseguirlo. Le toco el hombro:

M: Hey, mi cigarrillo.
El Joven turista: Yeah yeah... Thanks!

Y se volvió a alejar. Y yo me quedé ahí, desconcertada, sin cigarrillo. Por suerte, cuando giré la cabeza, vi una linda musculosa, y me olvidé del asunto.

Me volví a indignar cuando leí el demencial precio del trapito color fucsia.

viernes, 8 de enero de 2010

Me debo a mi público

Ayer cuando llegué del trabajo abrí las tres ventanas inmensas que tiene mi nuevo hogar, para ventilar un poco, y entré a bañarme. Cuando salí del baño me tropecé con una caja, y supe que era hora de desembalar algunas cosas y poner un poco de orden en la nueva morada.

La tarea de desembalaje es soporífera, y mas para mi, que soy ansiosa hasta el hartazgo: en vez de ir de a una caja, abro tres o cuatro, desparramo todo y cuando tengo todo desperdigado quiero largarme a llorar porque ya estoy aburrida, cansada y abrumada. Para combatir las crisis de desembalaje encontré el remedio perfecto: darle play a la lista de música de la vergüenza (que incluye hitazos de Rita Pavone, Rafaela Carrá, Sergio Denis y Xuxa, entre otros innombrables) y ordenar al son de la música, imaginando públicos inexistentes que piden "¡Otra! ¡Otra!" y baten palmas sin cesar. Entonces le di play a la lista, y empecé a ordenar con una energía inimaginable, y una cantidad de ropa mínima: musculosa y bombacha.

En eso estaba, meta poner y sacar porquerías de las cajas, cuando empezó a sonar un tema que me desconcentró de la tarea. Me puse unos lentes negros, agarré el cepillo de pelo, y comencé el show. Cuatro minutos a puro salto, patita levantada y caras sexys. Cuatro minutos de alentar a mi audiencia imaginaria para que cantara conmigo. Cuatro minutos en los que me sentí, de hecho, la reina de los bajitos. Levanté los brazos. Puse la mano en el oído haciendo como que escuchaba cantar a mi público. Hice palmas. Di vueltitas. Hice un trencito imaginario. Corrí de una punta del departamento a la otra. Armé pasitos para que mis espectadores me imitaran. Meneé la cola. Hasta que terminó el tema. Di una última vuelta, e hice la reverencia correspondiente para agradecer a mis fans por tanta alegría compartida.

Y en el mismo segundo en que me incorporaba tratando de recuperar el aire, escucho: "¡Bailate otro!", y mientras me doy vuelta, pienso en voz alta "que eso no haya sido para mi que eso no haya sido para mi que eso no haya sido para mi". Pero sí, era. Porque me había olvidado un pequeño detalle: mis tres ventanas dan a la calle. Y en la terraza del ph de enfrente, los tres señores que habían disfrutado de mi show, alzaban sus pulgares y sonreían, asi que no me quedó otra que levantar la mano, y bajar la cabeza en señal de agradecimiento. Al fin y al cabo, yo me debo a mi público.

Y lo que bailé, fue esto. No podía ser de otra manera.

martes, 5 de enero de 2010

Meterete

No sé bien cómo empezar a contar lo que hice una semana atrás. De solo pensarlo me pongo colorada. Me da vergüenza. No me reconozco en la situación. No puedo creer haber llegado tan lejos. Tuve que esperar una semana para procesarlo. No pude hablar antes. Quise olvidarme. Pero ahora, martes cinco de enero, siendo las cuatro de la mañana, me desperté pensando en el asunto, y me dije: "Lo escupo en el blog, espero palabras de aliento, me preparo para las burlas. Lo supero". Aquí estoy.

Cuando era chica mamá me decía, siempre: "No te metas en asuntos ajenos". Y yo siempre le hice caso. Nunca me involucré. Jamás emití una opinión si no se me pedía una. Tampoco hice preguntas que pudieran resultar incómodas. O, al menos, eso intenté. Porque ya expliqué en el post anterior que cuando estoy contenta me boludizo. Y la boludez me lleva a convertirme en un ser espantoso. La boludez me empuja a un precipicio. Y yo me dejo caer. No intento siquiera aletear los brazos para suavizar la caída, para planear y caer de pie. No. Yo me dejo caer y termino destrozada, con fracturas múltiples.

Iba caminando por la vereda de mi casa. Estaba contenta porque tenía una cita. Venía de la fiambrería. Estaba disfrutando mis últimos días en Belgrano City. Delante mio caminaba un muchacho treintañero. Llevaba puesta una remera blanca. En la manga izquierda, a la altura del hombro, un bicho. Negro y asqueroso. Grandote. Feo. Feísimo. Horrible. Repugnante. Me puse nerviosa. No sabía qué hacer: por un lado retumbaban en mi cabeza las palabras de mi santa madre, pero por el otro no podía dejar de pensar que si estuviera en la situación de portadora de bicho agradecería infinitamente que alguien me avisara. Entonces me revelé. Me olvidé, una vez mas, de las palabras de mi madre, e hice lo que me dictó el corazón. Me acerqué dando algunos pasitos rápidos y cortitos al muchacho, y sin pensarlo mas de un segundo, alcé mi mano derecha, y le di una palmada a su hombro. Una palmada seca. Pero el bicho no se movió. Porque no era un bicho: era la etiqueta de la remera. O sea: le di un "tate quieto" a un desconocido, sin ningún motivo válido. El muchacho se dio vuelta rápido, consternado, posiblemente muerto del susto. Y se encontró conmigo: una boludona con la bolsa de la fiambrería en una mano, y un ataque de risa feroz, que intentaba explicarle en vano el por qué del tate quieto. Hilé algunas palabras, formé alguna que otra oración, le di un poco de coherencia al discurso, hasta que el muchacho se empezó a reir conmigo. Le pedí perdón, le dije "fue sin querer perdón perdón perdón" y me fui, al super, pensando que sí, si me pasa de nuevo, se cae de maduro que voy a hacer lo mismo. Porque a Ramera boluda, no se le escapa una.