viernes, 30 de mayo de 2008

Infantiloide

Estoy cansada de la gente mayor con mochilas infantiles. Yo entiendo que ahora la variedad es mayor (cuando yo era chica apenas había algunas con motivos de Sarah Kay), que los superhéroes están de moda, que todos quieren ser Spider Man (o, mejor dicho, que Kirsten Dunst les haga mimitos).

Pero dejémonos de joder, si quieren ser Spider Man, o Superman o Chotaman disfrácense de gente común y en la intimidad, pero sólo en la intimidad, sean superhéroes (y ahí, si lo siguen deseando, usen esas mochilas horribles, que tanta vergüenza darían a Clark Kent).

¿O acaso nunca escucharon el concepto de "alter ego"? No ventilemos intimidades. Si sos superhéroe, no me lo cuentes con tu mochila. Salvame de Lex Luthor, o de Cloverfield. Pero la mochila, por favor, dásela a tu hijo, o sobrino, o usala en tu casa. No me tortures más.

Gracias.

Es en vano

Qué feo queda cuando la persona tímida insiste en pelearse con un colectivero gigante y extrovertido.

Hoy a la mañana estoy por subirme al colectivo, dormida, enfriada y mal vestida. Ojerosa y de mal humor. El señor que está delante mio, en vez de dejarme pasar primero como buen caballero, se adelanta como loco, no vaya a ser cosa que el bondi se le fuera. Ahí nomás lo detecto: Tímido. Sólo un tímido se apura de esa manera cuando hay diez personas atrás de él. No hay manera que el colectivo se le vaya, pero Tímido tiene miedo igual. Miedo porque si el colectivo arranca, él no tiene manera de defenderse. Precisamente, porque es Tímido.

Mientras subo veo que el Tímido está ahí, como congelado, a la derecha del conductor, medio atravesado en el camino. Está colorado (tímido), encorvado (tímido), y tiembla como Michael Fox (tímido, o enfermito, pobre). El colectivero lo mira furioso, porque su atrvesadura le retrasa el arranque. En eso, veo que Tímido se pone erguido y saca pecho:

Tímido
¿Qué pasó que tardó tanto?

Colectivero lo mira, atónito, y no le responde.

Tímido
Le hice una pregunta.

Colectivero
No te entiendo.

Tímido se acerca al oído del colectivero y repite.

Tímido
Que por qué tardan tanto en venir.

Colectivero (sin mirarlo)
Porque hay pelotudos como vos
que nos retrasan todo el tiempo.

Acto seguido, mientras soba con la lengua un hueco donde seguramente había habido una muela alguna vez, se da vuelta, vuelve a mirar al tímido, desafiante.

Colectivero
Correte tarado.

Tímido rojo de la verguenza. Cabizbajo arranca a meter las dieciocho monedas de cinco centavos. A la segunda ya se le traban. Se desespera.

Colectivero
¿Tan tragaleche sos que ni siquiera
podés sacar el boleto más rápido?

Tímido más rojo. A punto de explotar. Los ojos colorados, las lágrimas a punto de salir. El colectivero amaga a arrancar, solo para hinchar las bolas. Los de abajo gritan para que no se vaya. Yo meto púa y les digo que el señor está sacando el boleto y no deja pasar. Los de abajo le empiezan a gritar a Tímido algunas cosas acerca de su madre prostituta, o de no sé qué cosa de la hermana. Yo me río por dentro (ver a un tímido tratando de pelearse es una de las imágenes más graciosas del mundo). El colectivero sigue sobándose la muela ausente. Tímido está a punto de llorar y pedir que venga su mamá.

Tímido termina de sacar el boleto, se le cae, lo levanta, tiembla, está nervioso, colorado y acalorado. Se sienta en un asiento del fondo. Se queda dormido. Babea. Seguramente sueña con ésta, que fue otra batalla perdida.

Por eso digo, tímidos del mundo, ahórremonos el disgusto, no peleemos, porque siempre, siempre, vamos a quedar como el orto.

Estimado Japonés

Vea, yo no quisiera que usted se ofendiera conmigo, ni que metiera por mi trasero una camarita en reprimenda por entrometerme en su vida. De anticipado le pido disculpas, pero vea usted, realmente me urge escribirle estas palabras.

Esta mañana mientras hacía que trabajaba, me topé con su historia. Y déjeme decirle: qué injusto ha sido usted. Injusto y tonto. Más tonto que injusto.

Pues ¿cómo no se había dado cuenta que una vieja habitaba en su placard? ¿Usted no abría ese placard para sacar alguna camiseta, un slip, una bombacha? ¿Usted usaba siempre la misma ropa? Qué antihigiénico, por favor.

Pongámosle que usted no utilizaba ese placard, ¿para qué lo tenía ahí? ¿No se le había ocurrido venderlo? ¿Hacerse un dinero para comprar mas sushi? ¿O más bombachas? A usted solo se le ocurre poseer semejante mueble y tenerlo ahí tirado, al pedo.

Ahora bien, supongamos que era un preciado bien de su familia, un recuerdo de su abuela fallecida, que no lo vendía (o tiraba a la basura, en su defecto) porque el valor era sentimental… ¿por qué no lo colmaba de objetos preciosos? De libros, películas, bombachas de colección. Explíqueme, querido japonés, porque yo no le entiendo nada.

Usted se lo merecía. Por tonto. Y sordo. ¿Tan fuerte ponía su música que nunca escuchó, no sé, una flatulencia de la señora en cuestión? Y hablando de la señora, cuánta valentía, cuánto talento, cuántas de esas necesitamos para cambiar el mundo. Calladitas, humildes, sutiles… usted fue injusto, acéptelo de una buena vez.

Si tenía ese placard al pedo, ¿qué le jodía que una viejita desamparada, buena, silenciosa y limpita se lo habitara? ¿En qué le molestaba? “Se comía mis salamines”, tal vez me responderá usted. ¿Pero es que no le enseñaron caridad en la escuela? ¿Es usted un cerdo capitalista? ¿Un imbécil sin alma?

Vea señor japonés, yo no quisiera meterme en su vida porque ya veo que a los que hacen semejante cosa usted los deja sin hogar, desamparados, sin comida ni techo. Ni baño. Ni bombachas. Per usted es un tonto, y todos nos damos cuenta. A usted se le ha hecho realidad el sueño de todo hombre y lo ha rechazado. Porque usted es un tonto.

¿A quién se le ocurre sino, echar a la calle a una mujer que vivía con usted, no hacía ruido, no le reprochaba la hora de llegada ni la de salida?

Vea señor japonés, usted ha perdido la oportunidad de vivir una vida feliz junto a una mujer que solo necesitaba un colchón (que a usted le sobraba) y un placard (que usted no usaba). Se ha quedado con montones de camaritas espías, que solo le servirán para chusmetear a la señorita de enfrente, la que tiene esas bellas piernas, ese bello escote, esa misma señorita que terminará denunciándole por acosador. Y usted, marche preso.

¿Y sabe una cosa más? Si usted un día se atragantaba con la aceituna de una grande de muzzarella, la vieja podría haberlo salvado. Pero usted ha elegido el camino del egoísmo. Y así, querido japonés, así no se puede vivir. Le deseo una vida de soledad, sin viejas en el placard.

Saludos cordiales.

Inspirado en hechos reales.