viernes, 27 de febrero de 2009

Una voz en el teléfono

Primero, pongámonos en situación.

Es jueves. Son las doce y media de la noche (aquí el que quiera puede decir que ya era viernes, me da igual). Visto un pijama espantoso (digno de la vida de soltera), y estoy acostada en la cama leyendo un libro (Villa Celina, de Juan Diego Incardona, altamente recomendable). Escucho Aspen (soy fanática de Aspen, lo confieso mientras de autoflagelo). El señor que vive conmigo está de viaje (y no me ha llamado en cinco días, pero esa es otra historia).

Suena el teléfono.

Pausa. A la tarde había venido una amiga a casa. Tenía una cita por la noche, así que estaba segura que la del teléfono era ella y que algo había salido mal (era temprano para terminar una cita tan esperada).

M (Una Ramera)
¿Hola?

Una voz en el teléfono (susurrando)
Hooollaaaaa.

M (Una Ramera)
¿Quién habla?

Una voz en el teléfono (susurrando)
¿Cómo? ¿No sabés quién habla?
Yo te conozco, y quiero una novia linda
como vos...

M (Una Ramera) (emulando a Mamá Cora)
¿Quién es?

Una voz en el teléfono (susurrando)
Alguien que quiere ser tu novio.
¿Querés ser mi novia linda?
¿Todavía no adivinaste quién soy?

Yo, entre la tara que me había agarrado (que no me permitía ni putear ni cortar), y la cucaracha que veía a lo lejos caminar, temblaba como una hoja en otoño y transpiraba como un jugador de fútbol.

Una voz en el teléfono (susurrando)
Hagamos así.
Pensá unos días qiuén soy
y te vuelvo a llamar.

Corté y me puse a llorar, obvio. Al ratito me recompuse del llanto, aunque seguía transpirada y temblando como nunca. Revisé que estuviera todo cerrado, me acosté en la cama y me tapé. Tenía un miedo tremendo, así que prendí la tele para despejarme un rato. ¡Aleluya! La solución a mis problemas estaba ahí: Narda Lepes cocinando con Kevin Johansen. Ver a dos fetiches juntos, dándose de comer el uno al otro, no sólo me hizo dejar de temblar, sino que además me proporcionó unos hermosos sueños.

Y a vos, llamador nocturno, te digo: ¡Zoquete! ¡Andá a telefonear a otra!

pd: agradezco a mi amiga Gi, que me llamó por teléfono y me dijo "no es nada, no es nada" hasta que dejé de llorar.

martes, 24 de febrero de 2009

Despedida

Son las 21:20 del día martes 24 de febrero de 2009. Aclaro esto porque si mañana (o pasado) no tienen noticias mias, quiero que sepan cuándo fue la última vez que estuve viva. Si no encuentran mi cuerpo, les doy algunas pistas: busquen debajo de todos los cacharros, vajillas y paquetes de comida que están desperdigados por la cocina. Si no estoy ahí, fíjense si no quedé atorada o enrollada en la cortina de la habitación.

Llegué a casa aproximadamente a las seis de la tarde. Me tocó trabajar en dos lugares, así que llegué cansada y con ganas de tirarme en la cama a ver la televisión. Era menester que el programa fue uno de “no pensar” (podía ser Rial o Los Simpsons, lo mismo daba). Apenas me recosté en la cama me sentí culpable. Desde la semana pasada tengo hecha una lista de “pendientes hogareños” y todavía no había tildado ningún item. Repasé la lista y decidí cuál sería mi primer objetivo: la cortina de rollo de la habitación se había roto hace mas de un mes y todavía no la habíamos arreglado. Así que la miré con el peor odio, y le dije: “Vos, pedazo de conchuda, a mi no me vas a ganar”.

La tarea fue complicada por demás: a la vez que acomodaba un lugar se rompía en otro, y mientras hacía fuerza en un lado se trababa del contrario. Utilicé toda la fuerza que tenía para acomodarla, que quedara pareja y, finalmente, logré enganchar el rollo entero. Cuando me diponía a dar los últimos toques antes de volver a poner la tapa, se volvió a romper, pero esta vez completamente. La habitación quedó sumida en la oscuridad total. Habían pasado dos horas desde que decidí arreglarla hasta que le di el parte de defunción definitivo. Se me llenaron los ojos de lágrimas (no sólo era la frustración, sino que además me había lastimado ambos brazos en la peripecia). Medio sollozando llamé al reparador que me informó la huevonada de dinero que me va a salir arreglarla. Abandoné la habitación oscura y me senté frente a la computadora a tratar de olvidar el altercado.

Pero las Rameras no nos rendimos fácilmente. O, mejor dicho, las Rameras somos idiotas. Mientras miraba cómo el fuego celestito iba calentando la pava donde reposaba el agua que luego ingeriría en el mate, me dije: “Pucha, un tropezón no es caída. ¿Por qué no te ponés a limpiar y reorganizar las alacenas de la cocina?”

Y es bien sabido que ordenar en profundidad tiene estas características:

• El vaciado de placares, armarios o alacenas lleva cinco o diez minutos tope.
• Esos cinco o diez minutos están plagados de excitación, energía, alegría y frenesí.
• Toda esa excitación, energía, alegría y frenesí que uno invirtió en el vaciado, eran necesarios para el resto de la actividad, pero se agotan ahí nomás, antes que uno pueda pueda empezar a pensar de qué manera reorganizará el lugar.

Todas esas características se cumplieron a la perfección, por lo que ahora, a cinco minutos de haber vaciado las alacenas, me encuentro vacía de energía, con el espacio que más habito del hogar dado vuelta, una habitación oscura y tenebrosa, y la extraña sensación de que si no muero perdida entre tanto cachivache desperdigado o atorada entre las tablas de la persiana, es seguro que muero de la depresión.

Como sea, sobreviva o no, les agradezco haber llegado hasta aquí.

Terror

Las últimas semanas estuve viendo mucha uña esculpida, bastantes sacos blancos (símil Sergio Denis) y demasiados pelados con colita.

¿Están volviendo los ´90?

lunes, 23 de febrero de 2009

Fea persona

Le tengo muy poco respeto a la globología.

El Hacker III

A dice: ¿Cómo es eso que me decías ayer de Camioncito?
M dice: ¿Qué cosa?
A dice: ¿Ya te olvidaste bolas? Que te pasaban cosas.
M dice: Bueno, eso.
A dice: Pero explicame bien. Porque ¿qué harías con el señor que vive con vos si seguís sintiendo cosas por Camioncito? ¿Le vas a decir?
M dice: No, no sé...
A dice: Pero dale boluda, hacete cargo. Si te pasan cosas con Camioncito lo mejor es que pelees por su amor.
M dice: Es que es complicado.
A dice: ¿Pero estás o no enamorada de Camioncito?
M dice: Puede ser.
A dice: ¿Y entonces? ¿Qué vas a hacer con el señor que vive con vos?
M dice: No sé. Tengo que pensar.
A dice: ¿Y con la nena? ¿Qué vas a hacer? ¿Con quién de los dos viviría? ¿Vos pensás que se puede adaptar así nomás a ser hermanita del hijo de Camioncito?
M dice: ¿Qué nena?
A dice: ¿Pero sos idiota? ¿Cómo que qué nena? Tu HIJA.

M se ha desconectado.

(cinco minutos mas tarde) M ha iniciado sesión.

A dice: ¿Y? ¿Te vas a hacer cargo o no?
M dice: ¿De qué?
A dice: De que no sos M, pelotudo. ¿Qué te creés? ¿Qué no me di cuenta que no sos M? Camioncito, tenés que crecer algún día.
M dice: ¿Entonces M no tiene ninguna hija? ¿Ni está enamorada de mi?
A dice: No, tarado.

A se ha desconectado.

Mientras cerraba la cuenta de mi amiga A, ella cebaba mates y trataba de no atragantarse cada vez que Camioncito caía como un chorlito. Yo, en cambio, me preguntaba qué se le podría haber pasado por la cabeza a este pibe, por qué tendría ganas de joderme la vida y, lo más importante, en qué momento de mi estúpida adolescencia decidí darle la contraseña de mi mail a mi novio, para nunca mas cambiarla.

viernes, 20 de febrero de 2009

El Hacker II

Lo primero que hice fue llamar a mi amiga A para que me contara, con lujo de detalles, qué había hablado con mi falso yo. A estaba acongojada. Pero no por no haberse dado cuenta que no hablaba conmigo, sino porque ella estaba concentrada en un detalle mas importante: la falsa ramera le había pedido cámara, y la muy mamotreta había aceptado. Esto es: había estado media hora hablando con una falsa ramera, y además había hecho morisquetas, había mostrado unas pinturas que está haciendo y había enseñando algunos pasos de moda.

Mentalmente yo coleccionaba los datos que A me lanzaba: le había pedido cámara, le había dicho Marta, había nombrado la palabra "papota", la había mandado a ver un video de unas viejas que bailaban el hula hula y había nombrado cosas muy localistas como La Diva y Pinar de Rocha.

Cuando corté el teléfono, anoté todos estos datos en una hojita y me quedé como un científico loco, dando vueltas por la isla de edición tratando de develar quién en el mundo puede andar con tanto tiempo al pedo. ¡Eureka! Tardé diez minutos en descubrir quién había entrado a mi cuenta, pero me da vergüenza haber tardado tanto. Sólo una persona en el mundo puede, en una misma conversación, utilizar las palabras: Marta y papota.

No tenía ninguna duda, aunque ahora tenía que planear qué iba a hacerle a cambio. El chistecito de entrar en mi cuenta no le iba a resultar gratis. Y sabía dónde podía dolerle mas, así que fui derechito a ese lugar.

Marqué un número de teléfono y le dije a mi amiga A: "Fue Camioncito. ¿Me ayudás a hacerle algo?".

¡Feliz cumpleaños!

Pese a mis reservas en el ambiente político, no puedo dejar de contarles (por si no se enteraron), que ayer fue el cumpleaños de nuestra señora presidente.

Tal vez para ustedes haya sido un día mas en la vida, como también lo fue para mi. Pero tienen que entender, y aquí pido especial atención, que para el señor que vive conmigo ayer fue un día sumamente importante.

Porque ayer, justamente, tuvo una reunión en la Quinta de Olivos, y al finalizar la reunión fue con su amigo a desearle feliz cumpleaños a la presidente, le dio un besito y le regaló lo que seguramente para Cristina sea el obsequio del año (o, tal vez, de su vida): su película.

Y sí, se cae de maduro, aunque en la foto no se vea, mi querido estaba en ojotas.

Pausa

A mitad de camino entre mi casa y el trabajo, el colectivero frenó la unidad a mitad de cuadra (donde no había ninguna parada), se bajó tranquilamente mientras se arreglaba las mechas laragas que llevaba con orgullo sobrenatural, se puso unos lentes negros y entró a un local de quiniela.

Demoró diez minutos antes de volver a subirse a la unidad y seguir el recorrido.

Nadie dijo nada.

jueves, 19 de febrero de 2009

El Hacker I

Sábado, 17 hs. Me conecto al MSN. Salta el muñequito infame reclamando atención. Atención quiere, atención le doy.

A dice: ¿Pero vos viste cómo le quedaron?
M dice: ¿Qué cosa?
A dice: Las tetas a R.
M dice: ¿Dónde dónde? Decime dónde las veo.
A dice: En su perfil. Parece una vedette. Un asco.
M dice: Bueno, hola perra. ¿Cómo andas?
A dice: Me parece que estás confundida.
M dice: Te estoy saludando boluda.
A dice: ¿Con quién querés hablar?
M dice: ¿Qué te pasa pelotuda? ¿Estás borracha? ¡Con A quiero hablar!
A dice: ¿Quién sos? ¿Por qué me saludás?
M dice: Porque acabo de entrar A, no seas tonta. Por favor.
A dice: ¡Pero si hace media hora que estamos hablando!
M dice: ¿¿Qué??

Continuará...

miércoles, 18 de febrero de 2009

Atravesados

Che, ¿vieron que todavía hay tarados que se estancan en la puerta del colectivo apenas suben y se quedan ahí lo mas panchos leyéndose un librito o escuchando música pedorra en el mp3?

¿No les dan ganas de bajarlos de una patada para que entiendan que no hay que quedarse parado como estatua al lado de la puerta?

A mi sí.



Notal al margen: Hoy es el cumpleaños de Mariano de Es lo que hay y El ojo blindado. Salúdenlo que se va a poner chocho. Está de vacaciones, así que no esperen respuesta. Cómprenle regalos, piensen en él y hablen sobre él todo el día. Porque es acuariano, y para un acuariano, el mejor regalo del mundo es qaue lo hagan sentir el centro del universo. ¡Feliz cumple Mariano!

lunes, 16 de febrero de 2009

Zapping I

Lo peligroso de ver televisión es que repente podés cruzarte con Mariano Martinez tratando de hacer de campesino.

Uf, no doy más

Yo, ante la duda, siempre estoy cansada.

Cuando era chica, mi profesora de natación me había bautizado "Señorita Fatiga". Siempre me quejaba si había que nadar un largo más, protestaba porque no se podía parar a descansar, o no me quedaba después de hora jugando al water polo porque "no podía mas".

A medida que fui creciendo el cansancio crónico también lo hizo. Es muy posible, de hecho, que ante cualquier pregunta, yo siempre empiece respondiendo "no doy más".

A veces trato de disimularlo, y la juego por un rato de persona activa. Lo cierto es que el papel de mujer incansable no va conmigo. Aunque haya dormido nueve o diez horas yo siempre voy a necesitar una siesta después del almuerzo. Aun después de haber dormido hasta las cuatro de la tarde después de una noche de juerga, siempre voy a sentir que me faltó un poquito mas.

Cada vez que el señor que vive conmigo reclama alimento yo le digo que estoy cansada, aunque me haya levantado a las once y en el trabajo no haya hecho nada. Por las noches, cuando mi madre llama para ver cómo fue mi día, siempre termino la conversación diciendo exactamente lo mismo: "me voy a dar una ducha y a la cama porque no puedo mas". Cuando una amiga me llama para salir en medio de la semana directamente le corto porque no puedo creer que quiera atreverse a quitarme una noche de sueño un día miércoles. Cuando iba a la facultad, sentía que había estudiado mil horas y que merecía un descanso. Lo cierto es que decía esto cada vez que agarraba los apuntes, y por eso nunca leía nada.

A veces siento que está muy mal sentirme siempre cansada. Me da culpa escucharme a mi misma decir que necesito dormir, o que siento cansancio en todo el cuerpo. Pero después mi otro yo (el despreocupado) me dice: "Pará, si vos no le hacés mal a nadie estando cansada, ¿para qué carajo te preocupás?". Ahí nomás, el yo que se siente culpable quiere empezar a discutirle a mi yo tan despreocupado, y se pone en guardia. Pero al intentar largar la primer frase, lo esperable.

Para qué, mejor no, es casi una pérdida de tiempo, no tiene sentido. Aparte, qué fiaca. Estoy cansada, y no le hago mal a nadie. Mejor me acuesto a dormir. Es que anoche me quedé hasta las mil y quinientas leyendo, siento que un camión me pasó por encima y no, de verdad, te juro que no doy mas.

sábado, 14 de febrero de 2009

viernes, 13 de febrero de 2009

¿Palermo sí?

Hace exactamente una semana, salía del trabajo a las ocho de la noche. Había arrancado a las nueve de la mañana, había hecho demasiado calor, varias cosas me habían salido mal en ambos trabajos, y para colmo me había venido. Me dolían los ovarios.

Caminé apretándome la panza mientras pensaba que en veinticinco minutos estaría tirada en la cama, empiyamada y mirando algún programa berreta de cocina (mi actividad favorita cuando me duele la panza). Mientras caminaba en dirección a la Plaza Cortázar, empiezo a escuchar gritos de gente. Pensé que era un grupo musical tocando, o una murga ensayando, pero cuando doblé y enfilé a la parada del 55, me di cuenta que esos gritos provenían de una calle cortada, donde algunos vecinos de Palermo se manifestaban con pancartas blancas que rezaban: "Macri limpiá nuestra ciudad" y burradas por el estilo.

Y digo "burradas", porque mientras trataba de averiguar por dónde podía tomarme el colectivo, el grupo manifestante arrancó con un cántico.  Al principio me costó entender qué decían, pero cuando finalmente lo comprendí, se me erizó la piel.

Vecinos de Palermo (en unísono dudoso)
¡Palermo sí! ¡Salada no!
¡Palermo sí! ¡Salada no!

Miré a los vecinos, y casi como un reflejo, me salió una semi sonrisa de indignación. Una vecina se me acercó y me miró, esperando no sé si una felicitación o una trompada.

M. (Una Ramera)
¿Por qué protestan?

Vecina
Porque quieren hacer peatonal Honduras y dejar
que los puestos de venta se instalen ahí.

M. (Una Ramera)
¡Es una payasada!

Vecina
¿Viste? Por eso estamos acá, protestando porque
si convierten Palermo en La Salada no va a haber más turismo y...

M. (Una Ramera)
No. Una payasada es esto que están haciendo ustedes.
¿No te parece una locura? ¿No te resulta demencial
que estén protestando porque no quieren que la gente trabaje acá?
¿En qué mundo estás viviendo vos que pretendés negarle
a otro la posibilidad de laburar?

La vecina me miró en silencio durante unos diez segundos que se hicieron eternos, con una mueca incompresible en el rostro, y después, como si nada, alejándose de mi y arengando al resto, comenzó:

Vecina
¡Palermo sí! ¡Salada no!
¡Palermo sí! ¡Salada no!
¡Palermo sí! ¡Salada no!
¡Palermo sí! ¡Salada no!

jueves, 12 de febrero de 2009

¿Vamos a bailar?

Ese verano habíamos ido a las paradisíacas playas de Mar del Tuyú. Mi madre, padre, hermanos, tío, tía, y primas. Primas eran dos y tres años más grandes que yo. Yo tenía once y ellas, naturalmente, trece y catorce.

El verano anterior, las primas ya habían veraneado en Mar del Tuyú. Conocían la playa, el centro, la peatonal, los locales de video juegos y EL boliche. Y no me equivoco al decir EL boliche, porque estábamos en Mar del Tuyú. Un boliche casi que alcanzaba -y sobraba- para toda la localidad (incluso para alguna vecina).

Tardamos exactamente diez días en convencer a mi madre para que me dejara ir a bailar al boliche. Yo había ido a algunos asaltos o bailes escolares, pero nunca a un recinto con patovicas y chicos más grandes. Finalmente K (mi madre tiene esa inicical y mi padre se llama como el general) aceptó y ahí fui yo -como loca- a calzarme unas sandalias franciscanas, un jean gastado y una remera  John L. Cook.

Apenas entramos, mis primas y yo saludamos a mi madre que nos había acompañado. Empezamos a caminar para pagar la entrada, pero yo sentí que alguien me seguía muy de cerca, que alguien tenía sus ojos clavados en mi nuca. Cuando me di vuelta, mi madre hablaba con el patovica y no me sacaba la mirada de encima. Me acerqué y la volví a saludar, tratando de presionarla para que empiece a salir del boliche. Sn embargo, mi madre le daba la mano al patovica, me agarraba del brazo, y me decía: "No, yo me voy a quedar por acá sentadita. ¿Qué pensaste? ¿Que te ibas a quedar sola acá adentro?". Después de eso largó una carcajada feroz y siniestra, que retumbó en todo el lugar.

Horas más tarde, mi madre seguía sentada en un costadito de los reservados, y yo bailaba tímidamente a dos metros de ella. El chico que me gustaba se reía de mi, cada vez que mi madre me saludaba desde su palco VIP.

miércoles, 11 de febrero de 2009

lunes, 9 de febrero de 2009

Te juro que se me escapó

Maldita costumbre han adquirido algunos hombres de contarnos a recién conocidas la historia de su reciente divorcio. En el transcurso de dos semanas, cinco hombres me contaron -como si fuera íntima amiga-, las idas y venidas del frustrado matrimonio.

El martes pasado, luego de no ver al jefe del trabajo que no me gusta por dos meses, llego a la isla y apenas empiezo a abrir el programa de edición, mi querido productor desembucha el temita del divorcio.

Yo lo escuchaba vagamente, pensando un poco en lo que me decía, y otro poco en lo que iba a cocinar a la noche. Hasta que en un momento, sin anestecia, me dice: "Por ella no hay problema, porque este es mi cuarto matrimonio, pero...". Escuché hasta ahí. Traté de procesar la información. Mi querido productor tiene cuarenta años recién cumplidos, y va por su cuarto divorcio.

Y te juro, porque yo en el fondo no soy tan mala como parezco, que no sé cómo ni de qué manera, pero me encontré a mi misma, interrumpiéndolo, y diciendo: "¡Pero al final sos un fracasado!".

En serio te digo, de verdad, desde lo más profundo de mi corazón, que eso se me escapó.

viernes, 6 de febrero de 2009

Escrachada

Ayer, cuando el señor que vive conmigo llegó al hogar y me encontró tapada hasta la nariz a pesar del calor, supo que algo andaba mal. Se acercó, y mientras me hacía mimo en la cabeza me preguntó qué carajo me pasaba.

M. (Una Ramera)
Es que no voy a poder salir nunca más
en la vida a la calle. Y me estoy
acostumbrando a la vida encerrada.

El señor que vive conmigo se quedó mirándome, en silencio, esperando que esa no fuera toda la explicación.

M. (Una Ramera)
Cometí un error fatal. Pero tremendo.

El señor
Dale, no te hagas la misteriosa
que tengo que trabajar.

M. (Una Ramera)
Ok. Le di un testimonio a una revista.
Y hoy la compré.
Sale mi nombre, apellido, edad y profesión.
¡Y una foto! ¡Una foto mia!

El señor
Pero ya sabías que iba a salir eso.

M. (Una Ramera)
Sí, ya sé, pero ahora me da vergüenza.
Porque todos en la calle me van a ver y van
a saber que soy la de la revista y se van a reir, 
y me van a señalar, y...

El señor (conteniendo una risa horrible)
Pará.
¿Vos realmente pensás que la gente
se va a dar cuenta que vos sos vos?

Yo asiento con la cabeza, y se me llenan los ojos de lágrimas. El señor que vive conmigo estalla de la risa, y se va a la cocina, a prepararme mate. Mientras se va, me dice: "Eso podría pasar conmigo chiquita, no con vos".

Y gracias a ese comentario nefasto, es que hoy estoy aquí, trabajando y escribiendo esto; y no empacando mis pertenencias para un viaje sin retorno.

100

La de ayer, una de las entradas mas tristones que he escrito aquí, fue la número 100 del blog.

Ahora vamos por los 1000.

¡Gracias por acompañarme hastá acá!

¿Se quedan un rato mas?

jueves, 5 de febrero de 2009

Enferma

Hace no mucho tiempo, las clases de Ciudad Universitaria eran interrumpidas por una joven mujer y su hija. La joven mujer estaba muy venida a menos y hablaba con muchísima dificultad, la hija estaba notablemente enferma. La joven mujer entraba llorando a la clase y gritaba que necesitaba ayuda, lo que sea, por su hija, para que pueda vivir, lo que tengas, si tenés, algo seguro tenés, es para mi hijita, no para mi, un centavo, unas galletitas, un billete. Algunas veces le dábamos, otras no. Ella no dejaba de llorar ni gritar un segundo. Nos bendecía y agradecía como si le hubiéramos salvado la vida.

Hoy me la encontré en el colectivo. Habla perfectamente y trata muy mal a su hija. La hija sigue notablemente enferma.

Estoy cansada de vivir en un mundo en el que la confianza en el otro es una utopía. Pero de verdad, muy cansada. Y también muy triste.

lunes, 2 de febrero de 2009

Envidia

Me encantaría ser como esas mujeres que ante un plato de frutas lavadas, peladas y listas para comer, se llenan de emoción.

En mi micro universo, si alguien pretende encajarme un melón, primero tiene que haberme dado una tira de asado con un platazo de ensalada rusa.

Recién ahí, puedo pensar en comer un plato de frutas.

Gurrumines de excursión

Una vez, cuando éramos gurrumines inocentones, el colegio nos puso un moño de regalo y nos envió a una conocidísima empresa láctea, para que conociéramos las instalaciones y aprendiéramos, de una vez por todas, de dónde venía la leche que tomábamos todas las mañanas.

El paseo era hermoso: había vacas y vaquitas (todas blancas y negras, claro, porque eran lecheras), escenas de ordeñe y grandes estanques de dulce de leche. En la fábrica se respiraba el olor matinal de cada uno de nuestros hogares, pero potenciado a la enésima. Los compañeros sospechábamos que allí también habría duendecillos y enanos que fabricarían los mas exquisitos yogures y las más ricas chocolatadas. Era el lugar perfecto.

Cuando terminó el paseo, la amable gente del lugar (nosotros insitíamos en que eran enanos y duendecillos disfrazados de gente mayor) entregaron a las maestras una buena cantidad de cajas con dulces de leche y postrecitos para nosotros, los gurrumines inocentones.

Así que cuando llegamos al colegio, excitados pero a la vez cansados, fuimos pasando de a uno a buscar nuestro mágico regalito. Cuando los fuimos recibiendo, un cachetazo a nuestra inocencia se produjo sin preámbulos: absolutamente todos los productos que nos habían dado, estaban vencidos.