Yo antes tenia un novio camionero. Lo amaba con todo mi alma y de todas las maneras posibles. Aunque ahora, con bastante distancia temporal, me doy cuenta las atrocidades que cometia y en las que yo no reparaba por estar ciega de amor. Hoy, Camioncito se arreglaba los piecitos. Disfruten.
El colmo de su pedantería se dio una común y corriente (o sea aburrida y predecible) tarde de domingo. Camioncito decidió por unanimidad que debíamos tomar mate con su abuela y su madre en el living/ comedor/ sala de estar y cocina de su casa. Por supuesto yo calenté el agua, preparé el mate, y cebé infinitas rondas. Y rondas. Y rondas.
En cierto momento, Camioncito, en patas, empezó a mirarse la planta de los pies y, a decir verdad, creo que se estaba imaginando algo chanchísimo porque su cara carona lo delataba sin cesar. Se dirigió al modular espantoso que había en el living/ comedor/ sala de estar y cocina, y sacó un alicate feo, de acero inoxidable oxidado (¿cómo pudo pasar eso?), gastado de tanto usar, con olor a patas y mugre de uñas de antaño. Camioncito levantó una pata (Camioncito tenía patas, no pies como los seres humanos) y la puso sobre su muslo (el de la otra pierna, por supuesto) y comenzó a realizar una tarea que de sólo pensarlo me revuelve el estómago: se cortaba y recortaba las partes duras de la planta del pie, las partes secas y resecas, las blancas y amarillentas. Era como una amputación sin sangre ahí, muy cerquita mio. El estaba concentrado y contentísimo. Yo tenía unas tremendas ganas de vomitar.
Paré de cebar y le pedí por favor que hiciera eso en el baño, que no era de buen gusto. Su madre y abuela, en cambio, lo alentaban, analizaban los pedazos de piel muerta que iba dejando sobre la mesa donde rato antes habíamos almorzado, donde rato después íbamos a cenar, le daban una cremita para el después (algo asi como la post depilatoria pero esta era post amputación de partes muertas de la pata, con olor a pollo podrido y aspecto rancio). Yo no salía de mi asombro y decidí salir al patio a tomar un poco de aire. Ahí mismo, mientras yo descansaba unos segundos de la hediondez anterior, él se apareció con sus pedazos muertos de pata en la mano y dijo, contento: “Mirá, parece queso rallado”. Creo que ahi fue el momento exacto en el que perdi la conciencia.
El colmo de su pedantería se dio una común y corriente (o sea aburrida y predecible) tarde de domingo. Camioncito decidió por unanimidad que debíamos tomar mate con su abuela y su madre en el living/ comedor/ sala de estar y cocina de su casa. Por supuesto yo calenté el agua, preparé el mate, y cebé infinitas rondas. Y rondas. Y rondas.
En cierto momento, Camioncito, en patas, empezó a mirarse la planta de los pies y, a decir verdad, creo que se estaba imaginando algo chanchísimo porque su cara carona lo delataba sin cesar. Se dirigió al modular espantoso que había en el living/ comedor/ sala de estar y cocina, y sacó un alicate feo, de acero inoxidable oxidado (¿cómo pudo pasar eso?), gastado de tanto usar, con olor a patas y mugre de uñas de antaño. Camioncito levantó una pata (Camioncito tenía patas, no pies como los seres humanos) y la puso sobre su muslo (el de la otra pierna, por supuesto) y comenzó a realizar una tarea que de sólo pensarlo me revuelve el estómago: se cortaba y recortaba las partes duras de la planta del pie, las partes secas y resecas, las blancas y amarillentas. Era como una amputación sin sangre ahí, muy cerquita mio. El estaba concentrado y contentísimo. Yo tenía unas tremendas ganas de vomitar.
Paré de cebar y le pedí por favor que hiciera eso en el baño, que no era de buen gusto. Su madre y abuela, en cambio, lo alentaban, analizaban los pedazos de piel muerta que iba dejando sobre la mesa donde rato antes habíamos almorzado, donde rato después íbamos a cenar, le daban una cremita para el después (algo asi como la post depilatoria pero esta era post amputación de partes muertas de la pata, con olor a pollo podrido y aspecto rancio). Yo no salía de mi asombro y decidí salir al patio a tomar un poco de aire. Ahí mismo, mientras yo descansaba unos segundos de la hediondez anterior, él se apareció con sus pedazos muertos de pata en la mano y dijo, contento: “Mirá, parece queso rallado”. Creo que ahi fue el momento exacto en el que perdi la conciencia.