lunes, 30 de junio de 2008

Camioncito se arreglaba los piecitos

Yo antes tenia un novio camionero. Lo amaba con todo mi alma y de todas las maneras posibles. Aunque ahora, con bastante distancia temporal, me doy cuenta las atrocidades que cometia y en las que yo no reparaba por estar ciega de amor. Hoy, Camioncito se arreglaba los piecitos. Disfruten.


El colmo de su pedantería se dio una común y corriente (o sea aburrida y predecible) tarde de domingo. Camioncito decidió por unanimidad que debíamos tomar mate con su abuela y su madre en el living/ comedor/ sala de estar y cocina de su casa. Por supuesto yo calenté el agua, preparé el mate, y cebé infinitas rondas. Y rondas. Y rondas.
En cierto momento, Camioncito, en patas, empezó a mirarse la planta de los pies y, a decir verdad, creo que se estaba imaginando algo chanchísimo porque su cara carona lo delataba sin cesar. Se dirigió al modular espantoso que había en el living/ comedor/ sala de estar y cocina, y sacó un alicate feo, de acero inoxidable oxidado (¿cómo pudo pasar eso?), gastado de tanto usar, con olor a patas y mugre de uñas de antaño. Camioncito levantó una pata (Camioncito tenía patas, no pies como los seres humanos) y la puso sobre su muslo (el de la otra pierna, por supuesto) y comenzó a realizar una tarea que de sólo pensarlo me revuelve el estómago: se cortaba y recortaba las partes duras de la planta del pie, las partes secas y resecas, las blancas y amarillentas. Era como una amputación sin sangre ahí, muy cerquita mio. El estaba concentrado y contentísimo. Yo tenía unas tremendas ganas de vomitar.

Paré de cebar y le pedí por favor que hiciera eso en el baño, que no era de buen gusto. Su madre y abuela, en cambio, lo alentaban, analizaban los pedazos de piel muerta que iba dejando sobre la mesa donde rato antes habíamos almorzado, donde rato después íbamos a cenar, le daban una cremita para el después (algo asi como la post depilatoria pero esta era post amputación de partes muertas de la pata, con olor a pollo podrido y aspecto rancio). Yo no salía de mi asombro y decidí salir al patio a tomar un poco de aire. Ahí mismo, mientras yo descansaba unos segundos de la hediondez anterior, él se apareció con sus pedazos muertos de pata en la mano y dijo, contento: “Mirá, parece queso rallado”. Creo que ahi fue el momento exacto en el que perdi la conciencia.

viernes, 27 de junio de 2008

El adefesio de la fuente

Existe en Villa Crespo un adefesio propietario de un departamento cualunque.

Existe en el departamento del adefesio un balcón de un metro por cincuenta centímetros.

Existe en el diminuto balcón de Villa Crespo una hermosa y delicada fuente de yeso.

Clásica. Mujer con rulitos cortos, pose seductora, lienzo que atraviesa todo el cuerpo. Un pecho, perfecto él, al descubierto. El cachete derecho de la cola, también perfecto, se deja ver a través del improvisado y sugerente, mas no putón, vestido blanco. Los ojos saltones, mirando al sudeste. La boquita chiquita, sonriente, con algún dientecito, mezcla de ratita y conejo, que asoma por ahí.

Posada sobre una especia de almeja gigante descansa la mujer de yeso, sosteniendo algo así como una bandeja a la altura de los hombros, una bandeja que contiene la nada absoluta, el vacío supremo.

En días festivos, el asefesio que oficia como dueño de la mujer, se enorgullece, enaltece y excita al comenzar el espectáculo.

Una lucecita verde por aquí, otra azul por allá, y una rojiza cenital iluminan a la mujer. A veces le da play al cd de sonidos de la naturaleza, track número cinco, “Misterios del bosque”.

El momento supremo, sublime e inigualable del espectáculo es ese en que el adefesio procede a prender la fuente. Enigmático, carismático y embobado, reúne al rebaño de adefesios para mostrarles lo fino que es su balcón, cuán perfecta de su fuente, cuán perfecto su balcón, su departamento, su vida.

El agua comienza por la espalda de la mujer, cual orina desviada, baja por la bandeja para caer finalmente en la almeja gigante. Así sucesivamente. Así hasta el infinito. Así de perfecto es el recorrido. Así de perfecta es la mujer. Así de perfecto es el show.

Ahora, frente a ese espectáculo, yo me pregunto, estupefacta:

¿Cómo puede existir alguien con semejante mal gusto?

Y a vos, adefesio que oficia de dueño de la sublime fuente, te pregunto, mientras te aprieto con fuerza el cuello y te sacudo como poseida:

¿Es que no poseés en tu diccionario de adefesio el significado, o la dferencia sutancial entre o agradable y desagradable?

¿En qué momento dejó tu cerebro de hacer sinapsis? ¿Qué es lo que te pasa?

miércoles, 25 de junio de 2008

Una salvedad

En fin. Esto me aburre en demasía. Pero lo aclaro porque no tengo ni un poco de ganas de pelear, y mucho menos que me peleen.

El señor Mariscal no es ningún tarado. Yo lo vi como un tarado porque soy superficial y no sé leer (soy rubia, no puedo evitarlo). Aparentemente él sólo quería demostrarme que no hay que reírse ante la muerte, ni siquiera cuando el muerto haya sido una mala persona. Igual yo tengo una máxima que me acompaña hace muchos años: el fin no justifica los medios.

Y el medio que usted utilizó, querido mariscal, toca un punto demasiado sensible en mi vida. Un punto que me bloquea y paraliza. Usted relaciona hermana/muerte/sonrisa y yo lo odio. Perdón si lo ofendí. No volverá a ocurrir.

Prometo no volver a sonreír ante la muerte. Ni siquiera ante las hormigas que dejo huérfanas cada vez que ataco en la cocina a esos bichos horrendos.

Mis sinceras disculpas.


Hoy es una porquería

Anoche trabajé hasta las cuatro de la mañana. Hoy tenía que estar, de vuelta trabajando, a las diez. Mi primer momento conciente del día coincide con las diez treinta. Me levanté apurada, desayuné apurada, me cambié apurada, no me puse ni crema ni colorete. Me hice una cola de caballo im-pre-sen-ta-ble, agarré los bolsos y salí.

Los bolsos, vale aclarar, eran:
1. Una bolsa símil bolsa de compra de las viejas que van al almacén todos los días, religiosamente, a las nueve de la mañana a comprar pan, pero triplicada en tamaño. La bolsa gigante contenía una casetera VHS pesada, antigua y enorme.

2. Una mochila rota, propiedad del señor con el que vivo. Dentro de la mochila había: una casetera DV, ocho VHS, un transcodificador, el libro que estoy leyendo, y todos los papeles que usualmente usurpan mi cartera y ahora se veían ahogados entre tanta tecnología.

Estaba horrible. Yo lo sé. Parecía una de esas señoras bolivianas que van por Liniers con seis bolsones y siete críos colgados de la espalda. Aparte no estoy en mi mejor momento: el invierno me deprime al mango y me convierto en la peor dejada del universo. Sin embargo, todavía soy joven y, modestia aparte, algo de belleza natural todavía conservo.

Iba caminando por Lacroze, apurada por la hora, con todos esos bolsos y esa impresentabilidad a cuestas, cuando veo que a unos metros mios hay un señor. Aproximadamente treinta años, mal vestido, sucio, tomando vino de un tetra y volcado en la puerta de una casa preciosa.

"Desastre".

Eso fue lo que me dijo el energúmeno ese. Así, como si el fuera un derochón de beieza me dijo a mi: Desastre.

Desastre. Desastre. Desastre. Desastre. Desastre. Así, como si nada, y con una simple palabra, este vinero de cartón hizo que mi poco (a) autoestima bajara de vuelta al subsuelo. El día ya no sería igual. Yo estaba cansada, mal vestida y mal peinada, pero tenía ganas de trabajar, había solcito y no hacía mucho frío. Este personaje me generó un mal humor tan alto que no podía pensar en otra cosa. Desastre.

Para colmo de males, abro el blog y veo que otro tarado (porque se ve que nos están invadiendo), comenta que cuando leyó lo de la muerte de mi hermana se le dibujó una sonrisa en la cara, porque insiste en que ese tipo de muertes son consecuencia de la desidia de una persona.

Cartón lleno. Bingo. La gota que rebalsó el vaso.

Este es un día de mierda. No se crucen conmigo porque hoy no ladro.

Hoy muerdo.

jueves, 19 de junio de 2008

No puedo más que indignarme

No hay cosa que me moleste más en la vida que la muerte. Pero no la muerte como uno la concibe a partir de cierta edad (en general cuando se muere un abuelo). Ahí uno comprende que uno nace, vive y luego muere. En el medio suceden millones de cosas, pasan personas, odios y amores, familias sanguíneas -o sanguinarias- y familias políticas.

Sin embargo la muerte que me indigna, me hace mal y nunca terminaré de entender es la muerte sorpresiva. Hace ya mucho tiempo que los noticieros y diarios insisten en contarnos cuántos accidentes de tránsito hay por día. Cuánta gente muere, cuántos autos chocan, cuántos micros vuelcan. Pero a mi no deja de sorprenderme la manera en que una vida puede esfumarse. Desaparecer. Irse. Poco me importan las notcias. Me importa la persona, que no va a estar más.

No está más, ni va a estar. Sólo quedan algunos recuerdos con los que uno peleea para que nunca desaparezcan. La muerte sorpresiva es injusta. Se lleva sueños e ilusiones. Planes. Voces. Aspiraciones. Se lleva no solo una persona, sino todo lo que rodeaba a esa persona. Queda la indumentaria que usaba la persona, los libros que leía o las películas que adoraba ver un domingo por la tarde. Quedan algunas fotos, tal vez un video. Quedan esas cosas que alimentan los recuerdos, que los mantienen vivos. Pero la persona, la persona no está más.

Esa muerte sorpresiva es tan injusta, tan innecesaria, que aunque haga esfuerzos mayúsculos, yo sigo sin entenderla. No la entiendo, ni la respeto. La odio. Me parece lo mas absurdo del mundo. No me satisface que me digan que el muerto ahora está mejor. ¿Qué sabe usted, que está aquí vivito y culeando, si el muerto está major? Ese es un consuelo estúpido.


Hace casi cuatro años que yo no tengo más a una de mis hermanas. Murió en un accidente el 20 de junio de 2004. Nació un feriado, murió un feriado. No conoció a su sobrino, no conoció a mi concubino, nunca pude contarle que terminé la carrera. No puedo tirarme huevos en la cabeza. No puede contarme qué hizo ayer, no puede ver conmigo Flashdance o Dirty Dancing. No podemos jugar a ser bailarinas, no podemos ir de compras, no podemos hablar mal de mi mamá. Las noches que tengo miedo no puedo agarrarla de la mano, tampoco puedo abrazarla como cuando se peleaba con el novio y lloraba como una nena. No puedo decirle que la extraño, no puedo reírme de las tonterías que hacía. No puedo porque no está mas conmigo.

Casi como consuelo de tonta, me repito que seguramente está mirándome y cuidándome desde algún lugar. Pero la verdad es que no lo sé. Y planeo no saberlo por mucho tiempo. Lo cierto es que la persona que más me importa en el mundo no puede venir a buscarme para ir a pasear. Y todo es culpa de la muerte sorpresiva. Una muerte que odio con todo mi ser. Una muerte que no merece respeto, tal vez ni siquiera merezca estas palabras, y sin embargo es tan poderosa que aquí me tiene, pensando en ella y odiándola hasta el hartazgo. Indignándome por la impotencia de no poder hacer nada para combatirla, para frenarla.

Combatiendo el horrible recuerdo de saber que la última vez que te vi, me despedí de vos enojada. Perdón.

martes, 17 de junio de 2008

Ojo! Un tarado viaja en colectivo

Martes, 9:54. Entro al trabajo a las 10. De vuelta estoy llegando tardisimo. El colectivo no llega. Hace muchisimo frio. Viene un tarado y se mete delante mio en la cola. No tengo ganas de pelear. Es temprano, dormi poco, venimos de un fin de semana largo.

Llega el colectivo. El tarado se sube. Ni siquiera es caballero y me deja pasar (con el frio que hace). Me le pongo cerca para incomodarlo y que saque el boleto rapido. Saca del bolsillo algunas monedas. “90”, a secas. Mete monedas. Una de cincuenta, una de diez. Se va al fondo del colectivo.

Coectivero lo mira por el espejo reotrovisor.

Colectivero
Te faltan meter monedas.

Tarado (gritando)
Pero la puta madre que lo pario.
Estas maquinas de mierda nunca funcionan.

Tarado se acerca a la maquina expendedora de boletos. Yo me impaciento.

Tarado
Cancelame asi me devuelve todo.

Colectivero cancela, maquina devuelve, yo levanto hervor. Claro, maquina le devuelve moneda de cincuenta, moneda de diez. Tarado vuelve a meter, ahora con fuerza, como si asi pudiera hacerlas valer mas. Maquina no le da boleto. Maquina es maquina, pero en matematica la tiene re clara. Colectivero arranca. Deja gente abajo. La gente de abajo se queda levantando el bracito, a lo Alfonsin manco, y agitandolo al grito de “Te vamos a matar, puto”.

Tarado se hace el boludo de vuelta. Colectivero se enoja. Cuando colectivero se enoja, agarrate porque te parte la maquina en la cabeza. No seas tarado.

Tarado dice que se va a bajar porque no tiene monedas. Nadie lo ayuda. Yo mucho menos. Se va puteando bajito porque la maquina "le comia las monedas".

Si fuera un viejo/a que no ve bien, que no entiende, que piensa que puede meter un cospel de subte en la maquina, yo hubiera ayudado, hubiera donado moneda, hubiera sonreido, hubiera colaborado.

Pero con tarado no. Tarado se hacia el boludo para no pagar, para que otro le pague el boleto, para que maquina le de papelito sin abonar. Pero no es asi, tarado, si no tenes monedas pedis, vas al banco, pero putear, con este frio y este suenio, no.

viernes, 13 de junio de 2008

Una breve

Mi jefe, el del trabajo que no me gusta, le dice a su hijo "Popo" (o, en su defecto, Popito).
Y a Chaplin, le dice Shaplin (o Yaplin).

Sin palabras

jueves, 12 de junio de 2008

La publicidad me mata

La publicidad reza: “Sentite diferente”. La foto junto a la leyenda me da escalofríos: Un grupete de chicos todos lindos, todos musculosos, todos en zapatillas, jeans y remera blanca. En el medio, un auto.

Para mi que se confundieron. No podés pedirme que me sienta diferente cuando me mostrás a toda la gente igual. En algo te equivocaste. ¿O le estarías hablando al auto? ¿El auto es quien debe sentirse diferente? Entonces es una obviedad: el auto ya es diferente. Es auto, no persona. Si lo pusieras en medio de muchos autos, pues entonces sí, tal vez podría sentirse diferente. Pero igualmente, ¿diferente a quién? ¿Cuál es tu parámetro?

Querida publicidad, desde el vamos todos somos diferentes. Por suerte, todos somos únicos e irrepetibles. No es necesario que vengas vos, con tus machos de colección a decirme que tengo que sentirme diferente.

Si a esta altura de la vida alguien tiene que venir a decirnos que tenemos que sentirnos diferentes, y encima quien viene a decirnos eso es precisamente el medio que se encarga de vendernos a todos lo mismo y de generarnos necesidades absurdas para que sigamos consumiendo todos lo mismo como si fueramos UNO solo… no se, me da un poco de miedo.

¿Cuánto cuesta?

De todas las excentricidades porteñas, la que más me llamó siempre la atención y me divirtió por doquier es la invención del barrio del diseño: Palermo Sojo.

No hay lugar mas mentiroso que el barrio de Palermo disfrazado de muchacho modernoso y alternativo. A Palermo le queda bien el tango, sin embargo la porteñada insiste en poner Babasónicos.

El martes tenía que hacer tiempo entre un trabajo y otro asi que me fui de paseo por nuestra Nueva Shork. Con solo caminar tres cuadras me topé con un cuaderno que salía $300, un termo $50, y una parva de ferias que me gritaban, desesperadas, “Avellaneda!”.

Primero me encontré con el cuaderno. Como no salía de mi asombro entré a preguntarle al vendedor si el cuaderno era algo asi como un original de Borges con un boceto del Aleph. Sin embargo me dijo que no, que era un cuaderno en blanco para que cada uno escriba lo que quiera (posta, me dijo eso, descarado). ¿Y el precio a que corresponde? Al diseño, me contestó entrecerrando los ojos, como resaltando una obviedad. No pude responderle nada y antes de salir me volví a topar con el cuaderno. Era un batik hecho por mi sobrino de dos años. Si ese diseño cuesta ese dinero… estamos atrasando.

Luego entré a otro negocio y vi un termo de plástico, rojo, de esos que usaba mi abuela (o la tuya), con una textura rayada. Cosataba una barbaridad. Y era un Lumilagro básico. Ese no tenía diseño. Sin embargo me ahorré preguntar, porque iba a recibir la misma respuesta diseñada a medida para todos los antros que no paran de robar.

Mas alla de los objetos de diseño, me encontré frente a varios grandes locales con diseñadores apilados uno encima de otro, tratando de vender su ropa, abogando exclusividad, gritando repetición. A lo que voy: todas las prendas de todos los diseñadores de todas las ferias exclusivas eran iguales (sin contar el maltrato que recibian las pobres prendas, amontonadas y mal dobladas). A mi, personalmente, hay un dos mas dos que no me da.

Me fui porque se me hacía tardísimo, pero mientras caminaba pensaba en la cantidad de gente que paga $300 por un cuaderno batik o una cantidad proporcional por un termo que puede comprar en el Coto a $10.

A mi me encanta el diseño, me encanta que existan personas que se dedican a diseñar, a pensar objetos como algo mas que un simple objeto, o personas que piensan en nuestra indumentaria no como un mero adorno, sino como algo que tambien hable de nosotros, algo que comunique.

Pero me enferma, y me enferma de verdad, que existan otras personas que crean que cualquier prenda con cartelito “Exclusivo diseño” es en efecto un exclusivo diseño. Gente que que crea que el lugar donde se vende predisponga a la prenda, o al termo, a ser exclusivo, nunca visto, pensado para vos.

Dejémonos de joder. Pensemos mas alla de Palermo Sojo, paseemos por otros barrios y busquemos cual es el diseño que mas nos representa a cada uno.

Dejemos de pensar de manera unificada. Por favor.

sábado, 7 de junio de 2008

La muerte le sienta bien

Acabo de enterarme que ayer nomás palmó Neustadt (¿se escribe así?).

Y qué querés que te diga, me sonreí un poco.

Pero seguramente por eso no me voy a ganar el infierno, ¿no?.

Hey mono, vos a tu palmera

Me revienta la cabeza la gente que se mete.

Existe algo llamado libertad individual. Cuando era chica, mi madre solía decirme: “Tu libertad termina donde empieza la libertad del otro”. Podemos decir, entonces, que existe una especie de barrera invisible, que delimita tu libertad de la mia (vos allá, yo acá). Un límite.

Existe también, dentro de la concepción del límite, la frontera. La frontera es el lugar alrededor del límite, más o menos dos cuadras a la redonda. Es el lugar en que tu libertad y la mia se cruzan.

La frontera de las libertades es la más difícil de delimitar y, en reiteradas ocasiones, confunde al otro. Sólo gente medianamente inteligente entiende hasta dónde puede llegar sin molestar al otro, sin invadir su libertad. Para pasar de mi libertad a la libertad del otro necesito pasaporte. No puedo meterme como si nada, porque estoy invadiéndolo, me estoy metiendo en su vida, en su libertad.

El pasaporte a la libertad ajena sólo puede ser entregado por el dueño de esa libertad. Si un sujeto te habilita para que te metas en sus cosas, pues métete. De lo contrario, cada mono a su palmera.

No hay cosa que deteste más que el metido con disimulo. Tengo una compañera de trabajo que tiene una técnica horriblemente descarada. Viene a tu escritorio en busca de un mate, y en el interín en que se lo servís... te chusmea la computadora. Eso no debería estar permitido. Lo que yo haga con mi computadora, en mi escritorio, con mi mouse o la mierda que sea, pertenece a mi vida y si yo no te muestro lo que estoy viendo tal vez sea porque no quiero que lo veas. Mona, vos a tu palmera.

También está el metido colaborador. Es aquel que te ve con la guía de los colectivos en la mano y siempre, pero siempre, te pregunta dónde vas y te explica cómo ir. A las personas como a mi, con desorientación absoluta, nos encanta plantearnos como desafío ir a un lugar nuevo con la guía de los colectivos y sin preguntarle nada a nadie. Entonces en el medio de la odisea, cuando sentís que todo está adquiriendo sentido porque Paraguay sube para el lado donde tendría que subir, cuando tu nariz husmea entre las páginas de la guía y la ventanilla del colectivo siguiendo el recorrido, ahí aparece el metido. Husmea junto a vos, trata de adivinar donde vas y como no lo descubre, te lo pregunta. Y ahí nomás, tu hermosa odisea vuelve a ser un simple viaje en colectivo a un lugar que el soquete ya te dijo dónde queda.

Los metidos de la espera. Aparecen en el ascensor, en la antesala del médico, en la cola del supermercado o en el banco. Aparecen y comentan sobre: el clima (o la humedad), el mal servicio que se brinda en el lugar específico donde estemos esperando, alguno más osado te habla del gobierno y el campo. Pero hay otros mucho peores que no contentos con haberte sacado de tu introspección esperativa, empiezan a preguntarte qué te vas a hacer en el médico, por qué comprás leche descremada (“si dicen que ers cancerígena”), qué hacés de tu vida, dónde trabajás, tenés novio, tengo un hijo de tu edad, casi abogado, lo tendrías que conocer. O el del libro. Que ve que lees un libro y te pregunta si está bueno, de qué se trata, quién es el autor, si lo compraste o te lo regalaron. Metidos, todos metidos.

Para las personas tímidas, como yo, no hay cosa peor que encotnrarse con un metido. Los tímidos no poseemos la capacidad de echarles algún veneno con la mirada o decirles alguna palabra que los deje mudos. Los tímidos nos limitamos a contarle al colaborador dónde vamos para que pueda explicarnos cómo llegar, o le damos el número de teléfono a la del consultorio para que se lo pase al hijo (rogando que lo pierda), o hablamos del calor, del frío y de lo que mata es la humedad. Si viene nuestra compañera tratamos de cerrar el navegador a toda velocidad y si no llegamos le decimos que sí, que nos gusta ver pornografía.

No faltará alguno que piense que soy una pelotuda por dejar que se metan en mis asuntos. Pues no es así. El problema no está en que yo sea tímida o, incluso te diría, cortés. El problema está en que la gente no aprendió que no hay que meter las narices donde nadie te invitó a oler.


Nota aclaratoria: No nombro a los metidos vendedores porque de ellos ya se encargaron, y hasta el hartazgo, los de la publicidad del "Estoy mirando". Lo mio es una cuestión puramente ideológica.

viernes, 6 de junio de 2008

Cambia, todo cambia

El rock and roll agoniza. Ampliaremos.

Un adelanto.

Antes

Ahora

No sea cosa. Las foto del antes pertenece a Perro Records Producciones, la del ahora a La Nacion.

Domingo de teatro

Hace algo asi como dos semanas una amiga me invito a ver, gratarola, “La vuelta al mundo”, una super hiper re contra mil produccion argentina, donde Carnaghi hace de Julio Verne, Los Prepu hacen de caballeros ingleses, el grupo circense La Arena baila y hace acrobacias demasiado bien y Marcelo Savignone interpreta a Passepartout (este ultimo se lleva todos, pero todos, todisimos los aplausos porque es simplemente genial). Los demas actores estan super bien, pero no encuentro sus nombres en el internet y aparte estoy trabajando (no puedo ponerme a buscar estupideces ahora, tal vez a la noche).

Con mi amiga estabamos encantadas, teniamos asientos excelentemente bien posicionados, la musica era Hermosa, y la gente estaba contenta. Tan contenta que hasta aplaudio la escenografia. En fin, era un viaje a la infancia divertido, con mi amiga nos reiamos a carcajadas de cualquier chiste y yo coqueteaba con la idea de abandonar mi vida y hacerme bailarina.

Pero bueno, como todo lo bueno, esto duro poco. Porque promediando la obra aparece la princesa hindu, interpretada nada menos que por Paula Robles. Ni siquiera puedo decir que es de madera, o sea, ni siquiera le hace honor a su apellido. Es del plastico mas berretta, de bolsita de supermercado chino. Tenia que hacer un personaje infantiloide y simpaticon, como una version femenina del burrito de Shrek. Por dios! Le salia tan mal… tenia un solo de baile aburrido, donde tenia que jugar con unas telas que colgaban de las mangas de su vestido y a la infradotada se le enredaban, pero ella le ponia una garra enorme. Tenia que lograr que se enrrollaran, entonces la veias haciendo una fuerza tremenda con los brazos… pobre, parecia que iba a salir volando. Y siempre sonriendo, incluso en la primera escena en la que aparece: una tribu la tiene secuestrada y ella pelea por escaparse. Pero como sonreia tanto, con mi amiga empezamos a sospechar que los de la tribu eran sus amigos, o que tal vez alguno le gustaba. Pero no, hasta en el momento en que la molian a golpes ella sonreia (masoquista).

Me arruino la salida. Cuando termino la obra ni la aplaudi, estuve diez cuadras despotricando contra ella y su desfachatez. Como nadie le dijo que actua mal, por que nadie la ayudo. Marcelo deberia dejar de coger con gatitos baratos y sarandear a su mujer diciendole: “No, actuar no, actuar no, actuar no… entendelo”.

La proxima obra que vaya y sorpresivamente me agarre Paula Robles actuando, me subo al escenario y la bajo de las mechas (como la vez que mi mama me vio bailando un lento con un chico, me vino a buscar a la pista y me llevo arrastrando a la mesa para decirme que era una reventada). Que no me busque, porque yo tengo paciencia, pero todo tiene un limite.


Pido disculpas por la falta de acentos. A la noche lo arreglo.

martes, 3 de junio de 2008

Educación infantil

Hace algunos años leí un cuento que no me acuerdo bien cómo era, aunque lo sustancioso de la narración lo tengo bien metido en la cabeza.

Era algo asi como un niño que le decía a un mayor que su deseo era que se terminaran las peleas, las enfermedades, las necesidades, el hambre, las injusticias, las maldades.

El mayor le respondía que no, que eso no era bueno. Que si se acababan todas esas cosas el mundo iba a estar poblado de abogados, médicos y entidades de caridad que no tendrían nada para hacer.

¿Lo qué? Pero de verdad, ¿qué cosa sugeriste?

Recapitulemos. Existe un hombre mayor que le dice a una criatura con buenas intenciones que esas intenciones no son más que pavadas sin sentido. Que sin enfermedades sería absurdo que existieran médicos. Que sin injusticias sería en vano que existieran abogados. Es un hombre que piensa que en el mundo tiene que existir la maldad, para que exista la Guerra, para que se lastime gente, para que los doctores puedan curar.

¿Pero estamos todos locos? Cuando yo era chica mi mamá me enseñó a ponerme un saquito para no tomar frío, para no tener que enfermarme, para no ir al doctor. Me enseñó que no tenía que pegarle (ni morder) a mis amiguitos del jardín porque las cosas se arreglaban hablando.

Este señor mayor que enseña a una criaturita que tienen que existir las enfermedades, el hambre y la injusticia para que exista el empleo es un imbécil que no entendió nada de la vida. Un imbécil que tuvo una infancia infeliz. Un señor que seguramente es abogado, médico o está a favor de Bush.


¿Sabés, señor, todas las cosas que los médicos podrían hacer si no hubiera enfermedades? ¿Todos los otros empleos que existirían? ¿Sabés lo hermoso que sería que nadie tuviera hambre en el mundo? ¿Lo lindo que sería poder salir a la calle sin saquito? Supongo que no lo sabés, y por eso insistís en estar a favor de la maldad, el hambre y las enfermedades.

Y te conviene, señor, te conviene estar a favor de todo eso, porque si un día te encuentro en la calle voy a darte semejante paliza que seguramente vas a necesitar un doctor para curarte y un abogado para defenderte de mi. Porque le quitaste a un infante la posibilidad de creer que puede existir un mundo mejor. Y eso no se hace.

El amor se puso de moda II

¡Herejes! ¡Blasfemadores!

Podía soportar, aunque renegando un poco, los amorcis, besus, y hermosuras. Pero ayer iba caminando contentísima por la calle hasta que vi un pasacalles (sí, muy moderno) y quedé estupefacta, congelada, pensando que mi cuerpo se había trasladado a un mundo paralelo.

“Vos y yo nos amamos tanto que vamos
a estar junto hasta pasitas bien arrugaditas

¿Qué? ¿Perdón? ¿Vi bien? ¿Dice “pasitas bien arrugaditas” o enloquecí? Sí, vi bien, esa horrible expresión está escrita gigantísimamente en un pasacalles que puede ver cualquiera que pasea tranquilamente. ¡Sanción! Eso es agresión visual.

No existe imagen más horrible que dos pasitas bien arrugaditas, tratando de caminar de la mano, con bastones, gritando y meados. ¿A quién se le ocurrió que eso podia ser romántico?. Yo comprendo el mundo en que vivimos: estamos signados por valores como la belleza o la juventud eterna. También entiendo que algunos bien pensantes luchan contra estos valores sociales y se empeñan en demostrar que la imagen no es nada. Pero dejémonos de joder. De “lo que importa es lo de adentro” a “pasitas bien arrugaditas” hay un universo. Seamos honestos.

Que todavía haya gente que cree en el amor para toda la vida no significa que puedan andar ahí forzándome a imaginarme a dos pasitas bien arrugaditas caminando o correteando por un parque lleno de árboles (o, mucho peor, reclamando el asiento en el colectivo).

Necesito averiguar quién fue el inconciente que dejó terrible violencia expuesta en la calle. Quién obligó a mi cabeza a pensar cómo seré cuando llegue a pasita bien arrugadita. Quién dijo que horribles demostraciones de “amor” se podían expresar delante de todos. ¿Qué nos espera? ¿Qué nos depara el destino? ¿Un mundo de frutas podridas? ¿Malolientes? ¿De patas de pollo crudas y estacionadas bajo un enero infernal? ¿Hacia dónde estamos yendo?

domingo, 1 de junio de 2008

¿Era necesario?

No solo tenemos que tolerar su existencia y sus programas horribles, sino que ahora se le dio por empapelar la ciudad con su horrible rostro.

Hace algunos días iba en colectivo, con el solcito mañanero en la cara, desayunada y contenta, hasta que ¡Patapúfete!, me cruzo con la nueva publicidad de una conocida radio en la que aparece el tan sobreestimado Alejandro Fantino. ¿Qué pasó en el medio?

El día de la producción fotográfica, el Ale se levantó con unas ganas terribles de convertirse en leyenda viviente. Agarró y decidió que lo mejor era disfrazarse de gángster americano. Y así fue. Las pruebas de su locura están a la vista de todos, en forma de gigantografía, en cada esquina porteña, en cada semáforo. Como si no fuera suficiente con las minas en bolas que dan a una ganas de pegarse un tiro en la sien, ahora aparece Fantino disfrazado de dealer de Harlem. ¿Era necesario?.

Tiene una camiseta blanca escote en V y unos collares (varios), largos, tipo cadena, un blazer como los del colegio, y un sombrero. ¡Un sombrero!. Cuando mi concubino se pone el sombrero yo río hasta el hartazgo. Y a él le encanta ser medio ridículo. ¡Pero el Ale lo hizo pensando que se iba a ganar más minitas! (o chaboncitos, en realidad).

El del Ale es un problema grave, merece que un buen doctor le recete una gran dosis de algo que lo baje de esa nube de pedos. ¿O será que quiere parecerse a Alan Faena? ¿El Ale no tiene amigos que se rían de sus estupideces? ¿Alguien, algún ser que le traiga algo de cordura? ¿Alquien que le diga "esto sí, esto no, eso no, tampoco, menos, no seas ridículo, mejor internate"?

¡Y aparte el gesto! Le dijeron poné cara de interesante y a él le salió un gesto de “Vení, mamita, papito, vení que te como toda/o”. Me imagino al fotógrafo resistiendo la carcajada que produce ver al Ale disfrazado de magnate colombiano poniendo cara de malo. Me imagino al diseñador armando la gigantografía, eligiendo la peor de todas las fotos. Me imagino al Ale mirando orgulloso esa pieza deforme que resultó de sus delirios de grandeza. Me lo imagino y no decido si matarme o matarlo.

Que alguien haga algo, no puede ser que el Ale siga ahí, castigándonos con su cara deforme, con su disfraz trucho, con sus palabras sin sentido. Que alguien traiga la cordura al cerebro del Ale.

Por favor.

Al margen, el programa se titula "Música con pelotas". Dios mio.

El amor se puso de moda

Qué embole.

Empecé a sospecharlo hace algunos años, cuando una adolescente que recién conocía se despidió diciendo: “Nos vemos, linda”.

Y ahora resulta que se volvió costumbre andar por el mundo expresando cariño sin medida. ¿Pero qué es lo que nos ocurre? Hermosa, dulce, linda, preciosa, corazón… todas paparruchadas de gente que derrocha amor sin discriminación. ¿Pero es que no podemos establecer un filtro? ¿Dónde quedaron los tiempos en que el otro debía ganarse nuestro amor?.

Todos mandan besos, lluvias de corazones, saluditos, cariños. No es necesario. Limitemos un poco esta necesidad de expresar cariño las veinticuatro horas del día. No. No nos tenemos que querer. No es obligación. No es mandato divino. Ni siquiera divino amar desmesuradamente. Ni divino ni sano.

Me resisto. Me resisto a demostrar cariño a cualquiera que charle conmigo, que me escriba. Necesito que vuelvan los tiempos de la elegancia. Basta de “besus”, de “amorcis”, de “amiguis”. Basta. Es necesario que alguien tome el toro por las astas. Que alguien enseñe a los jóvenes que enviarle cariño al mundo entero va a terminar por matarnos a todos en una orgía de besus y amorcis sin fin.

Que vuelva la época en que el amor se demostraba con acciones, que los besos se daban con la boca, las caricias con las manos, los abrazos con el cuerpo. Basta de amarnos tanto. Vamos a terminar empalagados.