miércoles, 24 de diciembre de 2008

Ñoña

Me voy diez días. Me voy con el señor que vive conmigo a vivir extrañas aventuras cordobesas. Ya empacamos las ojotas y la "Doctrina Peronista" que descansa en nuestra mesa de luz. De canuto metí algunos discos de Alcides, uno de Gilda y varios de La Nueva Luna.

No desesperen ante mi ausencia. Pero tampoco me olviden.

¡Gracias por acompañarme todo este año!

Sin ustedes el blog no existiría.

PD: El que me venga con el chiste "Nos vemos el año que viene" o aquel que el 2 de enero venga con eso de que "¡No nos vemos desde el año pasado!", se gana un trompadón. Están avisados.





No sean mensos. Si todavía no vieron "El milagro de P. Tinto", corran a buscarla (el director es Javier Fesser, que además tiene unos videos increíbles en YouTube). ¡Hasta luego!

lunes, 22 de diciembre de 2008

Mea culpa

Confieso que el viernes fui a una fiesta de egresados al boliche más tumba de todo Flores. Confieso, también, que tomé litros de la cerveza mas berreta y que no me importó que se me cayera encima un tipo transpirado.

Confieso que bailé reggaeton, cumbia, "marcha", salsa y merengue. Confieso que hice el pasito del Meneito, el de Provócame, y que pogué al ritmo de "Quiero vino, oh oh oh".

Confieso que bailé arriba de un parlante con un desconocido y que le dije a un albino que me daba miedo que fuera violador. También confieso que con mi amiga A hicimos el concurso más estúpido: ver quién se sacaba mas fotos con los pelados egresados (ganó A, por supuesto)

Confieso que me peleé con un patovica porque no me dejaba hacer qué cosa y, por último, confieso que le dije a una muchacha que me empujó que era una puta mal vestida y que si me seguía jodiendo, le iba a decir al albino que ella gustaba de él.

Y sí, no puedo negarlo, confieso que me divertí.


Al margen: si todos esos pelados son nuestros futuros médicos, yo, de onda, te aconsejo que no te enfermes.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Tocar el cielo

En casa siempre fuimos fanáticos de Charly García. Por eso, cuando Papá Noel nos trajo a mi y a mis hermanos una entrada para ir a ver la presentación de Say No More, la alegría no nos entraba en el cuerpo. Estábamos emocionadísimos, especialmente yo: era mi primer recital.

El Gran Rex (o el de enfrente) era gigante, pero Papá Noel (que es un ser extremadamente bondadoso) nos había mandado las mejores ubicaciones: fila tres, al medio. Llegamos los tres, y nos sentamos a esperar ansiosos. Me acuerdo como si fuera hoy: yo tenía puesta una chomba rayada de Equilibrium, que en esa época hacía furor.

Las luces se apagaron, empezó a sonar un piano, y se abrió el telón. Se encendió un reflector y ahí estaba. Era él, mi Dios, mi todo, ahí, tan cerquita, tocando con sus manos mágicas. Hermoso. Yo no podía ser más feliz. Hasta se me cayeron algunas lágrimas.

Sin embargo, cuando terminó el primer tema, Charly salió del escenario y no volvió a salir. nadie entendía qué sucedía. Estirábamos cogotes para ver si llegábamos a ver alguna cosa, pero el escenario estaba nuevamente oscuro, nuevamente solitario, más silencioso que nunca.

Unos minutos más tarde, una voz inundó el teatro: "El show de Charly Garcia queda suspendido por decisión del músico. En la boletería se les devolverá el dinero correspondiente. Sepan disculpar".

Nos levantamos despacito y nos dirigimos a la salida. Mi hermana me tomó de la mano, y yo, cada dos pasos, me detenía, me daba vuelta, miraba el escenario con tristeza y enojo, y seguía camino hacia la vida común y ordinaria.

Pero cuando estábamos llegando a la salida, otra vez una voz inundó el teatro, pero no era la del locutor ese feo, malo, mala onda y tira bombas. "Que la inocencia les valga, boludos", dijo esa voz tan particular, tan única, tan de El, tan de mi Dios.

Corrimos hacia el escenario, y escuché el mejor tema de mi vida. Salté y bailé y grité como nunca. Volvía a estar feliz.

Pero era Charly Garcia.

Después de ese tema, rompió un teclado, y salió del escenario para no volver. Nos devolvieron el dinero de las entradas y nos quedamos afuera esperando a mis padres. Y ahí, ese 28 de diciembre, con un calorcito agradable, con mi remera de Equilibrium, pasó mi Dios delante mio, y yo sentí que tocaba el cielo con las manos. Para colmo, me saludó.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Ciruela, Ciruela, Manzanita

Además, Camioncito tenía una obsesión que es muy del conurbano bonaerense: hacerse millonario de un día para el otro, sin hacer el mínimo esfuerzo. Yo era testigo de todos sus planes empresariales, que nacían en el sillón negro gastado frente a la computadora y morían ahí mismo, abandonados, olvidados, archivados en carpetas en el mismo sillón, en la misma computadora. Aquellos planes que gozaban de mayor suerte, en vez de morir encarpetados, iban a parar al fuego de la parrilla, y por lo menos su utilidad se disfrazaba de asado: para mí, habían cumplido su misión en la tierra.

Pero un día, Camioncito descubrió que todos sus planes para hacerse mágicamente millonario tenían algo en común: por mínimo que fuera, requerían de un mínimo trabajo de su parte. Y, entonces, una tarde, mientras caminábamos por el centro de Ramos Mejía, encontró la solución a sus problemas: el BINGO.

A partir de ese momento perdí un novio y encontré un adicto a las maquinistas tragamonedas. Iba todos los días, y se quedaba sendas horas meta ganar dos pesos y perder cinco. No se rendía, sentía que su suerte cambiaría de un momento a otro, y para no perder ese momento, prácticamente mudó sus petates a la puerta del establecimiento y se quedó ahí desde que abría las puertas hasta que lo barrían los chicos de limpieza, como si fuera una bolsa de basura llena de vasitos de plástico vacíos.

Yo lo acompañaba. No voy a negarlo. Algunos días me aburría como un hongo y me ponía a criticar a las viejas pintarrajeadas o a los viejos que, con un vaso de whisky en la mano, sentían que estaban en Las Vegas cuando en realidad estaban jugando a la ruleta electrónica en Ramos Mejía. Otros días me prendía con el juego, pero como siempre perdíamos me desanimaba rápidamente. Lo bueno es que el dinero no era mio.

Un día estábamos en casa, tranquilos, echados en el sillón viendo una película. Yo le había pedido encarecidamente que nos quedáramos en casa un día, que dejemos de perder dinero en ese lugar lleno de personas olorosas y sin bañar. Y él, que en el fondo era un ser muy bueno, me había dado el gusto. Pero a las pocas horas, un poco más un poco menos, vi que Camioncito estaba inquieto, transpiraba, se paraba, se sentaba, se acostaba... "Andá si querés, yo me qued...". No terminé la frase que Camioncito había desaparecido.

Exactamente dos horas más tarde Camioncito abrió la puerta de mi casa. Estaba pálido. Tenía la remera rota y el pelo revuelto. Las manos le temblaban. Me levanté y lo miré fijo, en silencio, pidiéndole que me explicara qué carajo le pasaba.

Camioncito
Gané dos mil pesos.

Yo me alejé, incrédula.

Camioncito
Me los robaron a dos cuadras del Bingo.

Lo abracé y por dentro agradecí. Gracias al siniestro, Camioncito no se atrevería a volver al Bingo. Y, entonces, lo obvio.

Camioncito (acercándose a mi oído)
Tengo la fija. Esa máquina tiene un montón de mosca.
Pedile $100 a tu vieja y volvemos ahora.

And the Cóndor goes to

El señor que vive conmigo está nominado al Cóndor de Plata.

Imaginate cómo está el acuariano. Estoy pensando en mudarne, porque entre él y su gigantesco ego, no me está quedando ni la esquina del patio. ¿Falta mucho para el 23 de marzo?


¡Desde Origen Ramero te felicitamos con todo el corazón!


Aunque sabemos que lo más posible es que pierda con ese otro, el de la película de mil horas, ese nosecuanto Llinás.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Mire atrás al bajar

Cuando era pequeña solía inventarme las respuestas. Era tímida en extremo, así que ante cualquier duda que surgiera, antes de pedir explicaciones a un mayor, yo inventaba respuestas. Y, la mayoría de las veces, quedaba perfectamente satisfecha.

Pero había una pregunta, una duda, una cuestión que no podía comprender, que me resultaba imposible.

El cartel infaltable en todos los colectivos, el "Mire atrás al bajar", era, para mi, la estupidez más grande del universo. Digo, para qué querría ver un quién está bajando detrás. ¿Era una cuestión de seguridad? ¿Había un mensaje oculto? ¿Una puerta hacia otra dimensión? (para colmo, en esa época había leído "La puerta para salir del mundo" y estaba obsesionada con el tópico). No me cerraba. Hacía intentos supremos y no entendía. Buscaba mensajes, carteles ocultos, figuras fantasmales, puertas invisibles. Pero no. Nunca, nada.

Así pasé muchísimos años (de verdad, fueron un montón) hasta que un día, sin querer, como quien no quiere la cosa, naturalmente, instintivamente, miré hacia mi derecha antes de bajar para que no quedar estampada como mosquita contra un camión. Y ahí entendí. No hay que mirar hacia atrás, hay que mirar a la derecha. La indicación está mal planteada.

El cartel debería decir "Mire atrás del vehículo al bajar", o "Mire a su derecha mientras baja". O de última, "Guarda que no lo pisen, no sea boludo". Algo por el estilo. Pero no puede decir "Mire atrás al bajar" porque está mal. Está mal, ¿no? ¿Está mal? ¿O la idiota soy yo?

martes, 16 de diciembre de 2008

No le cuentes a nadie

Una vez el señor que vive conmigo me dijo que su reproductor de dvd no tenía pausa.

Le creí.

Me pasé todo "El señor de los anillos" aguantando las ganas de ir al baño.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Ñoñada de fin de año

Juntarse a poner deseos de fin de año en globos, inflarlos, y tirarlos por el balcón.

A mi me parece un poco mucho.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Conciencia, animal

Estoy parada en una esquina, frente a un conocidísimo local de comidas rápidas. En la puerta, justo atravesado, un perro medio moribundo. Junto al perro medio moribundo, una chica que le da de comer dulcemente, y le convida agua y lo acaricia. La gente pasa, mira y sigue de largo. Unos minutos después, una parejita feliz se estaciona junto al perro y la muchacha. Después de algunos segundos de observar el espectáculo, avanzan hacia donde estoy yo. Y él, abrazando a su novia, sonriendo, tranquilo, como si nada, le dice:

"Yo te juro, que veo a un negro en la calle y lo mataría. Pero veo a este perrito abandonado, sin nada para comer, sin nadie que lo cuide, y me lo quiero llevar a mi casa".

La chica sonríe, lo mira embobada, y se van caminando de la mano sonrientes, tranquilos, como si nada.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Sí, quiero

01. Anoche tuvimos un casamiento. El señor que vive conmigo, fue en ojotas.

02. Una hora después de arribar, el señor que vive conmigo se quitó delicadamente las ojotas, las colocó a un costado, y procedió a remojarse las patas en la pileta del paquetérrimo jardín del salón.

03. Para finalizar la noche, se paró con otro amigo en el medio de la pista de baile y, sacando a relucir toda su peronitud, empezó a dar saltitos extraños al grito de:

Con los huesos de Aramburu
Con los huesos de Aramburu
Voy a hacer una escalera
Voy a hacer una escalera
Para que baje del cielo
Nuestra Evita Montonera

Lo amo.

jueves, 4 de diciembre de 2008

¡Un horror!

"Ay, por Dios. Qué asco. Mirá lo que es eso, todo desordenado, una cosa encima de la otra, ningún criterio. Todo aplastado. La carne arriba de los tomates, seguro esa bolsita está rota, ¿te imaginás qué rica va a quedar la ensalada? ¡Especial para Drácula! Y todos los yogures esos, mirá... se están abollando los potecitos. Yo no entiendo... si es mucho más facil ir poniendo las cositas ordenaditas. Por un lado los lácteos, verduras, carnes, latas, perfumería. ¿Pero vos te diste cuenta? Fijate, fijate por favor, ay no... es una inmunda. Ese shampoo va a quedar con olor a perejil. ¿Entendés? Shampoo con sabor a perejil..."

"Callate. Parecés tu madre." dijo el señor que vive conmigo y volvió a mirar la heladera de cervezas.

Salí de mi estado de posesión. Hice puchero, y dejé de chusmear el changuito de la señora de adelante, que me miraba de reojo, con odio desmesurado, como cuando yo miro a mi madre que, meterete como nadie, critica a cualquier ser humano, sin importar raza, religión o color.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Eso no se hace

En el top ten de las cosas que me dan asco (que, por supuesto, son millones) los primeros puestos se lo llevan: los chistes y/o humoradas escatológicas (ni siquiera apruebo la “sabanita” en lo más íntimo de una pareja) y la gente que escupe indiscriminadamente.

Hace un rato venía en el colectivo y al lado mio se había sentado un señor oloroso. Estaba del lado del pasillo, a mi me había tocado ventanilla, el colectivo estaba prácticamente vacío. Para combatir el hedor, agarré un ramito de jazmines que tenía en la mano y les eliminé todo el aroma de un naringuetazo. Todo venía bien, hasta que el muy desagradable empezó a gargajear brutalmente y a lanzar sus escupidas hacia el pasillo del colectivo. Así como leen: al pasillo. Por donde la gente camina. En el interior. Adentro. Lo hizo una, dos, tres veces. Se revolvía de placer y se enorgullecía de su asquerosidad. Yo lo podía ver en su rostro, en su mirada libidinosa.

Pero no pude hacer nada. Por tímida, por cansada, por no querer hacer un escándalo, me quedé en el molde. En mi rostro había quedado momificada la mueca de una persona que había visto al cuco. No podia decirle “viejo de mierda”, “asqueroso”, “sucio” ni nada por el estilo. Había perdido el habla. Y, aparte, me daba vergüenza ajena.

Para suerte mia, estábamos llegando a la parada donde me tenía que bajar, así que le pedí permiso y caminé por el pasillo escupido, dando saltitos esquivadores de gargajos verdosos y gigantescos.

Cuando bajé, caminé tranquila, oliendo mis jazmines y pensando, tratando de entender, de dilucidar, en qué momento a este hijo de puta le pareció que era una buena idea escupir sin ton ni son. Ni discriminación.

Eso no hace señor, no sea guarango. Y menos, mucho menos, con una dama a su lado.

Mi conejita Katy

Cuando tenía tres años mi papá me regaló un especimen animal hermoso: una coneja. Era gris, chiquita, y toda suavecita. Le puse Katy. Yo jugaba con Katy, la paseaba de un lado para el otro, le hablaba, la acariciaba, dormía con ella, le hacía mimos. Era mi compañera ideal.

Pero un día, Katy desapareció.

Al poco tiempo mi papá me volvió a regalar, no un conejo, sino dos. Dos conejos blancos, grandes, machotes, aburridos, olorosos. Yo quería mi Katy, pero ya no estaba más. Nadie sabía decirme dónde estaba ni por qué se había ido o a qué hora volvería.

Durante mucho tiempo pensé que se había muerto y no sabían cómo decírmelo, y que por ese motivo se habían llamado al silencio. Pero cuenta la leyenda de la familia ramera, que el destino de mi querida Katy no fue ese.

Pareciera ser, se dice que, se sospecha que: mi vecino se robó a mi conejita preciosa, la mató, adobó, cocinó a fuego lento, y manducó tremendo guiso de Katy.

lunes, 1 de diciembre de 2008

¿Te cuento otra?

En una época fui medio tímida para expresar qué quería y qué no, a la hora de estar en la cama con alguien. Por eso, cuando decidí finalmente hablar con Robertito para plantearle lo que necesitaba, lo hice en un momento de suma intimidad: los diez o quince minutos post coito. (después, en general, los hombres se ponen muy inquietos). Inspiré mucho aire y me acerqué a su cuello, le di un beso, y luego le susurré al oído:

Una Ramera
La próxima quiero ponerme en cuatro.

Me separé de él y sonreí de manera pícara y cómplice. Pero a cambio recibí una mueca de lo mas seriecita.

Robertito
No

Y al ver mi cara confundida, mi gesto incrédulo, mis ojitos tristes, continuó:

Robertito
Es que si te ponés en cuatro,
no podés tocarme los pezones.

Yo todavía me río un poco. ¿Lo mio es pacatería, sentido común o lisa llanamente maldad?