miércoles, 2 de junio de 2010

Consejo

No se podía respirar.

Me corrijo: se podía respirar el aire caliente que salía de la nariz del de al lado. O que salía de las axilas húmedas o el aliento de una boca empastada.
En el colectivo estábamos apretados, transpirados, nerviosos. Con calor. No podíamos movernos ni medio centímetro. Un movimiento en falso podría haber provocado una caída generalizada. El resultado hubiera sido una montaña de cuerpos, todos enredados. Algo desagradable. No entraba nadie mas. Nada ni nadie. Estábamos casi encastrados los unos con los otros. Yo estaba al lado del conductor.

Cuando llegó a la parada, que coincidió con un semáforo en rojo, el colectivero no abrió la puerta: no había manera de abrirla. Le gritaron, los que estaban abajo. Lo putearon. Le dijeron barbaridades sobre la puta que lo parió, la concha de su hermana, la pija corta y su homosexualidad reprimida. El colectivero les contestó "¿no ven que no puedo abrir?". Cuando estaba por arrancar, una chica corrió delante del colectivo. Se paró al lado de la ventanilla del señor. Y golpeó la ventanilla una, dos, tres veces. Y le gritó, con voz histérica, aguda y punzante: "Te voy a denunciar, hijo de puta, ya vas a ver, tomé tu número, ya vas a ver hijo de puta". Y él, dotado de una calma envidiable la miró, y le dijo, sonriente: "¿Pero por qué no te buscás un novio linda? Uno que tenga plata buscate, uno con auto". Y la chica se alejó, sin contestar nada, y nosotros arrancamos.

Yo me reí.