miércoles, 24 de diciembre de 2008

Ñoña

Me voy diez días. Me voy con el señor que vive conmigo a vivir extrañas aventuras cordobesas. Ya empacamos las ojotas y la "Doctrina Peronista" que descansa en nuestra mesa de luz. De canuto metí algunos discos de Alcides, uno de Gilda y varios de La Nueva Luna.

No desesperen ante mi ausencia. Pero tampoco me olviden.

¡Gracias por acompañarme todo este año!

Sin ustedes el blog no existiría.

PD: El que me venga con el chiste "Nos vemos el año que viene" o aquel que el 2 de enero venga con eso de que "¡No nos vemos desde el año pasado!", se gana un trompadón. Están avisados.





No sean mensos. Si todavía no vieron "El milagro de P. Tinto", corran a buscarla (el director es Javier Fesser, que además tiene unos videos increíbles en YouTube). ¡Hasta luego!

lunes, 22 de diciembre de 2008

Mea culpa

Confieso que el viernes fui a una fiesta de egresados al boliche más tumba de todo Flores. Confieso, también, que tomé litros de la cerveza mas berreta y que no me importó que se me cayera encima un tipo transpirado.

Confieso que bailé reggaeton, cumbia, "marcha", salsa y merengue. Confieso que hice el pasito del Meneito, el de Provócame, y que pogué al ritmo de "Quiero vino, oh oh oh".

Confieso que bailé arriba de un parlante con un desconocido y que le dije a un albino que me daba miedo que fuera violador. También confieso que con mi amiga A hicimos el concurso más estúpido: ver quién se sacaba mas fotos con los pelados egresados (ganó A, por supuesto)

Confieso que me peleé con un patovica porque no me dejaba hacer qué cosa y, por último, confieso que le dije a una muchacha que me empujó que era una puta mal vestida y que si me seguía jodiendo, le iba a decir al albino que ella gustaba de él.

Y sí, no puedo negarlo, confieso que me divertí.


Al margen: si todos esos pelados son nuestros futuros médicos, yo, de onda, te aconsejo que no te enfermes.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Tocar el cielo

En casa siempre fuimos fanáticos de Charly García. Por eso, cuando Papá Noel nos trajo a mi y a mis hermanos una entrada para ir a ver la presentación de Say No More, la alegría no nos entraba en el cuerpo. Estábamos emocionadísimos, especialmente yo: era mi primer recital.

El Gran Rex (o el de enfrente) era gigante, pero Papá Noel (que es un ser extremadamente bondadoso) nos había mandado las mejores ubicaciones: fila tres, al medio. Llegamos los tres, y nos sentamos a esperar ansiosos. Me acuerdo como si fuera hoy: yo tenía puesta una chomba rayada de Equilibrium, que en esa época hacía furor.

Las luces se apagaron, empezó a sonar un piano, y se abrió el telón. Se encendió un reflector y ahí estaba. Era él, mi Dios, mi todo, ahí, tan cerquita, tocando con sus manos mágicas. Hermoso. Yo no podía ser más feliz. Hasta se me cayeron algunas lágrimas.

Sin embargo, cuando terminó el primer tema, Charly salió del escenario y no volvió a salir. nadie entendía qué sucedía. Estirábamos cogotes para ver si llegábamos a ver alguna cosa, pero el escenario estaba nuevamente oscuro, nuevamente solitario, más silencioso que nunca.

Unos minutos más tarde, una voz inundó el teatro: "El show de Charly Garcia queda suspendido por decisión del músico. En la boletería se les devolverá el dinero correspondiente. Sepan disculpar".

Nos levantamos despacito y nos dirigimos a la salida. Mi hermana me tomó de la mano, y yo, cada dos pasos, me detenía, me daba vuelta, miraba el escenario con tristeza y enojo, y seguía camino hacia la vida común y ordinaria.

Pero cuando estábamos llegando a la salida, otra vez una voz inundó el teatro, pero no era la del locutor ese feo, malo, mala onda y tira bombas. "Que la inocencia les valga, boludos", dijo esa voz tan particular, tan única, tan de El, tan de mi Dios.

Corrimos hacia el escenario, y escuché el mejor tema de mi vida. Salté y bailé y grité como nunca. Volvía a estar feliz.

Pero era Charly Garcia.

Después de ese tema, rompió un teclado, y salió del escenario para no volver. Nos devolvieron el dinero de las entradas y nos quedamos afuera esperando a mis padres. Y ahí, ese 28 de diciembre, con un calorcito agradable, con mi remera de Equilibrium, pasó mi Dios delante mio, y yo sentí que tocaba el cielo con las manos. Para colmo, me saludó.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Ciruela, Ciruela, Manzanita

Además, Camioncito tenía una obsesión que es muy del conurbano bonaerense: hacerse millonario de un día para el otro, sin hacer el mínimo esfuerzo. Yo era testigo de todos sus planes empresariales, que nacían en el sillón negro gastado frente a la computadora y morían ahí mismo, abandonados, olvidados, archivados en carpetas en el mismo sillón, en la misma computadora. Aquellos planes que gozaban de mayor suerte, en vez de morir encarpetados, iban a parar al fuego de la parrilla, y por lo menos su utilidad se disfrazaba de asado: para mí, habían cumplido su misión en la tierra.

Pero un día, Camioncito descubrió que todos sus planes para hacerse mágicamente millonario tenían algo en común: por mínimo que fuera, requerían de un mínimo trabajo de su parte. Y, entonces, una tarde, mientras caminábamos por el centro de Ramos Mejía, encontró la solución a sus problemas: el BINGO.

A partir de ese momento perdí un novio y encontré un adicto a las maquinistas tragamonedas. Iba todos los días, y se quedaba sendas horas meta ganar dos pesos y perder cinco. No se rendía, sentía que su suerte cambiaría de un momento a otro, y para no perder ese momento, prácticamente mudó sus petates a la puerta del establecimiento y se quedó ahí desde que abría las puertas hasta que lo barrían los chicos de limpieza, como si fuera una bolsa de basura llena de vasitos de plástico vacíos.

Yo lo acompañaba. No voy a negarlo. Algunos días me aburría como un hongo y me ponía a criticar a las viejas pintarrajeadas o a los viejos que, con un vaso de whisky en la mano, sentían que estaban en Las Vegas cuando en realidad estaban jugando a la ruleta electrónica en Ramos Mejía. Otros días me prendía con el juego, pero como siempre perdíamos me desanimaba rápidamente. Lo bueno es que el dinero no era mio.

Un día estábamos en casa, tranquilos, echados en el sillón viendo una película. Yo le había pedido encarecidamente que nos quedáramos en casa un día, que dejemos de perder dinero en ese lugar lleno de personas olorosas y sin bañar. Y él, que en el fondo era un ser muy bueno, me había dado el gusto. Pero a las pocas horas, un poco más un poco menos, vi que Camioncito estaba inquieto, transpiraba, se paraba, se sentaba, se acostaba... "Andá si querés, yo me qued...". No terminé la frase que Camioncito había desaparecido.

Exactamente dos horas más tarde Camioncito abrió la puerta de mi casa. Estaba pálido. Tenía la remera rota y el pelo revuelto. Las manos le temblaban. Me levanté y lo miré fijo, en silencio, pidiéndole que me explicara qué carajo le pasaba.

Camioncito
Gané dos mil pesos.

Yo me alejé, incrédula.

Camioncito
Me los robaron a dos cuadras del Bingo.

Lo abracé y por dentro agradecí. Gracias al siniestro, Camioncito no se atrevería a volver al Bingo. Y, entonces, lo obvio.

Camioncito (acercándose a mi oído)
Tengo la fija. Esa máquina tiene un montón de mosca.
Pedile $100 a tu vieja y volvemos ahora.

And the Cóndor goes to

El señor que vive conmigo está nominado al Cóndor de Plata.

Imaginate cómo está el acuariano. Estoy pensando en mudarne, porque entre él y su gigantesco ego, no me está quedando ni la esquina del patio. ¿Falta mucho para el 23 de marzo?


¡Desde Origen Ramero te felicitamos con todo el corazón!


Aunque sabemos que lo más posible es que pierda con ese otro, el de la película de mil horas, ese nosecuanto Llinás.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Mire atrás al bajar

Cuando era pequeña solía inventarme las respuestas. Era tímida en extremo, así que ante cualquier duda que surgiera, antes de pedir explicaciones a un mayor, yo inventaba respuestas. Y, la mayoría de las veces, quedaba perfectamente satisfecha.

Pero había una pregunta, una duda, una cuestión que no podía comprender, que me resultaba imposible.

El cartel infaltable en todos los colectivos, el "Mire atrás al bajar", era, para mi, la estupidez más grande del universo. Digo, para qué querría ver un quién está bajando detrás. ¿Era una cuestión de seguridad? ¿Había un mensaje oculto? ¿Una puerta hacia otra dimensión? (para colmo, en esa época había leído "La puerta para salir del mundo" y estaba obsesionada con el tópico). No me cerraba. Hacía intentos supremos y no entendía. Buscaba mensajes, carteles ocultos, figuras fantasmales, puertas invisibles. Pero no. Nunca, nada.

Así pasé muchísimos años (de verdad, fueron un montón) hasta que un día, sin querer, como quien no quiere la cosa, naturalmente, instintivamente, miré hacia mi derecha antes de bajar para que no quedar estampada como mosquita contra un camión. Y ahí entendí. No hay que mirar hacia atrás, hay que mirar a la derecha. La indicación está mal planteada.

El cartel debería decir "Mire atrás del vehículo al bajar", o "Mire a su derecha mientras baja". O de última, "Guarda que no lo pisen, no sea boludo". Algo por el estilo. Pero no puede decir "Mire atrás al bajar" porque está mal. Está mal, ¿no? ¿Está mal? ¿O la idiota soy yo?

martes, 16 de diciembre de 2008

No le cuentes a nadie

Una vez el señor que vive conmigo me dijo que su reproductor de dvd no tenía pausa.

Le creí.

Me pasé todo "El señor de los anillos" aguantando las ganas de ir al baño.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Ñoñada de fin de año

Juntarse a poner deseos de fin de año en globos, inflarlos, y tirarlos por el balcón.

A mi me parece un poco mucho.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Conciencia, animal

Estoy parada en una esquina, frente a un conocidísimo local de comidas rápidas. En la puerta, justo atravesado, un perro medio moribundo. Junto al perro medio moribundo, una chica que le da de comer dulcemente, y le convida agua y lo acaricia. La gente pasa, mira y sigue de largo. Unos minutos después, una parejita feliz se estaciona junto al perro y la muchacha. Después de algunos segundos de observar el espectáculo, avanzan hacia donde estoy yo. Y él, abrazando a su novia, sonriendo, tranquilo, como si nada, le dice:

"Yo te juro, que veo a un negro en la calle y lo mataría. Pero veo a este perrito abandonado, sin nada para comer, sin nadie que lo cuide, y me lo quiero llevar a mi casa".

La chica sonríe, lo mira embobada, y se van caminando de la mano sonrientes, tranquilos, como si nada.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Sí, quiero

01. Anoche tuvimos un casamiento. El señor que vive conmigo, fue en ojotas.

02. Una hora después de arribar, el señor que vive conmigo se quitó delicadamente las ojotas, las colocó a un costado, y procedió a remojarse las patas en la pileta del paquetérrimo jardín del salón.

03. Para finalizar la noche, se paró con otro amigo en el medio de la pista de baile y, sacando a relucir toda su peronitud, empezó a dar saltitos extraños al grito de:

Con los huesos de Aramburu
Con los huesos de Aramburu
Voy a hacer una escalera
Voy a hacer una escalera
Para que baje del cielo
Nuestra Evita Montonera

Lo amo.

jueves, 4 de diciembre de 2008

¡Un horror!

"Ay, por Dios. Qué asco. Mirá lo que es eso, todo desordenado, una cosa encima de la otra, ningún criterio. Todo aplastado. La carne arriba de los tomates, seguro esa bolsita está rota, ¿te imaginás qué rica va a quedar la ensalada? ¡Especial para Drácula! Y todos los yogures esos, mirá... se están abollando los potecitos. Yo no entiendo... si es mucho más facil ir poniendo las cositas ordenaditas. Por un lado los lácteos, verduras, carnes, latas, perfumería. ¿Pero vos te diste cuenta? Fijate, fijate por favor, ay no... es una inmunda. Ese shampoo va a quedar con olor a perejil. ¿Entendés? Shampoo con sabor a perejil..."

"Callate. Parecés tu madre." dijo el señor que vive conmigo y volvió a mirar la heladera de cervezas.

Salí de mi estado de posesión. Hice puchero, y dejé de chusmear el changuito de la señora de adelante, que me miraba de reojo, con odio desmesurado, como cuando yo miro a mi madre que, meterete como nadie, critica a cualquier ser humano, sin importar raza, religión o color.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Eso no se hace

En el top ten de las cosas que me dan asco (que, por supuesto, son millones) los primeros puestos se lo llevan: los chistes y/o humoradas escatológicas (ni siquiera apruebo la “sabanita” en lo más íntimo de una pareja) y la gente que escupe indiscriminadamente.

Hace un rato venía en el colectivo y al lado mio se había sentado un señor oloroso. Estaba del lado del pasillo, a mi me había tocado ventanilla, el colectivo estaba prácticamente vacío. Para combatir el hedor, agarré un ramito de jazmines que tenía en la mano y les eliminé todo el aroma de un naringuetazo. Todo venía bien, hasta que el muy desagradable empezó a gargajear brutalmente y a lanzar sus escupidas hacia el pasillo del colectivo. Así como leen: al pasillo. Por donde la gente camina. En el interior. Adentro. Lo hizo una, dos, tres veces. Se revolvía de placer y se enorgullecía de su asquerosidad. Yo lo podía ver en su rostro, en su mirada libidinosa.

Pero no pude hacer nada. Por tímida, por cansada, por no querer hacer un escándalo, me quedé en el molde. En mi rostro había quedado momificada la mueca de una persona que había visto al cuco. No podia decirle “viejo de mierda”, “asqueroso”, “sucio” ni nada por el estilo. Había perdido el habla. Y, aparte, me daba vergüenza ajena.

Para suerte mia, estábamos llegando a la parada donde me tenía que bajar, así que le pedí permiso y caminé por el pasillo escupido, dando saltitos esquivadores de gargajos verdosos y gigantescos.

Cuando bajé, caminé tranquila, oliendo mis jazmines y pensando, tratando de entender, de dilucidar, en qué momento a este hijo de puta le pareció que era una buena idea escupir sin ton ni son. Ni discriminación.

Eso no hace señor, no sea guarango. Y menos, mucho menos, con una dama a su lado.

Mi conejita Katy

Cuando tenía tres años mi papá me regaló un especimen animal hermoso: una coneja. Era gris, chiquita, y toda suavecita. Le puse Katy. Yo jugaba con Katy, la paseaba de un lado para el otro, le hablaba, la acariciaba, dormía con ella, le hacía mimos. Era mi compañera ideal.

Pero un día, Katy desapareció.

Al poco tiempo mi papá me volvió a regalar, no un conejo, sino dos. Dos conejos blancos, grandes, machotes, aburridos, olorosos. Yo quería mi Katy, pero ya no estaba más. Nadie sabía decirme dónde estaba ni por qué se había ido o a qué hora volvería.

Durante mucho tiempo pensé que se había muerto y no sabían cómo decírmelo, y que por ese motivo se habían llamado al silencio. Pero cuenta la leyenda de la familia ramera, que el destino de mi querida Katy no fue ese.

Pareciera ser, se dice que, se sospecha que: mi vecino se robó a mi conejita preciosa, la mató, adobó, cocinó a fuego lento, y manducó tremendo guiso de Katy.

lunes, 1 de diciembre de 2008

¿Te cuento otra?

En una época fui medio tímida para expresar qué quería y qué no, a la hora de estar en la cama con alguien. Por eso, cuando decidí finalmente hablar con Robertito para plantearle lo que necesitaba, lo hice en un momento de suma intimidad: los diez o quince minutos post coito. (después, en general, los hombres se ponen muy inquietos). Inspiré mucho aire y me acerqué a su cuello, le di un beso, y luego le susurré al oído:

Una Ramera
La próxima quiero ponerme en cuatro.

Me separé de él y sonreí de manera pícara y cómplice. Pero a cambio recibí una mueca de lo mas seriecita.

Robertito
No

Y al ver mi cara confundida, mi gesto incrédulo, mis ojitos tristes, continuó:

Robertito
Es que si te ponés en cuatro,
no podés tocarme los pezones.

Yo todavía me río un poco. ¿Lo mio es pacatería, sentido común o lisa llanamente maldad?

jueves, 27 de noviembre de 2008

¡Bingo!

Bueno, la cosa es que lo miro mientras habla con su madre. Espero, sentada, desnuda y pensando un monton de boludeces que no vienen al caso. Hasta que vuelve. Y con todo el esfuerzo remontamos la situación. Y cuando estábamos ahí, envueltos en ardiente pasión, llegando a la cima, dejándonos llevar por nuestros instintos mas primitivos:

Pelmazo (susurrandome)
¿No me das una tijera?

Una Ramera (espantada)
¿Eh?

Pelmazo
Es que no puedo abrir el forro

Cartón lleno.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

martes, 25 de noviembre de 2008

La vida con un acuariano

1.
M: Estás lindo...
Acuariano: ¿Viste?

2.
M: ¿Vamos a leer al parque?
Acuariano: ¿Me comprás el diario que salio una nota mia?

3.
M: ¿Por qué cambiaste el fondo de pantalla de MI computadora?
Acuariano: ¿Te pongo una foto mia y encima te quejás?

4.
M: Te quiero mucho.
Acuariano: Yo me amo.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Advertencia

El próximo ser humano que se atreva, en cualquier situación, a decirme "señora", muere.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Glamour Cero

La primera vez que fuimos a cenar afuera con los padres de Camioncito, yo estaba emocionada. Mis ex suegros nunca salían de su casa y convencerlos nos había llevado más de un mes.

Por eso, ese sábado, estuve desde las cuatro de la tarde eligiendo el atuendo perfecto, el peinado ideal, el maquillaje que nunca usaba. La noche debía ser perfecta.

Decidí ponerme un vestido por las rodillas, muy veraniego, con un escote que mejor ni te cuento, unas chatitas y un saquito que ahora me resulta inmundo. Me pasaron a buscar y, en menos de diez minutos, ya estábamos en la vereda de enfrente de la pizzería paqueta de Ramos Mejía.

Bajé del auto y me saqué el saquito. Al fin y al cabo, hacía calor y yo tenía que lucir el escote. Crucé la avenida bastante mas rápido que ellos, por lo que llegué a la puerta del comedero y me quedé parada hasta que llegaran. Estaba contenta. Demasiado.

Mientras estaba parada ahí, pasó un grupo de adolescenes de entre quince y dieciseis años. Me miraron, se sonrojaron y se rieron tímidamente. Yo me sentí, como mínimo, una diosa. Todo estaba saliendo de mil maravillas.

O por lo menos eso era lo que yo creía.

Porque cuando entré al comedero, y enfilé hacia la escalera para ir al primer piso, el alma se me fue al piso en menos de treinta segundos. Subí el primer escalón, el segundo, el tercero… iba moviendo deliberadamente la cola y tenía la espalda derecha, lo de nunca. Pero cuando estaba llegando al quinto escalón, empecé a verme en el espejo del descanso de la escalera. Primero la frente, la nariz, la boca, el cuello… y después.

Después una teta. Al aire. Descubierta. Desnuda. Haciendo topless. Descarada. Como las viejas en los vestuarios. Como Moria en la playa. Como la mujer de Hnglin. Una teta que descansaba afuera del vestido, que se revelaba al mundo, que no quería se cubierta, sino mas bien descubierta.

Me quedé helada. No sabía qué hacer. Me moría de la vergüenza pero al mismo tiempo no hacía nada para cubrirme. Me miraba el vestido con un pecho afuera y no entendía en qué momento había pasado. Me quería morir.

Después de algunos segundos eternos, sentí que Camioncito me tocaba el culo, como de costumbre, para que caminara. Ahí salí de mi congelamiento, recién ahí pude cubrirme.
Caminé a la mesa, con la cabeza gacha, me senté y comí en silencio, toda la noche, espiando de reojo a todos los comensales del restaurante, sintiendo que todos me habían visto la teta, que todos se estaban riendo de mi.

Después de ese día, el vestido quedó apolillando en el placard. Y nunca mas invité a mis ex suegros a comer ni un pancho al kiosco de la esquina.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Intimidades de Antaño II

Imaginate. Es una de las primeras veces que yo duermo en una cama que no es la de mi casa. Soy adolescente y estoy en mi primera relación importante.
Estoy acostada, leyendo un libro.

Entonces entra él, con una bandeja en la mano. Miro de reojo para ver que traía de comer. Pero no llego. Y cuando me estoy incoporando, la sorpresa: él -el macho de américa, el dandy, el seductor, el todo, mi todo- había colocado su miembro en la bandeja y se acercaba lentamente hacia mi.

Macho
La cena está servida

Me quedo sin palabras. Acto seguido cierro el libro, me levanto, me cambio, y salgo del departamento. Nunca más nos volvemos a ver. Pero es el día de hoy que todavía me pregunto: ¿Qué era lo que pretendía este tarado? ¿Alguna sugerencia?

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Concierto

Para los que vean en mi un ser absolutamente bruto e ignorante, los sorprendo diciendo que alguna vez fui una grn pianista. Estudié toda mi vida y tenía grandes cualidades. Pero claro, las grandes cualidades no servían de nada a la hora de tocar delante de alguien. Me ponía nerviosa, transpiraba, me temblaban las manos y sentía que de a poco me bajaba la presión. A pesar de esto, todas las veces que toqué en público salí airosa. Salvo una. Una sola vez bastó para que abandonara, de una y para siempre, mi incipiente carrera musical.

Subí al escenario, hacía mucho calor y tenía puesta una pollera muy elegantona. Apenas me senté en el taburete, supe que había algo que no andaba bien. Levanté la vista y los vi. El público. Me miraban en silencio, expectantes, jugando a que el programa era un abanico. Cerré los ojos y giré la cabeza. Miré a mi profesora, que me levantó las cejas dándome el ok para comenzar.

Las manos me temblaban como nunca, las piernas también. No encontraba los pedales y la partitura se estaba cayendo al piso. Empecé a tocar, temerosa, y El Choclo empezó a fluir. Demasiado tranquilo fluía, demasiado aburrido, demasiado vacío. Y en un momento, lo inevitable: me quedé en blanco. Pero blanco total, profundo, blanco Ala. Paré de tocar. Miré a mi profesora que me hacía señas para seguir, miré al público que estiraba el cogote para entender qué había pasado. Me puse a llorar. Mi profesora se acercó y me señaló en la partitura por dónde tenía que seguir. No pude. Me levanté, con el maquillaje corrido, y bajé por la parte delantera del escenario. Mientras bajaba la escalera la gente empezó a aplaudir. Nunca en mi vida sentí tanta vergüenza. Ellos aplaudían y yo lloraba. Al fondo del teatro me esperaba mi hermana. Me abrazó y salimos. La gente seguía aplaudiendo.

Esa fue la última vez que toqué el piano. Todavía me arrepiento.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Fakebook

Desde que me abrí una cuenta en facebook me hice adicta a mirar fotos ajenas, desesperada, enajenada, sólo para reírme de las atrocidades con las que me encuentro.

En especial me pasa con compañeros del secundario, que se te aparecen y te piden autorización y yo los autorizo sólo para ver cuán baqueteados están. Te dejan un mensajito que se revela falso como eso de que "M ahora es amigo de lachotadejara". Amigos las pelotas.

Y después voy, frotándome las manos, a sus perfiles, y husmeo con la peor maldad conocida todas y cada una de sus fotos. Me río, me burlo, se las paso a alguna amiga, nos reímos juntas. Me sorprende cuán feas se han vuelto las rameras con los años. Cosa de no creer.

Pero claro, Fakebook es como un boomerang que va y vuelve con más velocidad, con más violencia, y me llega un mail donde dice "lachotadejara te ha etiquetado en una foto". Y voy, la miro, y me quiero matar.

Quién me quita lo bailado. Los festines que me he dado en los últimos meses no se comparan con una foto mia con ocho o nueve kilitos de mas.

El peligro. Hoy me crucé con la foto de una ex compañera del secundario. Un primer plano de ella con su horrible maquillaje y su indumentaria de gato de bailanta que, junto a su novio, perpetúan una de las más desagradables imágenes que jamás vaya a ver: un beso con lengua al exterior.

Hoy voy a tener pesadillas. Te juro.

Update: le paso una de las fotos a mi amiga A. Y nos dimos cuenta: la chica es Faivel travestido. Imaginate.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Declaración de principios

  • No toleraremos jamás a los portadores de riñonera.
  • No tragaremos nunca a los boy scouts.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Forrita

No man. Corte que ser sordo ya te habilita, de movida, a tener el asiento en el colectivo. Pero no, no podés, encima, colarte en la fila para subir. Ni da.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Conflictiva

Tengo una compañera nueva en el trabajo. Es una señora grandecita (como cuarenta y cinco) que tiene muy buena onda, buen humor y predisposición para repartir al mundo entero.
Pero.

Tiene un serio problema.

No reconoce que no sabe ni prender una computadora. Si no puede imprimir, es porque la impresora está desconfigurada. Si la máquina no prende, es porque el enchufe anda mal. Si no tiene internet, la empresa proovedora no le está dando servicio. Siempre el conflicto es de la impresora, del enchufe, de la otra empresa. Pero nunca, nunca jamás, ella tendrá la culpa.
Sin ir más lejor, ayer le grabé un dvd de una película que estamos terminando, y hoy a la mañana me lo devolvió acusando que no tenía sonido.

D
No anda el sonido. Tiene un conflicto porque
lo hiciste en Mac y yo tengo PC.

Una Ramera
¿Y qué tiene que ver?

D
Eso, que hay un conflicto

Una Ramera
No, no hay nada.

D
Sí que hay

Una Ramera
No, D. Lo que pasa es que vos sos inoperante

Puede que me haya ido un poco al carajo, pero lo solucioné con una carcajada. Le dije que había sido un chistecito. Por supuesto, no me creyó. Ahora voy a tener que invitarle el almuerzo. Y volver a grabarle el dvd. Y mañana escuchar, de nuevo, y como siempre, los conflictos que el mundo informático tiene con la pobre D. Dios mio. No puedo ser tan idiota.

martes, 21 de octubre de 2008

Intimidades de antaño

Y ahí, justo en el momento previo, cuando nuestros cuerpos desnudos ya venían rozándose por una larga media hora. Cuando, despeinados, nos decíamos chanchadas al oído, nos acariciábamos y besábamos. Ahí, mientras sonaba Nancy Sinatra con melodías hermosas, cargadas de erotismo y pasión. Ahí. Justo en ese momento, pero te juro que justo justo en ese momento, él se alejó un poquito y me dijo: “Pará que le aviso a mi mamá que no voy a dormir a casa”. ¡Pedazo de pelmazo!

viernes, 17 de octubre de 2008

Vamos de paseo

Hay días en los que me levanto jovial y llena de energía. Días en los que siento que me llevo el mundo por delante, días en los que no hay nadie más lindo, ni más inteligente, ni en mejor forma que yo. Hace una semana tuve uno de esos días horribles. Y ese día, a las nueve de la mañana, decidí que iría al trabajo en bicicleta.

Algunos meses antes había visto en una revista femenina una nota sobre las calles de París y sus mujeres. Mujeres hermosas, con estilo, con rostros frescos y zapatitos de princesa. Mujeres que, aunque despeinadas, lucían para el infarto. Y quedé impresionada ante una foto en particular: sobre una bicicleta antigua paseaba una muchacha de mi edad, con zapatos y cartera. Me impactó. Me prometí arreglar, no sólo mi bicicleta, sino también mi indumentaria, para lucir espléndida el día que fuera en bicicleta al trabajo.

Por supuesto, el arreglo de la bicicleta tardó mucho más de lo esperado, y en el transcurso en que yo me decidía a cambiarle los gomines (imaginate cuántos años tiene mi bicicleta) llegó la primavera. Y nada mejor que salir a andar en bicicleta un día primaveral, con las plantas llenas de flores, los pajaritos cantando y el solcito pegando, aunque sin violencia, en el rostro.
Así fue que esa mañana me levanté y elegí el outfit ideal para salir a conquistar las calles belgranenses y el barrio de Colegiales. Pero claro, andar en bicicleta en Capital no es algo sencillo, mucho menos para una ramera de alma, vida y corazón.

Se sucedieron en el recorrido innumerables inconvenientes. Paso a nombrar algunos, los que menos vergüenza me generan, para que se den una idea la odisea que tuve que enfrentar:

Empleo de la reserva de oxígeno. Vivir entre las Barrancas y del Río de la Plata hace que uno esté situado por debajo del resto de Capital Federal. Por ende, de Belgrano a Colegiales el camino es en subida. Todo el tiempo y sin importar el camino que se haya elegido, uno tiene que pedalear como si estuviera subiendo por una sierra cordobesa. Y yo fumo tanto como Laiseca. No hay peor combinación.
Coquetería inmunda. La cartera, que tan coqueta le quedaba a la chica parisina de la revista, se descuelga del hombro izquierdo exactamente cada dos metros. Este inconveniente es potenciado por el hecho de que en el recorrido, el 95% de las calles tienen adoquines, lo cual nos lleva al siguiente inconveniente.
Qué lindas las calles porteñas. Los adoquines, que tan pintorescos son, te hacen subir y bajar el desayuno y sentís que el ripio sería mucho mejor. Que para qué querés hacer ejercicio. Que por qué no te tomaste el día. Que en qué momento pensaste que esta estupidez era una buena idea.
Malditos autos. Los autos no te dejan en paz. He comprobado, con una pena tremenda, que los automovilistas les hacen la vida imposible a los ciclistas. Se enojan si uno se les cruza por delante, se enojan si uno pasa un semáforo en rojo, te gritan si no hiciste señas para doblar, te putean si, sin querer, pasás y les rayás el auto. Yo no entiendo dónde ha quedado esa solidaridad de antaño. Decime vieja, pero en mis tiempos estas cosas no pasaban.
Como si te hubieras hecho encima. Una semana antes de esta taradez que perpetré, había llovido. Por eso, cuando a mitad de camino (ya no podía volver a casa a llorar porque estaba llegando tardísimo) sentí algo raro en el traste, rápidamente me di cuenta que el asiento de la bicicleta estaba mojado. Imaginate la puteada que pegué.
Encontrando el rumbo. Yo no entiendo de calles, avenidas, alturas, manos y contramanos. Un recorrido que después repetí en quince minutos, esta primera vez me llevó una hora. Una hora pedaleando, dando vueltas en círculo como la más aburrida de las calesitas. Preguntando nombres de calles y estaciones de tren. Adivinando continuaciones y utilizando, de manera totalmente absurda, el sentido común.

A pesar de todo esto y mucho más, llegué a mi destino. Llegué agotada, transpirada, despeinada y con menos glamour que Wanda Nara. Llegué, sí, pero tuve que tirarme en el sillón de la oficina a descansar mientras tomaba quince litros de agua. Y ahí, tirada, mientras me prendía un cigarrilo, tuve el peor de todos los pensamientos: “Bueno, al final no fue tan terrible. Mañana lo hago de vuelta”. No, si yo soy la hija de la pelotuda.

martes, 14 de octubre de 2008

Infierno paradisíaco

Yo lo había anticipado tiempo atrás: el nivel de tolerancia hacia mis compañeritas del gimnasio disminuía a la velocidad de la luz. Habiendo alcanzado el piso, y luego el subsuelo, decidí abandonar el gimnasio.

Como no quería abandonar el deporte, volví a mi primer amor: la natación. Pero volver a la pileta, y de esto me di cuenta el primer día que pisé el vestuario, es también descender al peor de los infiernos: el paraíso de las viejas en bolas.

Yo no sé, realmente, a qué persona se le puede pasar por la cabeza que está bien andar como Dios lo trajo al mundo delante de decenas de desconocidas. Quiero decir, cuando uno está solo en casa no hay nada más placentero que andar desnudo buscando un libro en la biblioteca o un dvd para mirar metido en la cama. No hay libertad más hermosa que sentir el vientito en el cuerpo desnudo y disfrutarlo. Pero seamos sinceros: ¿Cuántos de ustedes andan desnudos en su casa si están sus padres o los amigotes del novio? Ninguno señores. Y esto no es pacatería. Es una simple cuestión de ubicación o desubicación.

Yo estoy segura que las viejas se anotan en la pileta sólo para hacernos sufrir a los ubicados. Ese mundo de desubicadas goza caminando por todo el lugar con todo al aire. Yo digo, si hay cuartitos para cambiarse, si hay duchas con cortinas, ¿por qué necesitan andar en bolas? ¿Qué derecho tiene esa vieja sobre mi, para hacerme ver su concha peluda y sus tetas por la rodilla? ¿Quién le dijo que hacer eso estaba bien? ¿Por qué nadie se les abalanza con una toalla y se la coloca a modo de capita?

De última, y para no quedar tan asquerosamente intolerante, ponele que los cuartitos están ocupados, o que a las duchas se le cayeron todas las cortinas. Bueno, ponele que tenés que cambiarte delante de todas nosotras, que sin querer se te cae la toalla y te vemos un pecho. Bué, está bien, eso puedo aceptarlo. Pero no, estas viejas no se conforman con que veamos un pecho. Estas viejas dejan la toalla en el locker y se sacan la malla, van a la ducha desnudas, no cierran la cortinita mientras se bañan, vuelven al locker y agarran el peine, van hasta el espejo de la otra punta a peinarse. Dejan el peine frente el espejo. Vuelven al locker. Vuelven al espejo a buscar el peine olvidado. Vuelven al locker. Agarran la crema. Vuelven al espejo. Se pasan crema por todo el cuerpo y ponen cara de orgasmo. Vuelven al locker. Agarran el secador de pelo. Recorren el vestuario tratando de encontrar un enchufe. Enchufan. Desenchufan. Van a otro enchufe que acaba de desocuparse y tiene espejo, se secan el cabello, vuelven al locker, al espejo, se ponen desodorante, epejo, locker, peine, crema, se miran, se vuelven a peinar, se secan más el pelo, se hacen una cola de caballo, se la deshacen, locker, espejo, más crema, charla con otras viejas en bolas, peine, locker, espejo, crema, secador, bombacha. O sea, después de todo eso recién se ponen la bombacha. Y al rato el corpiño. Y yo, recién ahí, me tranquilizo.

Se piensan que están en una playa nudista. O que estamos en una quinta swinger. Se piensan que porque el vestuario es como un gran baño pueden hacer de él su paraíso. Yo nunca vi a mi abuela desnuda, y aunque la quiera mucho, de solo pensarlo me da escalofríos. Entonces no entiendo por qué tengo que soportarlas a ellas y su piel arrrugada y fea. Por qué tengo que ver abuelas ajenas desnudas. Que vayan a desnudarse frente a sus nietos. Habrase visto. Bastante tengo con mi propio complejo de ancianidad, como para duplicarlo y suicidarme a los treinta con tal de no llegar a eso. Si sigo viendo viejas en bolas me voy a morir. O no. Mejor las voy a matar a ellas. O no, muchísimo mejor: las voy a enmoñar con raso rojo, las voy a meter en un micro y se las voy a mandar de regalo a Rolando Hanglin. Y a la lona.

sábado, 11 de octubre de 2008

Son etapas

Hace algunos días, mientras hacía la cola en la carnicería, me puse a observar a una chica muy bonita. Tendría unos diecisiete años y estaba caracterizada de “flogger”. La miré unos minutos porque no entendía cómo hacía para ver con todo ese pelo en la cara. Además yo pensaba que los del pelo en la cara eran “emo”. La proliferación de estas categorías hace que yo pierda algún criterio de identificación por las mismas.

Al lado mio había una señora que también la miraba atentamente. Unos segundos más tarde, la chica se acercó hacia la señora y le entregó un paquete de fideos. Eran un par madre/ hija. La chica volvió a alejarse y yo me di vuelta para mirar a la madre.

Madre (con una risita tonta)
¿Vos viste lo que tiene puesto?

Una Ramera
Son etapas.

Más allá del comentario vejestorio, abuelístico y geronte que hice, es cierto que en estas últimas semanas estuve pensando un poco qué le anda pasando a la gente que tanto critica a floggers, emos o cuanto grupo adolescente anda suelto en la calle (o en internet).

Cuando yo era más joven, en Ramos se había puesto de moda ser rollinga o alternativo. Todos, absolutamente todos, habíamos elegido un bando. O tenías puesto un pañuelo hippie y el hachazo en la mitad de la frente, o llevabas puesta una pollera arriba del pantalón y te ibas de excursión a la Bond Street. Nadie nos preguntaba, en ese entonces, cuál era nuestra ideología ni por qué nos vestíamos de tal o cual manera. Mi madre sólo atinaba a reirse un poco de mi ridículo look. Y nada más.

Yo entonces me pregunto, ¿es que todos se olvidaron de su adolescencia? ¿Ninguno de todos estos criticones adoptó alguna moda o se hizo amigos de algún grupo como los rollingas o los alternativos?

Pareciera que ahora nadie usó horrendos pantalones nevados y hombreras. Don Cosme bailaba Tecnotronic. Me lo confesó, orgulloso de sus taradeces adolescentes, mientras me mostraba cómo era el paso. Ahora resulta que nadie bailaba “Provócame” con el pasito que pululaba en todos los boliches. Nadie escuchaba Ace of Base. Nadie usó anteojos de color amarillo o rojo, nadie se puso vestidos bobos ni conjuntos de siré, zuecos o sandalias franciscanas.

Parecen viejos chotos. Me hacen acordar a los abuelos que rezan que todo tiempo pasado fue mejor, que la juventd está perdida, que estos grupos son el cáncer de la sociedad, que no se puede creer tanta estupidez junta. Ahora pareciera ser que todos fuimos inteligentes toda la vida y nunca hicimos tonterías juveniles. Ahora todos se olvidan que en un momento todos quisimos ser parte de Jugate Conmigo. ¡Por favor!

Cuando voy a Ramos veo que ya no quedan flequillos, ni rosarios, ni aros con plumas. Mis rollingas y alternativos ahora son sujetos con trajecitos azul marino, trabajos en bancos y oficinas, camperas con peluche en la capucha y pantalones chupines, botas de lluvia en un día de sol, paseos por Palermo Soho, camisa escocesa, calza y el azul eléctrico, la seriedad a la mañana muy temprano, el cansancio del lunes por la noche, la depresión del domingo por la tarde, el “todo tiempo pasado fue mejor”, “a tu edad yo jugaba con muñecas”, “en el mundo está todo dado vuelta”.

Y qué querés que te diga, yo veo todas esas cosas y me amargo. Pero veo a un “flogger” bailando ese paso dificilísimo y se me dibuja una sonrisa. Qué le voy a hacer. Soy así.

Una cosa más. Para todos aquellos que se preguntan si Cumbio es hombre o mujer, yo les digo: me hacen acordar a mi abuela, que cada vez que veía un hombre con pelo largo preguntaba si era un femenino o un masculino. “¡Pero parecen nenas! ¿Cómo se van a hacer eso en la cabeza?”.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Injusticia abuelar

Mi madre es una enferma de la limpieza. O, por lo menos, alguna vez lo fue.

Para ella, hay indicios pequeños pero sustanciosos que informan sobre el nivel de limpieza que hay en un hogar: que el piso esté barrido, el trapo de la cocina limpio y escurrido y la cocina brillante.

Siempre tuvo que luchar conmigo que soy desordenada y vaga. El trapo de mi casa, a pesar de estar sumergido sendas horas en lavandina y detergente, siempre sale manchado y a las dos horas apesta a humedad. Me da una fiaca tremenda limpiar la cocina y cuando lo hago siempre termino rayándola porque le tengo que dar con virulana para sacar las cebollas quemadas y pegadas que hay en las hornallas. Y no sé barrer. Directamente no sé. No entiendo el mecanismo del barrido y envidio a la gente que barre y se lleva al tacho de la basura toda la tierra y migas que había en el piso. A mi me resulta imposible.

Toda la vida mi madre trató de inculcarme el valor de la limpieza en el hogar. Pero yo nunca quise aprender a fondo.

Cuando fuimos por primera vez al departamento de Ramos Mejía, yo tenía cinco años. Estábamos conociéndolo un poco antes de mudarnos. Yo estaba asombrada porque jamás había ido a un edificio, y mucho menos había visto una ciudad desde un quinto piso.

Estábamos mi mamá, mi hermana y yo. Ellas limpiaban y yo observaba la cantidad de edificios que había en nuestro nuevo barrio. Habían llevado mate para tomar en los descansos de la limpieza. Mi mamá tenía una azucarera/yerbera colorada de plástico.

Recuerdo que yo la miraba de lejos y sentía que el objeto me llamaba, reluciente, para que yo fuera a jugar con el. Tardé unos minutos en pensar a qué podía jugar con la azucarera. Hasta que lo descubrí: ba a jugar a Caperucita Roja. Pero solo la parte en que la niña pasea por el bosque y junta frutas con su canasto. Me acerqué al "canasto" y lo tomé, triunfante.

Empecé a saltar por todo el departamento revoleando la supuesta canastita y cantando alguna canción infantil que por suerte ahora no recuerdo. Y entonces sucedió lo fatal.

Mi hermana y mi mamá estaban terminando de limpiar el baño, que era lo último que quedaba sucio. Y entonces, jugando a Caperucita, saltando con el canastito lleno de yerba y azúcar, me tropecé y se me cayó la azucarera. Y se desparramó azúcar. Y yerba. Y el canastito quedó dando vueltas, vacío, en el piso. Vi que mi mamá se asomaba por la puerta del baño. Y supe que moriría.

Recuerdo los ojos de mi madre saliendo de su órbita y la expresión de mi hermana tratando de contener la risa.

Yo me largué a llorar, que siempre fue la solución que adopté a lo largo de mi vida. Mi madre me pegó el grito de mi vida. Y nada más. Fue casi un milagro. Creo que estaba tan contenta por la mudanza que nada podía opacar su felicidad.

Pero las señoras madres, a la hora de ser abuelas, se olvidan se aquellas mañas con las que nos torturaron la vida entera. Hace algunos días vi que mi sobrino estaba con un tupper lleno de fideos caminando por toda mi casa. Las imágenes del episodio Caperucita vinieron a mi cabeza y decidí arrancarle con violencia inusitada el contenedor de su mano. Él, claro, se largó a llorar.

Mamá
¿Por qué le sacás eso?
¿No ves que está jugando?

M. (Una Ramera)
Pero se le puede volcar y va a ensuciar todo.

Mamá
¡Pero es una criatura! ¡Dejalo que ensucie!

Y yo me voy, cabizbaja, pensando. No es justo, no es nada justo.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Una perla Rastrojera

Fijate por favor, qué lindos quedan los Rastrojeros en la puerta del MALBA.

Y fijate ahora, ese que está ahí, que muere por salir en la foto, ese es el señor que vive conmigo.

Foto. Claudio Herdener.

viernes, 5 de septiembre de 2008

La muchacha de las monedas

Los principios de mes son muy complicados a nivel monetario.

Sin embargo, cada vez que tengo que ir a pagar alguna factura al PF que hay a la vuelta de mi casa, yo me pongo contenta.

Y es que la señora que atiende es tan pero tan pero tan buena, que si le pagás una cuenta de $1 con un billete de $100 empieza a contar el cambio para darte el vuelto sin hacer ni una mueca de antipatía.

Y si encima le pedís el favor de que te de algunas monedas, saca de su cajoncito montones de pilas a estrenar y te da $97 en reliquias para el colectivo.

Y aparte, para terminar, y mientras te da TODAS esas monedas, te pide perdón porque no puede darte $99, se pone colorada, y te da un billete de $2.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Crónica de un cumpleaños angustioso

Domingo 31 de agosto de 2008

00 hs. En el medio de una película divertidísima y una picada exquisita, miro atentamente al señor que vive conmigo. No registra mi mirada. Me angustio.

00:05 hs. Vuelvo a mirar al señor que vive conmigo. “Qué”, me dice. No le contesto. Me levanto, agarro el reloj despertador y se lo revoleo. “¡Feliz cumple! Ahora ya estás vieja”. Me angustio. Me da besos y abrazos. Y regalos. Por segundo año consecutivo me regala ropa hermosa, pero gigante. Me pongo contenta porque significa que no es que estoy gorda, sino que él me ve gorda. “Estás vieja”. Me angustio.

04 hs. Me despierto sobresaltada. Soñar con épocas en las que tenía dieciocho es perjudicial para la salud. Me angustio.

09:30 hs. Suena el despertador. Lo revoleo. Sacudo al señor que vive conmigo descaradamente. El objetivo es que se despierte, compre facturas, el diario, haga mate y me traiga todo a la cama. “¿No vas a comprar el diario?”, me dice con vos remolona. No puedo negarme. En la panadería, lloro.

11:30 hs. Preparo ensaladas varias en la cocina. El señor que vive conmigo tendría que empezar a preparar el asado. Sin embargo, está tirado en la cama leyendo y releyendo la nota que de él salió en el diario. Me pongo nerviosa. Los ojos, colorados.

11:31 hs. Voy a la habitación. Pregunto cuándo va a empezar con el asado. “Ya va”. Vuelvo a la cocina.

11:35 hs. Voy a la habitación y me llevo el mate y las facturas a la cocina. Ahora que está desprovisto de alimentos se va a levantar.

11:45 hs. El señor que vive conmigo sigue leyendo su noticia.

12:30 hs. Estoy desesperada. En media hora llegan mis padres, hermano, cuñada y sobrino. Si todo sigue así, habrá almuerzo vegetariano. El señor que vive conmigo, tranquilo, se levanta.

12:45 hs. Miro desde la cocina al señor que vive conmigo, que está empezando a prender el fuego. Tiene un diario viejo en la mano. Antes de hacer bollos de papel con las hojas, las lee. ¡Las lee! ¡Una por una!.

13 hs. Llega la familia ramera. Mi padre trae un paquete enorme. Aspiradora. Era el sueño de mi vida. La usurpadora y yo se lo agradecemos con el corazón. Lloro de la emoción.

14 hs. Hace un calor insoportable. El patio está lleno de humo. Preparé la mesa en el lugar con más sol. El carbón levanta temperaturas altísimas. Y claro, explota un pedazo de patio. Sí. Eso. Explota un pedazo de patio. Salen volando por el aire pedazos de cemento y carbón. Mi madre se enoja. Mi sobrino grita porque tiene miedo. Mi hermano se ríe. El señor que vive conmigo se lamenta porque se está quemando el tapizado de las sillas. Mi padre lee el diario. Mi cuñada consuela a mi sobrino. Yo me pongo a llorar.

17 hs. Mi madre trae la torta y me cantan el “Que los cumplas feliz”. Pido mis deseos: ser lampiña, adelgazar y ganarme la lotería. Mi sobrino se larga a llorar porque le da terror el cántico. Yo me contagio.

17:30 hs. Todo muy lindo, rico el asado, hermosas las cortinas. Mi familia, finalmente, se va. Tengo que ordenar todo.

18 hs. Llega una amiga. Me trae uno de esos cosos pinchosos para hacer masajes en la cabeza. Chusmeteamos mientras yo limpio el patio. Me faltan los ruleros y puedo recibirme de abuela oficialmente.

19 hs. El señor que vive conmigo se va a trabajar a la obra de teatro. Mi amiga y yo nos estacionamos cantidad de horas en la página web de un sex shop para hacer listas de compras en las que jamás tacharemos un ítem. 38 x 8 nos parece un exceso.

20 hs. Mi amiga me cuenta que un muchacho le propuso hacer un trío con otro hombre. Yo le digo que para mi que se la come. Ella se horroriza.

22 hs. Vuelve el señor que vive conmigo y confirma que el del trío dos hombres una mujer propuesto precisamente por un hombre es, sin lugar a dudas, con total convicción, un comilón de aquellos.

23 hs. Mi amiga está triste porque se enganchó con uno binorma. Yo le digo que agarre y vaya igual. Total, no pierde nada. Su novio la pasa a buscar.

24 hs. “Ahora sos incluso más vieja. 25 y un rato”. Me angustio. Caigo rendida a la cama. Las sábanas tienen olor a asado. Me quedo dormida con las lágrimas en los cachetes.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

No tan perfecta

Estaba leyendo esto y me acordé de algo que no deja de impresionarme día a día.

Cuando uno tiene un trabajo fijo con un horario fijo toma el colectivo a la misma hora todos los días. Es así como empieza a reconocer a los pasajeros que también tienen un trabajo fijo, con horario fijo y toman el colectivo a la misma hora todos los días.

Los hay de todo tipo: si es muy temprano hay cantidad de obreros recién "duchados" o alumnos con cosas inexplicables en las comisuras de los labios.

Pero también están ellas, que viajan tipo nueve y media de la mañana. Son las chicas que trabajan en oficinas, se visten hermosamente y siempre están impecables delante de una, que todavía tiene surcos en los cachetes por culpa de la almohada.

Siempre las envidié con maldad infinita, les deseé que un auto las salpicara con el agua de un charco mugriento o que el taco altísimo se les rompa y se mancharan su divina camisa blanca. Pero claro, estas cosas nunca pasan.

Sin embargo, de vez en cuando aparece una de esas yeguas que comete algún error, alguna cuestión imperdonable: hace varias semanas que observo deliberadamente a una de esas perfectas. Hoy por la mañana, la perfecta cometió el error que la enterraría de por vida en el infierno de las desubicadas.

Porque la perfecta, hoy por la mañana, en el viaje en colectivo, frente a todos los pasajeros, peló la pincita de depilar y se arrancó los bigotes.

Amén.

sábado, 23 de agosto de 2008

Gran Estreno Gran

"Nos pareció una sinécdoque perfecta de lo que fue la industria argentina en su inicio y su final", dicen, con perfecta dicción (pese a la dificultad del vocablo "sinécdoque", que ni siquiera sé qué significa) y casi al unísono, Marcos Pastor y Miguel Colombo.

Están hablando de "Rastrojero, utopías de la Argentina Potencia", película que estrenarán el 6 de septiembre en el Malba. Luego en el Tita Merello, paralelamente en el Gran Rex de Córdoba, después en Rosario y en el resto del país. Luego, suponen, tocará el cielo y las estrellas.

El documental cuenta la historia de uno de los vehículos más populares de la Argentina, de otra Argentina.
Eduardo viaja en su camioneta Rastrojero hasta la ¿misma? Córdoba que cincuenta años atrás lo empleó en IME (Industrias Mecánicas del Estado) y hacia el encuentro con sus compañeros de entonces.
Con importante material de archivo y entrevistas a los protagonistas de una épica productiva alejada en el tiempo, y muchas veces en la memoria social, esta película evoca una etapa de desarrollo industrial y trabajo. El derrotero de la fábrica IME desnuda el proceso de desindustrialización sufrido por la Argentina durante los últimos cincuenta años.

"Rastrojero, utopías de la Argentina potencia¨

MALBA. Figueroa Alcorta 3415
Sáb 17:00 hs. Dom 18:30 hs.


Vayan a verla, putos. Y háganme el favor: si les gusta, recomiéndela en sus blogs y a sus amigos, enemigos, conocidos y deconocidos.

miércoles, 20 de agosto de 2008

De por qué le tengo miedo al fuego

Anoche el señor que vive conmigo estaba enojado porque yo le había dicho Don Cosme. También le había informado que cada vez que hiciera o dijera cosas relacionadas directamente con un señor de setenta, le volvería a decir Don Cosme. Don Cosme, que no es ni lerdo ni perezoso, se propuso vengarse de mi amoroso chiste de la peor manera que existe: persiguiéndome por el hogar con un encendedor en la mano. Y yo me puse a llorar.

Don Cosme se palmeaba la panza mientras se reía, una vez más, por mi absurdo miedo al fuego.

Don Cosme (llorando de la risa)
¿Me explicás por qué le tenés miedo al fuego?

Hagamos una pausa. Yo no le tengo miedo al fuego en sí mismo. Tengo miedo a que se quemen cosas. No puedo prender una hornalla con un encendedor porque seguro me quemo, no puedo dejar un almohadón cerca de un caloventor porque seguro se quema, no puedo prender el horno desde arriba (tengo que hacer cuerpo a tierra) porque seguro me quemo, no puedo prender el calefón con un pedazo de papel porque seguro me quemo. El problema no es el fuego. El problema es la quema que produce el fuego.

Una Ramera
No te voy a contar porque te vas a reír.

Don Cosme
Ok

Ahí me enojé yo. Es sabido: si alguien dice que no contará alguna anécdota porque produciría risa, lo obvio es que muere por contarla, pero necesita insistencia por parte del interlocutor.

Pero como no sé enojarme con Don Cosme (o son enojos de treinta segundos máximo), me acosté al lado de él y acerqué mi boca a su oído.

Una Ramera
Porque una vez casi incendio mi casa.

Don Cosme abrió los ojos como dos huevos duros, se alejó de mi y me lanzó una mirada fulminante. Supongo quería resultar desafiante, aunque se lo notaba temeroso.

Una Ramera
¿Viste que arriba del microondas de mi casa
hay un mueble de madera?
Bueno, hace muchos años mi mamá se había enojado
conmigo no me acuerdo por qué.
Como yo quería amigarme estaba tratando de hacer Buena letra.
Así que el día de San Cayetano le preparé una sorpresa.
Viste que mi mamá cree en esas cosas…
Armé un altarcito con unas estampitas,
una estatuita y prendí una velita

Don Cosme
No

Una Ramera
Sí. Puse todo arriba del microondas y me fui a
escuchar música a la habitación.
(Don Cosme reía a carcajadas). No te rías. Al rato bajé…
no te rías… y había olor a quemado y fui a la cocina.
No te rías. Y había humo… ¡¡no te rías!!
Y el mueble estaba negro… no te rías.

Don Cosme (riendo, claro)
¿Y qué querés que haga?

Una Ramera
Andá a cagar.

Y me fui a la cocina, a reírme a carcajadas yo también.

domingo, 17 de agosto de 2008

Parroquiales

En breve, el señor que vive conmigo estrena una película. La semana que viene doy todos los detalles.

Pero más les vale que vayan.

viernes, 8 de agosto de 2008

Bizarre II

Antes de ayer volvía del dentista con un humor de perros y medio rostro totalmente anestesiado. Caminaba por Cabildo esquivando cuanta criaturita con madre y amiguitos había, estorbando, en medio de la vereda.
Doblé en Juramento pensando que en muy pocas cuadras se terminaba ese calvario y podría sufrir por el dolor de muela en casa, en pantuflas, sin criaturas con madre y amiguitos alrededor mio.
Entonces lo vi.
Un espectáculo callejero.
Contarlo ni se compara con verlo. Pero la cosa era más o menos así. Una señora sucia y con olor hacía danzar a un títere en forma de esqueleto al ritmo de "Saca la mano Antonio". La señora olorosa no sabía manejar bien al esqueleto, así que cada dos por tres se le enredaban los hilos. Ella movía su diminuto piecito al ritmo de la canción. La canción sonaba en un pasacasette antiquísimo. La gente le daba un montón de dinero. De verdad, un montón. Me arruinó el tema, nunca más va a levantarme el ánimo ni me va a invitar a bailar. "Saca la mano Antonio", desde antes de ayer, se convirtió en la representación de una depresión extrema. Vieja, te odio.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Maldad, pura maldad

Me causan infinita gracia los muchachos que se visten de traje y andan por la calle con unos bolsitos tratando de venderte perfumes imitación o shampoos anti caspa.

Ya lo sé, es pura maldad. Pero no puedo evitarlo.

martes, 5 de agosto de 2008

El Bolichero II

El plan era fantásticamente perfecto: nos poníamos a hablar con Agustín, un amigo de Arielito que se había chapado a una conocida nuestra, le decíamos que me hiciera gancho con Arielito, él iba y le decía a Arielito que yo gustaba de él, Arielito me miraba de lejos, yo me hacía la tonta, el se enamoraba, venía, me sacaba a bailar, me declaraba su amor y nos poníamos de novios. En algunos años nos casábamos, teníamos hijos preciosos y éramos felices mientras comíamos perdices. Todo cerraba.

El plan funcionaba perfectamente. Hacía rato que hablábamos con Agustín de bueyes perdidos, hasta que mi amiga decidió por unanimidad que había que pasar al siguiente paso. Guiño, guiño. Esa fue la señal para que yo me alejara y ella hablara de lo importante con Agustín. Le contó del amor incondicional que yo sentía por Arielito. Yo me hacía la tonta, unos metros al costado, como si no supiera qué estaba diciendo mi amiga. Vi que Agustín se alejaba y dejé de verlo por unos segundos. Después reapareció. Estaba con Arielito. Le decía algunas cosas. Yo trataba de no mirar pero mi ansiedad podía más. Arielito me miró, y se volvió hacia Agustín. Le dijo algo al oído, Agustín le respondió. Así estuvieron unos segundos que a mi me resultaron eternos. Quería entender de qué hablaban pero la lectura de labios no era mi fuerte. De vez en cuando veía algo así como una mueca negativa de Arielito. “Seguramente le está preguntando alguna otra cosa”. Finalmente empezaron a caminar hacia donde estábamos nosotras. Yo lo veía acercarse y sentía que las piernas se me aflojaban, la música se apagaba y en el mundo solo estábamos el y yo. Cuando llegó junto a mi me dio la mano y empezamos a bailar “El campanero” de Los Palmeras. Yo no podía de la alegría y los nervios. El miraba hacia cualquier lado y bailaba mucho más mecánicamente que siempre. Empecé a sospechar, por sus bostezos reiterados, que no tenía tantas ganas de estar ahí como yo. Me acerqué a su oído y le pregunté algunas gansadas del tipo “¿De qué signo sos?”. Él respondía con monosílabos y siempre mirando a Agustín que, unos metros hacia la derecha, se chamuyaba a mi amiga. Terminaba el tema y yo moría por saber si el gran momento del primer beso estaría llegando. Cuando terminó la horrenda canción lo miré y le pregunté si quería seguir bailando. Me soltó las manos lentamente. Yo estiraba los brazos para que el no terminara de soltarme. Pero a pesar de eso me soltó, impiadoso y cruel, sin mirarme, sin contestarme… y se fue. Yo quedé en el medio de la pista, sola y desamparada, viendo como se alejaba el amor de mi vida. “Es un pelotudo”, escuché a mi amiga que le había echado fly a Agustín y estaba ahí haciéndome el aguante. Lloré desconsoladamente en el baño con mi amiga al lado. Me corrí todo el maquillaje y amenacé con cortarme las venas (qué momento extremo se vive tras una frustración amorosa). Una hora más tarde yo seguía llorando, pero era la hora de ir a dormir. Salí del baño y lo vi, a lo lejos, bailando en el parlante el mismo tema que antes había bailado conmigo, con su flequillo y sus anteojos, con toda su perfección a cuestas.

El sábado siguiente volvimos al boliche. Lo busqué por todos lados pero no lo encontré. Durante la semana hice las averiguaciones correspondientes y me enteré que otra vez había cambiado de boliche. Pero el nuevo era tan pero tan tumba que nuestros padres siempre protectores no nos permitieron ir.

Lo busqué por el barrio, por las plazas y hasta fantaseé con encontrármelo en algún recital o en algún futuro lejano, en el que nos veríamos y yo me volvería a enamorar y él se daría cuenta cuánto se equivocó la primera vez que bailamos juntos, y me amaría hasta el fin de nuestros días.

Lo cierto es que nada de esto ocurrió y yo no volví a ver a Arielito nunca más. Con el tiempo, por supuesto, la calentura atómica se me pasó, aunque de vez en cuando me acuerdo de sus ojitos, o de su polerón, o de la vez que bailamos. Ahora lo hago con ternura hacia mi misma y sin un mínimo grado de calentura hacia él. Me acuerdo más del estado de enamoramiento que él producía en mi, que de él mismo.

Hace algunas semanas, mientras estaba en mi otro trabajo, escuchaba una locución en italiano. De repente escucho al locutor diciendo el apellido de Arielito. Atolondrada, rebobino y vuelvo a escucharlo. Entonces busco en el guión para saber qué significaba su nombre. “Cerdo” era el resultado. Me reí en voz baja, socarronamente, y seguí trabajando.

Sin embargo, el recuerdo de Arielito me despertó la necesidad de saber qué era de su vida. Lejos de cualquier investigación obsesiva para la que ya no estoy, llamé a otra amiga, que siempre fue vecina del muchacho. Luego de hablar largo rato (hacía muchísimo que no cruzábamos relato oral) le pregunté si sabía algo de la vida del cerdo. Mi amiga se rió a carcajadas primero, no pudiendo creer que tantos años después yo le siguiera preguntando lo mismo. Luego, se puso un poco más seria y dijo: “Arielito está juntado con una gorda mal teñida, tiene seis hijos bochornosos y está desempleado. De lo que conocías le quedan solo los ojos, aunque se los tapa con anteojos. Se babea y dice incoherencias mientras camina medio desorientado por el barrio. Es que parece que ahora le da al paco. Qué bueno que nunca te dio bola. Imaginate si terminabas como el espanto que tiene de mujer…”

Mientras mi amiga me decía eso yo sonreía interiormente con un alto grado de culpa. Lo que me contaba mi amiga era tristísimo y jamás se lo desearía a nadie. Pero la enana de adentro se mataba de la risa, disfrutaba y se regocijaba con cada palabra que escuchaba.
Esa noche me quedé un rato pensando en el cerdo.

Lo imaginé feo, mal vestido y mal oliente, con la misma ropa que usaba cuando éramos adolescentes, pero con olor a pis estacionado y manchas de lavandina. Imaginé que su mujer tenía el pelo grasoso a grosso modo, se vestía con batones y salía con una escoba carcomida y los seis críos a limpiar la vereda y chusmear sobre los vecinos. Imaginé que sus críos tendrían nombres del tipo: Yoni, Beba, Chulo, Chucho o Pitulina. Los imaginé sucios, con mocos barrosos cayendo de la nariz y la ropa roída por las ratas. Feos y tontos. Y a él, pobre, a él lo imaginé resignado, como un pobre infeliz.

Entonces aparecía yo, divina, caminando por el barrio. Cuando nos cruzábamos él me reconocía. Nos mirábamos unos segundos. Me acercaba a su oído y de la misma manera que hace muchos años le había preguntado el signo, esta vez le decía: “Esto te pasa por no haberme dado pelota, Arielito”. El me miraba sin entender mucho y yo me alejaba. Impiadosa y cruel, disfrutando de la desgracia de tener esa horrible familia y esa espantosa vida. Yo me alejaba. El se quedaba ahí. Tarado, como siempre.

“Cerdo”.

lunes, 4 de agosto de 2008

Bizarre

Daria me pasó una cadena. Estoy al borde de las lágrimas. La consigna es la siguiente: elegir cinco temas musicales que te ponen de buen humor, o te sacan una sonrisa o algo por el estilo. O nada de eso. O todo junto.

Yo me voy a sincerar con quien sea que esté leyendo este post. Esta lista es una sentencia de muerte. Van a perder todo el respeto que alguna vez hayan tenido por mi. Me van a mandar a la mierda y se van a reir de mi. Porque yo me la doy de interesante pero jamás dejaré de ser una Ramera de alma. Y sin más preámbulos y excusas inútiles, he aquí las cinco canciones que me ponen de buen humor (elegir sólo cinco se me hizo complicadísimo, así que elegí las que, además de ponerme feliz, me traen recuerdos divertidos):

Saca la mano Antonio. Las Primas. Cuando estaba en sexto grado con mis amigas hicimos una representación del grupo en un acto del colegio. Teníamos medias de colores, minishorts y colas de caballo bien arriba y con las chuzas cayendo hacia los costados. Hace dos años, en plena crisis matrimonial, me encontré un viernes sola, desamparada y llorando a moco tendido. Me disfracé toda, sola solita, y volví a hacer la representación grabándome con la cámara de la computadora. Sépanlo, si ese video sale alguna vez a la luz, yo me suicido.

Violeta. Alcides. De todas las cumbias del mundo, yo con ésta soy incapaz de quedarme quieta. La necesito casi como el aire que necesito para respirar. Es el tema obligado de limpieza del hogar y cada vez que el señor que vive conmigo llega con sus aires intelectuales a todo vapor, yo se la hago escuchar, bien fuerte, y él vuele a ser cordobés. No puedo dejar que olvide sus orígenes.

Nothing but flowers. Talking Heads. Es la letra más hermosa que yo haya escuchado en mi vida. Es un tema re veranero que escucho cuando arreglo el jardín de mi casa. En general lo bailo como David Byrne y me siento en el paraíso.

Life on Mars. David Bowie. Me conmueve hasta las lágrimas cada vez que lo escucho. Aparte, estoy enamorada de David así que cierro los ojos y pienso que me está cantando en el oído. Eso cuando estoy sobria. Cuando ando borracha me subo a cualquier mesa, agarro un cepillo y canto como si se me estuviera yendo el alma.

Invasión. Los Twist. Lo admito, me encantan. Y sé que está muy mal y, realmente, no me importa. Los Twist levantan cualquier fiesta, y eso nadie puede negarlo.

Mátenme. Porque además me encantan ésta, ésta otra, y aquella de allá.

El que diga que no se pone contento con éstos temas es un mentiroso. He dicho.

Tengo que pensar a quién le paso la cadena (eso lo dejo para mañana porque hoy ya no puedo).

domingo, 3 de agosto de 2008

El Bolichero I

Cuando éramos jóvenes y todavía teníamos ánimo para ir a bailar, con mis amigas movíamos el esqueleto en el boliche de moda de Ramos. Ahí conocí al que sería una gran calentura de mi vida: Arielito.

Arielito era la perfección hecha hombre (o por lo menos era lo perfecto que yo buscaba en ese momento): era morocho, con un corte de pelo soñado (tipo publicidad de shampoo de mujer), unos ojazos terribles, azules, celestes, violáceos, achinados y entreabiertos/ entrecerrados. Una cosa hermosa. No era muy alto, pero eso no me importaba ni un milímetro.

Cada vez que él aparecía, yo, literalmente, me derretía. Casi siempre usaba el mismo polerón azul marino, con un jean clarito medio gastado que le hacía una cola para comerte mejor. Topper blancas, cigarrillo en la mano y, por supuesto, anteojos negros. Tenía la costumbre de usarlos todo el tiempo. Con mis amigas decíamos que seguramente en sus ojos tenía superpoderes y que si los mostraba mucho podría ocasionar una tragedia.

Sin disimular, cada vez que lo veía me ponía a saltar como perra en celo, aullaba como loba hambrienta y estudiaba cada uno de sus movimientos como si fuera un científico loco mirando a su ratita de laboratorio. Arielito bailaba en los parlantes del boliche al que íbamos (ahora lo pienso, qué vergüenza) siempre los mismos temas, siempre los mismos pasos. Le gustaba La Nueva Luna, no tanto Ráfaga, un poco Media Naranja y moría por Rodrigo. Además le encantaban los Stones, Los Piojos y La Renga. Bailaba como los gigantes de la película de Super Mario. Esto es, balanceándose de un lado hacia el otro, con movimientos medio babosos y sin mucha gracia. Desinteresado. Superado. Intocable. Y yo… yo moría.

Me pasaba toda la noche buscando alguna excusa para chocarme con él, me paraba cerca suyo o bailaba como loca para llamarle la atención. Pero nada. Él ni me registraba.

Probé de todo: me puse el vestido y los tacos, la pollera y los botas, el jean y las zapatillas, me corté el flequillo stone, me puse una remera de Cuba, otra de Los Piojos y una última de River (porque no era un detalle menor el fanatismo de Arielito por ese mugroso club). Sábado a sábado mutaba de prostituta barata a gatienzo fino, de villera a stona, de persona normal a subnormal, a sobrehumana, a mediohumana. Y nada. Pensé que tal vez era gay. “Tal vez lo mejor sería disfrazarme de hombre y ver qué pasa”. Por suerte, mi amiga me frenó a tiempo (gracias).

Cuando dejó de ir al boliche que frecuentábamos, hice todas las averiguaciones correspondientes hasta que me enteré que el boliche de moda, ahora, era otro. Convencí a mis amigas para pasarnos de boliche (esto significaba más dinero de remis, más de entrada, tener que vestirse mejor y afrontar la posibilidad de tener que escuchar marcha). Como buenas amigas me ayudaron. Y allí fuimos (al fin y al cabo los muchachos que les gustaban a ellas también se habían cambiado de boliche, era algo obligado, había que mudarse de bailongo). Y ahí recobré el aire. Y mucho más que eso.

Paralelamente a los encuentros en el boliche, yo sabía con lujo de detalles la vida y obra de Arelito. Sabía su dirección, con quien vivía, qué hacía de su vida (era repartidor de pizza y aunque probé y probé nunca di con la pizzería correcta), cuál era su teléfono, a qué escuela iba y quiénes eran sus amigos. Tenía una bicicleta playera roja cromada, vivía con el abuelo, la madre y la hermana, tenía muchos tíos y primos y se la pasaba con su perro. Por mi parte, mis intentos de seducción pasaban por el clásico “paso por la puerta de tu casa a ver si te engancho” hasta el bien ponderado “llamo y corto”. Religiosamente, el ritual de llamar y cortar se repetía al menos una vez al día. A veces osaba pedir por él, y cuando escuchaba su voz cortaba la comunicación. Así mucho tiempo. Así muchos cartelitos del tipo “M. y Ari” con corazones y letras gordotas pintadas con marcadores en la hora de lengua. Yo moría por él, pero el seguía sin registrarme.

Estaba convertida en la peor de las mujeres: la arrastrada. Pensaba todo el tiempo en Arielito, soñaba con sus ojos y me imaginaba su boca besando la mía. Podía rebajarme hasta el fondo del universo sin importarme lo qué. Podía quedar en la más absoluta ridiculez si eso colaboraba para robarle una mirada. Podía escuchar cualquier música y cambiar de equipo de fútbol sin problemas. Era capaz de matar a cualquiera que se interpusiera en NUESTRO camino y estaba segura que el amor que nos unía era una cuestión sobrenatural, energética y mística. Nada ni nadie iba a poder separarnos jamás. Imaginaba nuestro casamiento, nuestra casa y nuestro perro. Inventaba diálogos con mi suegra, peleas y reconciliaciones con él. Me imaginaba que mi querida virginidad iba a ser llevada por el hombre más increíble del universo. Pensaba todas estas cosas y me iba a dormir pensando que faltaba un día menos para ir a bailar y ver ahí al amor de mi vida.

Una noche bolichera, hablé con mi amiga y le dije que necesitaba que me ayudara con Arielito. Mi amiga, que es la mejor persona del mundo, ideó un plan siniestro y macabro (a lo Mr. Burns) para que yo bailara un temita con Arielito. De ahí al casamiento había muy pocos pasos.

Continuará...

lunes, 28 de julio de 2008

Mis queridas compañeritas

Estoy a muy pocos días de alcanzar el nivel máximo de tolerancia hacia mis compañeras del gimnasio. Lo más probable es que la semana entrante vuelva a ser una auténtica ramera sedentaria.

Existen tres personajes que me hacen imposible la concetración en el tres, dos, uno… y ¡ocho más!. Todas las demás también me molestan, por quejonas, vagas o habladoras de Tinelli. Pero estas tres son las peores. No las aguanto más.

La primera es una chica de mi edad. El problema (debería ser SU problema, pero ella insiste en envolvernos a todas en su espantosa performance) es ser por demás simpatica. No me resulta molesto que llegue sonriente como si entrara a una fiesta, saludando a diestra y siniestra a cuanto pánfilo se le aparezca cerca. El problema es que se comunica gritando y saltando como si fuera un cangurito. Pero gritando de verdad. Y saltando demasiado. Y poniendo cara de mala. Todo en ella es sobreactuado. Grita cuando saluda, cuando le duele la cola o cuando no encuentra las tobilleras. Es infumable. Yo trato de alejarme lo más posible, pero sus gritos inundan el lugar junto a los otros gritos, los de la hinchada de Excursionistas, que “entrena” ahí mismo.

La segunda es una amiga de la anterior. O sea que también tiene mi edad. Y usa un pantalón cagado. Y sí, leyeron bien, tiene un pantalón de sire (imagino que saben a cuál me refiero) verde loro que está cagado. La primera vez que vino se paró delante mio. Y cuando se agachó lo vi. Quise matarla. Perdón, pero no puedo hablar más de este personaje porque me entran ganas de devolver la banana que acabo de comer.

Y la última es una de esas viejas que nunca faltan en los gimnasios. Se piensa que tiene veinticinco y se calza la pollerita arriba del pantalón, la musculosa que eleva sus pechos operados hasta el cuello y una carga maquillaje digno de una diva travesti. Pero esos detalles me resultan algo simpáticos. El tema que tengo con esta señora es que baila. O sea, no importa qué carajo estemos haciendo, ella menea las caderas y revolea los hombros impostando poses sexies. Se enloquece cuando escucha Madonna y en los minutos de descanso, cuando todas estamos tratando de hidratarnos (o de volver a la vida pre ejercicio), ella usurpa el saloncito y baila de un lado hacia otro, logrando una burda imitación de Chayanne. A veces, lo juro, no puedo contenerme y me le río en su rostro, pero por sus gestos antipáticos sospecho que a ella no le caigo del todo bien.

No hace un mes que voy al gimnasio y estas tres personitas (debería decir conchudas, pero queda medio agresivo) se empecinan en arruinarme esa hora, que supuestamente estraía generándome bienestar. Yo así no puedo.

viernes, 25 de julio de 2008

Cada vez que llega, una sorpresa nueva

Viernes, 10 AM. Mensaje de texto de mi canchera madre:

“Fernanda tuvo una nena. Se llama Milagros”

Fernanda tiene dieciocho años y es prima mia. Yo ni sabía que estaba embarazada.

Mi canchera madre tiene seis hermanos por parte de su madre y nueve por parte de su padre. Todos están casados (inluso el asesinado y el preso) y tienen, en promedio, cinco hijos cada uno. A su vez, la mayoría de esos hijos están juntados (hoy día en la familia ya no se estila el casamiento) y tienen, también, un promedio de cinco hijos cada uno. Esta gran familia sumada a mi incapacidad por ser una chica familiera, da por resultado que yo no me entere de la mayor parte de embarazos o partos.

Hace nueve meses mi prima Fernanda vivía con su madre (mi tía Sandra, ex esposa de mi tío Pato, hermano de mi madre). Estaba noviando con un señor de cincuenta años separado y con varios hijos en su haber. Una tarde mi tía Sandra llegó a su hogar y encontró a mi prima Fernanda (apodada en la infancia “La Chancha”) metiendo sus trapitos en un bolso.

Fernanda
Él me da verga, alimento y televisión.

(no sé si el diálogo fue exactamente así, pero casi)

Dos meses más tarde, mi tía Sandra llegó a su hogar y se encontró a mi prima Fernanda, que había vuelto con un moño de regalo en la cabeza. El señor con el que se había mudado llamó a tía y le contó qué había pasado.

Señor
Yo no puedo mantenerla.
Sólo come y mira televisión.
No trabaja ni quiere mantener la casa.
Es una vaga de mierda.

Siete meses más tarde mi tía Sandra llegó a su hogar y encontró a mi prima Fernanda tirada en la cama, llorando.

Fernanda
Llevame al hospital.

Tía Sandra
¿Qué te pasa? ¿Te sentís mal?

Prima Fernanda
Rompí bolsa.

Tía Sandra
¿Qué cosa? ¿Cómo que rompiste bolsa?

Prima Fernanda
Eso, que vas a ser abuela.

Así fue como después de nueve meses de embarazo silencioso, un embarazo del que nadie sabía, del que nadie se había dado cuenta, del que nadie había festejado ni llorado o criticado, mi primita Fernanda, fue mamá.

No pude alegrarme lo necesario, porque desde que mi madre me contó toda esta historieta yo no puedo pensar en otra cosa: ¿cómo puede ser que nadie se haya dado cuenta que estaba embarazada?

Una pregunta

¿Qué carajo le pasa a toda la gente que defiende a Menéndez?

Si alguien sabe la respuesta, por favor, no dude en decírmela. Gracias.

jueves, 24 de julio de 2008

Edipo (o Ifigenia) invertido

Ahora que me retaron porque estaba llegando todos los días tarde al trabajo (promedio de una horita de retraso), descubrí que a la hora que viajo comparto transporte con un caso bastante singular.

La mujer tendrá unos cuarenta (y cinco) años. Usa polleras brillosas y botas hasta las rodillas. Pañuelo en el cuello, mucho maquillaje y carteras diminutas.

La madre de la mujer tendrá unos setenta (y cinco) años. Usa pantalones de jogging y zapatillitas de lona. Buzo polar, nada de maquillaje y una billetera.

Todos los días, a la misma hora, la madre de setenta acompaña a su hija de cuarenta a tomarse el colectivo. Mientras lo esperan la madre emprolija el peinado de su hija, le pregunta si agarró el celular, y averigua qué va a almorzar. Por último, le dice que está muy linda.

Cuando viene el colectivo se abrazan fuerte fuerte y la hija se sube al colectivo. La madre se queda parada mirando como se aleja el coche, y saluda con la manita en alto.

Mi mamá dejó de hacer esas cosas cuando cumplí los nueve.

¿La desalmada era mi santa madre o este par de madre/ hija son enfermas emocionales?

jueves, 17 de julio de 2008

¿No tenés monedas?

Hoy decidí bacanear un rato y tirar por la borda todos mis deseos de ahorrar algún dinero para comprarme alguna otra cosa inútil (como las hermosas botas de lluvia rojas que me compré el domingo, justo cuando empezó el verano invernal).

Así que agarré, y me tomé un taxi.

En el camino me sorprendí por lo rápido que se elevaba el precio final de mi viaje. Me pregunté, también, cómo hace la gente que se toma taxis todos los días para después tener algo con que alimentarse por las noches.

Estábamos llegando a mi destino palermitano de segundo trabajo. El taxímetro (¿se llama así?) marcaba $10. Comencé a sacar el dinero de la billetera y nos agarra la barrera del tren. Como le tengo miedo a los trenes ni siquiera consideré la posbilidad de bajarme para ahorrar unos centavos.

Una vez pasado el tren seguimos camino. Cuando estábamos por llegar, el precio final había ascendido a $10, 65. Yo no tenía monedas. Porque todos sabemos que hay una mano oscura que está ahorrando cientos de monedas argentinas y no nos deja ni una para viajar en colectivo.

Saqué un billete de $2 y le pagué al señor taxista. Yo esperaba lo peor: que me pidiera las monedas que no tenía. Y, por supuesto, lo hizo. Y aquí viene mi sorpresa: no refunfuñó al pedirlas, no suspiró de decepción cuando le dije que no tenía, ni siquiera dejó de sonreir por un momento.

En cambio, me devolvió el billete pequeño, y me dijo, tranquilo, que estaba todo bien, que $0,65 no iban a cambiarle la vida.

¿Es tan difícil pensar en un mundo mejor? Si todos hiciéramos esas pequeñas cosas todos los días: ¿el mundo no sería un tanto más bonito?.

Piénsenlo (en realidad, siendo sincera, debería decir "Pensémoslo". O "Lo pensemos", como dice mi querido cordobés)

lunes, 14 de julio de 2008

Pregunta y respuesta

Yo me pregunto: ¿Existe algo más pesado y patético que un hacedor de choriceros videos de casamiento y fiestas de quince?

Yo me respondo: Claro. Que el hacedor de chorizos casamenteros encima se piense que es un artista

viernes, 11 de julio de 2008

Gendarmería I

Mi ignorancia respecto de los gendarmes es mayúscula. No entiendo para qué sirven. Siempre me pregunté qué hacían. Los veía solo como personitas del interior con tonada divertida que pintaban cercos y rejas de color blanco prolijo. Y eran amables hasta el cansancio. Pero estaba equivocada.

Cuando hoy por la mañana los vi en medio del barrio, a 50 mts. mio, pensé que estaban haciendo una recorrida para juntar fondos o vender alguna rifa de cantimploras o trajes camuflados. Los vi inofensivos, como en general son los gendarmes, así que caminé hacia ellos sin problemas. Cuando estaba cruzando la calle vi que me observaban atentamente. No sabía si gustaban de mi o querían preguntarme algo.

Gendarme
Señorita, ¿tiene su documento encima?

Inflé el pecho y respondí orgullosa que sí. Mi madre siempre me dijo que saliera con el documento por si me ocurría algún imprevisto. Estaba siendo una excelente hija. Pensé en contárselo a la noche.

Mientras lo buscaba pensaba que debía sumar una tarea a la lista de actividades que hacen los gendarmes: pintan cercos y piden documentos. Se lo entregué al gendarme que parecía estar al mando.

Gendarme
¿83?

Ramera inflada
Sí.

Gendarme canchero
Tiene 26 años.

Ramera irónica
No, 24.

Pintan cercos, piden documentos, no saben matemática.

Extendí mi mano para que me devolviera el DNI, pero el gendarme abrió el bolsillo de su pantalón cargo y se lo guardó. Sin darme tiempo a reaccionar, dijo:

Gendarme
Va a tener que acompañarnos.
Tenemos que hacer un allanamiento y usted va a ser testigo.

Ramera cobarde
¿Me puedo negar?
Tengo que ir a trabajar

Gendarme vengador
Si se niega la llevo detenida.

Así fue que comenzó mi viernes allanado. Fueron diez horas ininterrumpidas de mirar cómo revisaban carpetas, habitaciones, cajas fuertes, fotos, cuadros y perros. Me debatí toda la tarde en la inocencia o culpabilidad de la imputada.

Pero eso se los dejo para la próxima.

Un secreto ramero

Lo irritante, tal vez, es entrometerse en algún mundillo pseudo intelectual (da lo mismo si es cinematográfico, literario, musical, plástico o el que sea) y empaparse de discusiones, debates e intercambios de ideas que, al fin y al cabo, a nada llegan.
Lo fácil, en general, es enardecer a los pseudo intelectuales, quitarles a sus frases el contexto en el que se inscriben (escriben) y contradecirles sin que importe nada más.
Entonces, aquello irritante, las palabras difíciles y los conceptos imposibles se transmutan en refutaciones sin sentidos en las que esos mismos pseudo intelectualoides se sumergen tratando de justificar su nimio discurso. Aquello que resultaba especialmente irritante se vuelve asquerosamente divertido. El pseudo intelecualoide se retuerce en el suelo de la rabia, y uno también se retuerce, también en el suelo, pero no de ira.

Se retuerce de risa.

miércoles, 9 de julio de 2008

La usurpadora

Existen muchos ejemplos de películas con la temática “intercambio de cuerpo”. La mayoría envuelve madre e hija, hermana menor y hermana mayor, mujer y hombre. Son películas que se preocupan en demostrarle a la madre cuánto sufre su hija adolescente, o al hombre cuánto duelen los ovarios, una vez al mes.
Son películas con moralejas empalagosas sobre las relaciones humanas, el amor fraternal, filial o romántico. En casi todas se explota la comedia y los personajes se atoran con tanto aprendizaje obtenido en el largo camino hacia la comprensión del otro. Asquean. Pero vamos, ¿quién no se divirtió viéndolas?

Jugar a estar en el lugar del otro fue siempre fantasia recurrente que me invade, prácticamente, desde que tengo memoria. Cuando era niña y mi amiga Eugenia se quedaba a dormir en casa, moríamos por sobrevolar, en forma de moscas, las conversaciones de los varones de la escuela, para ver si Mauro gustaba de ella, para saber si Martin iba a tranzar conmigo el sábado. Sin embargo, y a pesar de nuestros múltiples deseos a estrellas fugaces, velas de cumpleaños y pestañas caídas, nunca pudimos volar entre los varones. Y mucho menos ponernos en el lugar de alguno de ellos. Nunca pudimos meternos en su cuerpo. Nunca pudimos saber qué se siente ser otra persona.

Años más tarde, me encuentro escribiendo estas palabras en una madrugada fría y llena de insomnio. La preocupación que tengo es casi unsalubre. No me deja dormir. La sospecha se está confirmando. Las evidencias están en la mesa, en la cocina y en el jardín. Porque señores y señoras, aunque me aterrorice decirlo, sospecho que tengo una vieja metida en el cuerpo.

Durante el día no es tan evidente. Salvo por esos pantaloncitos de vestir y esas botitas cualunques que me estoy poniendo para ir a trabajar. Y por la horrible costumbre que adquirí de llenarme de ira si un caballero no me deja pasar en la fila. O por el hecho de que siempre bajo del transporte con alguna chuchería inservible que le compré al vendedor paraguayo del 42.

Pero lo peor viene después. En la parte del día en que una ama de casa de batón y ojotas se apodera de los hilos de mi cuerpo y me maneja como una marioneta. Primero me lleva al supermercado. Una vez ahí me hace comprar leche, carne, frutas y verduras. No me deja comprar papas fritas ni cereales de chocolate. Compara precios y sabe si tal o cual cosa aumentó. Busca ofertas. Compra paquetes de harina para hacer pizza que vienen adosados con una crema antiarruga pegada con cinta adhesiva. Toca la fruta, prueba una uva, pide lechuga, se arrepiente. Me lleva por esas góndolas que uno ni siquiera sabía que existían. Me hace comprar galletitas de agua para matar el hambre entre comida y comida, me entrega cajas de jugos en sobrecitos de los más variados sabores y colores. Hace un mes que en mi casa no hay aceite de oliva y esta vieja rata me dice que el de maíz es igual. Y nunca, pero nunca, me deja comprar gaseosa. Porque es cara y dura muy poquito.

De ahí me lleva al lavadero, donde siempre se pelea con la china porque le perdió una media (que después encuentra debajo de la cama). Luego vamos a la fiambrería y compramos cien de queso, cien de jamón cocido y un pedazo de queso fresco. A veces me hace pasar una vergüenza terrible. Los lunes hay descuentos para jubilados y ella me hace pedirlo (“Es que es para mi abuela, señor fiambrero”).

Cuando la odisea de las compras acaba, empieza la pesadilla del hogar. Esta señora horrenda me hace barrer, cambiar las sábanas dos veces por semana, limpiar el baño ídem cantidad de veces y ordenar toda la ropa que el sucio del señor que vive conmigo deja desperdigada por cuanto lugar haya disponible.

Apenas cobro la vieja que me habita arma montoncitos de dinero, separándolo por rubros (alquiler, expensas, cuentas, monotributo, etcetera infinito punto rojo) y les pone un papelito, el destino del dinero en letra enrulada y un clipcito color rojo. Al abrir el cajón de la cocina para guardar los montoncitos lo encuentra desordenado y sucio. Entonces no tiene mejor idea que vaciar todos los cajones, limpiarlos, repasar utensillos, afilar cuchillos y recordar que tiene que aprender a hacer ravioles para usar esa plancha armarravioles que tiene por ahí tirada.

Después se le da por cocinar para toda la semana. Hace dos docenas de empanadas, dos kilos de milanesa, hierve choclos, acelga y papas, prepara salsas y manda todo, absolutamente todo, al freezer.

Más tarde, cuando ya no tiene mucha energía, se baña y se mete en la cama a ver siempre la misma película. A los veinte minutos, y cuando ya se está quedando dormida, decide despabilarse con un tecito de boldo. Lo endulza con miel. Finalmente se duerme, toda mal doblada, con calor y frío al mismo tiempo, la película a todo volumen, y sueña con su vida adolescente, cuando su madre le lavaba la ropa y la alimentaba a diario.

Casi a la madrugada vuelve el señor que vive conmigo y las cosas se tornan de otro color. Vuelvo a ser una adolescente enamorada y él un señor que reclama alimento. Me duermo tranquila, abrazada al señor, sabiendo que por ahora puedo volver a cenar papas fritas con gaseosa.

Pero en la mitad de la noche, la usurpadora vuelve, y temblando, medio zombie, se levanta y ensaya una especie de ayuda memoria, que señala el comienzo de la odisea del día siguiente: EMPROLIJAR EL JARDÍN.

En algún lugar del mundo hay alguien que está viviendo mi vida: alguien que no llega a fin de mes y que se atrasa con todas las cuentas, alguna vieja que hace meses que no barre y que ni piensa en cocinar. Una vieja enamorada de la vida, que de ama de casa no tiene ni el título. A esa vieja le digo: Por favor, señora buena, apiádese de mi, devuélvame mi vida.