Estoy a muy pocos días de alcanzar el nivel máximo de tolerancia hacia mis compañeras del gimnasio. Lo más probable es que la semana entrante vuelva a ser una auténtica ramera sedentaria.
Existen tres personajes que me hacen imposible la concetración en el tres, dos, uno… y ¡ocho más!. Todas las demás también me molestan, por quejonas, vagas o habladoras de Tinelli. Pero estas tres son las peores. No las aguanto más.
La primera es una chica de mi edad. El problema (debería ser SU problema, pero ella insiste en envolvernos a todas en su espantosa performance) es ser por demás simpatica. No me resulta molesto que llegue sonriente como si entrara a una fiesta, saludando a diestra y siniestra a cuanto pánfilo se le aparezca cerca. El problema es que se comunica gritando y saltando como si fuera un cangurito. Pero gritando de verdad. Y saltando demasiado. Y poniendo cara de mala. Todo en ella es sobreactuado. Grita cuando saluda, cuando le duele la cola o cuando no encuentra las tobilleras. Es infumable. Yo trato de alejarme lo más posible, pero sus gritos inundan el lugar junto a los otros gritos, los de la hinchada de Excursionistas, que “entrena” ahí mismo.
La segunda es una amiga de la anterior. O sea que también tiene mi edad. Y usa un pantalón cagado. Y sí, leyeron bien, tiene un pantalón de sire (imagino que saben a cuál me refiero) verde loro que está cagado. La primera vez que vino se paró delante mio. Y cuando se agachó lo vi. Quise matarla. Perdón, pero no puedo hablar más de este personaje porque me entran ganas de devolver la banana que acabo de comer.
Y la última es una de esas viejas que nunca faltan en los gimnasios. Se piensa que tiene veinticinco y se calza la pollerita arriba del pantalón, la musculosa que eleva sus pechos operados hasta el cuello y una carga maquillaje digno de una diva travesti. Pero esos detalles me resultan algo simpáticos. El tema que tengo con esta señora es que baila. O sea, no importa qué carajo estemos haciendo, ella menea las caderas y revolea los hombros impostando poses sexies. Se enloquece cuando escucha Madonna y en los minutos de descanso, cuando todas estamos tratando de hidratarnos (o de volver a la vida pre ejercicio), ella usurpa el saloncito y baila de un lado hacia otro, logrando una burda imitación de Chayanne. A veces, lo juro, no puedo contenerme y me le río en su rostro, pero por sus gestos antipáticos sospecho que a ella no le caigo del todo bien.
No hace un mes que voy al gimnasio y estas tres personitas (debería decir conchudas, pero queda medio agresivo) se empecinan en arruinarme esa hora, que supuestamente estraía generándome bienestar. Yo así no puedo.
Existen tres personajes que me hacen imposible la concetración en el tres, dos, uno… y ¡ocho más!. Todas las demás también me molestan, por quejonas, vagas o habladoras de Tinelli. Pero estas tres son las peores. No las aguanto más.
La primera es una chica de mi edad. El problema (debería ser SU problema, pero ella insiste en envolvernos a todas en su espantosa performance) es ser por demás simpatica. No me resulta molesto que llegue sonriente como si entrara a una fiesta, saludando a diestra y siniestra a cuanto pánfilo se le aparezca cerca. El problema es que se comunica gritando y saltando como si fuera un cangurito. Pero gritando de verdad. Y saltando demasiado. Y poniendo cara de mala. Todo en ella es sobreactuado. Grita cuando saluda, cuando le duele la cola o cuando no encuentra las tobilleras. Es infumable. Yo trato de alejarme lo más posible, pero sus gritos inundan el lugar junto a los otros gritos, los de la hinchada de Excursionistas, que “entrena” ahí mismo.
La segunda es una amiga de la anterior. O sea que también tiene mi edad. Y usa un pantalón cagado. Y sí, leyeron bien, tiene un pantalón de sire (imagino que saben a cuál me refiero) verde loro que está cagado. La primera vez que vino se paró delante mio. Y cuando se agachó lo vi. Quise matarla. Perdón, pero no puedo hablar más de este personaje porque me entran ganas de devolver la banana que acabo de comer.
Y la última es una de esas viejas que nunca faltan en los gimnasios. Se piensa que tiene veinticinco y se calza la pollerita arriba del pantalón, la musculosa que eleva sus pechos operados hasta el cuello y una carga maquillaje digno de una diva travesti. Pero esos detalles me resultan algo simpáticos. El tema que tengo con esta señora es que baila. O sea, no importa qué carajo estemos haciendo, ella menea las caderas y revolea los hombros impostando poses sexies. Se enloquece cuando escucha Madonna y en los minutos de descanso, cuando todas estamos tratando de hidratarnos (o de volver a la vida pre ejercicio), ella usurpa el saloncito y baila de un lado hacia otro, logrando una burda imitación de Chayanne. A veces, lo juro, no puedo contenerme y me le río en su rostro, pero por sus gestos antipáticos sospecho que a ella no le caigo del todo bien.
No hace un mes que voy al gimnasio y estas tres personitas (debería decir conchudas, pero queda medio agresivo) se empecinan en arruinarme esa hora, que supuestamente estraía generándome bienestar. Yo así no puedo.