Cuando éramos jóvenes y todavía teníamos ánimo para ir a bailar, con mis amigas movíamos el esqueleto en el boliche de moda de Ramos. Ahí conocí al que sería una gran calentura de mi vida: Arielito.
Arielito era la perfección hecha hombre (o por lo menos era lo perfecto que yo buscaba en ese momento): era morocho, con un corte de pelo soñado (tipo publicidad de shampoo de mujer), unos ojazos terribles, azules, celestes, violáceos, achinados y entreabiertos/ entrecerrados. Una cosa hermosa. No era muy alto, pero eso no me importaba ni un milímetro.
Cada vez que él aparecía, yo, literalmente, me derretía. Casi siempre usaba el mismo polerón azul marino, con un jean clarito medio gastado que le hacía una cola para comerte mejor. Topper blancas, cigarrillo en la mano y, por supuesto, anteojos negros. Tenía la costumbre de usarlos todo el tiempo. Con mis amigas decíamos que seguramente en sus ojos tenía superpoderes y que si los mostraba mucho podría ocasionar una tragedia.
Sin disimular, cada vez que lo veía me ponía a saltar como perra en celo, aullaba como loba hambrienta y estudiaba cada uno de sus movimientos como si fuera un científico loco mirando a su ratita de laboratorio. Arielito bailaba en los parlantes del boliche al que íbamos (ahora lo pienso, qué vergüenza) siempre los mismos temas, siempre los mismos pasos. Le gustaba La Nueva Luna, no tanto Ráfaga, un poco Media Naranja y moría por Rodrigo. Además le encantaban los Stones, Los Piojos y La Renga. Bailaba como los gigantes de la película de Super Mario. Esto es, balanceándose de un lado hacia el otro, con movimientos medio babosos y sin mucha gracia. Desinteresado. Superado. Intocable. Y yo… yo moría.
Me pasaba toda la noche buscando alguna excusa para chocarme con él, me paraba cerca suyo o bailaba como loca para llamarle la atención. Pero nada. Él ni me registraba.
Probé de todo: me puse el vestido y los tacos, la pollera y los botas, el jean y las zapatillas, me corté el flequillo stone, me puse una remera de Cuba, otra de Los Piojos y una última de River (porque no era un detalle menor el fanatismo de Arielito por ese mugroso club). Sábado a sábado mutaba de prostituta barata a gatienzo fino, de villera a stona, de persona normal a subnormal, a sobrehumana, a mediohumana. Y nada. Pensé que tal vez era gay. “Tal vez lo mejor sería disfrazarme de hombre y ver qué pasa”. Por suerte, mi amiga me frenó a tiempo (gracias).
Cuando dejó de ir al boliche que frecuentábamos, hice todas las averiguaciones correspondientes hasta que me enteré que el boliche de moda, ahora, era otro. Convencí a mis amigas para pasarnos de boliche (esto significaba más dinero de remis, más de entrada, tener que vestirse mejor y afrontar la posibilidad de tener que escuchar marcha). Como buenas amigas me ayudaron. Y allí fuimos (al fin y al cabo los muchachos que les gustaban a ellas también se habían cambiado de boliche, era algo obligado, había que mudarse de bailongo). Y ahí recobré el aire. Y mucho más que eso.
Paralelamente a los encuentros en el boliche, yo sabía con lujo de detalles la vida y obra de Arelito. Sabía su dirección, con quien vivía, qué hacía de su vida (era repartidor de pizza y aunque probé y probé nunca di con la pizzería correcta), cuál era su teléfono, a qué escuela iba y quiénes eran sus amigos. Tenía una bicicleta playera roja cromada, vivía con el abuelo, la madre y la hermana, tenía muchos tíos y primos y se la pasaba con su perro. Por mi parte, mis intentos de seducción pasaban por el clásico “paso por la puerta de tu casa a ver si te engancho” hasta el bien ponderado “llamo y corto”. Religiosamente, el ritual de llamar y cortar se repetía al menos una vez al día. A veces osaba pedir por él, y cuando escuchaba su voz cortaba la comunicación. Así mucho tiempo. Así muchos cartelitos del tipo “M. y Ari” con corazones y letras gordotas pintadas con marcadores en la hora de lengua. Yo moría por él, pero el seguía sin registrarme.
Estaba convertida en la peor de las mujeres: la arrastrada. Pensaba todo el tiempo en Arielito, soñaba con sus ojos y me imaginaba su boca besando la mía. Podía rebajarme hasta el fondo del universo sin importarme lo qué. Podía quedar en la más absoluta ridiculez si eso colaboraba para robarle una mirada. Podía escuchar cualquier música y cambiar de equipo de fútbol sin problemas. Era capaz de matar a cualquiera que se interpusiera en NUESTRO camino y estaba segura que el amor que nos unía era una cuestión sobrenatural, energética y mística. Nada ni nadie iba a poder separarnos jamás. Imaginaba nuestro casamiento, nuestra casa y nuestro perro. Inventaba diálogos con mi suegra, peleas y reconciliaciones con él. Me imaginaba que mi querida virginidad iba a ser llevada por el hombre más increíble del universo. Pensaba todas estas cosas y me iba a dormir pensando que faltaba un día menos para ir a bailar y ver ahí al amor de mi vida.
Una noche bolichera, hablé con mi amiga y le dije que necesitaba que me ayudara con Arielito. Mi amiga, que es la mejor persona del mundo, ideó un plan siniestro y macabro (a lo Mr. Burns) para que yo bailara un temita con Arielito. De ahí al casamiento había muy pocos pasos.
Continuará...
Arielito era la perfección hecha hombre (o por lo menos era lo perfecto que yo buscaba en ese momento): era morocho, con un corte de pelo soñado (tipo publicidad de shampoo de mujer), unos ojazos terribles, azules, celestes, violáceos, achinados y entreabiertos/ entrecerrados. Una cosa hermosa. No era muy alto, pero eso no me importaba ni un milímetro.
Cada vez que él aparecía, yo, literalmente, me derretía. Casi siempre usaba el mismo polerón azul marino, con un jean clarito medio gastado que le hacía una cola para comerte mejor. Topper blancas, cigarrillo en la mano y, por supuesto, anteojos negros. Tenía la costumbre de usarlos todo el tiempo. Con mis amigas decíamos que seguramente en sus ojos tenía superpoderes y que si los mostraba mucho podría ocasionar una tragedia.
Sin disimular, cada vez que lo veía me ponía a saltar como perra en celo, aullaba como loba hambrienta y estudiaba cada uno de sus movimientos como si fuera un científico loco mirando a su ratita de laboratorio. Arielito bailaba en los parlantes del boliche al que íbamos (ahora lo pienso, qué vergüenza) siempre los mismos temas, siempre los mismos pasos. Le gustaba La Nueva Luna, no tanto Ráfaga, un poco Media Naranja y moría por Rodrigo. Además le encantaban los Stones, Los Piojos y La Renga. Bailaba como los gigantes de la película de Super Mario. Esto es, balanceándose de un lado hacia el otro, con movimientos medio babosos y sin mucha gracia. Desinteresado. Superado. Intocable. Y yo… yo moría.
Me pasaba toda la noche buscando alguna excusa para chocarme con él, me paraba cerca suyo o bailaba como loca para llamarle la atención. Pero nada. Él ni me registraba.
Probé de todo: me puse el vestido y los tacos, la pollera y los botas, el jean y las zapatillas, me corté el flequillo stone, me puse una remera de Cuba, otra de Los Piojos y una última de River (porque no era un detalle menor el fanatismo de Arielito por ese mugroso club). Sábado a sábado mutaba de prostituta barata a gatienzo fino, de villera a stona, de persona normal a subnormal, a sobrehumana, a mediohumana. Y nada. Pensé que tal vez era gay. “Tal vez lo mejor sería disfrazarme de hombre y ver qué pasa”. Por suerte, mi amiga me frenó a tiempo (gracias).
Cuando dejó de ir al boliche que frecuentábamos, hice todas las averiguaciones correspondientes hasta que me enteré que el boliche de moda, ahora, era otro. Convencí a mis amigas para pasarnos de boliche (esto significaba más dinero de remis, más de entrada, tener que vestirse mejor y afrontar la posibilidad de tener que escuchar marcha). Como buenas amigas me ayudaron. Y allí fuimos (al fin y al cabo los muchachos que les gustaban a ellas también se habían cambiado de boliche, era algo obligado, había que mudarse de bailongo). Y ahí recobré el aire. Y mucho más que eso.
Paralelamente a los encuentros en el boliche, yo sabía con lujo de detalles la vida y obra de Arelito. Sabía su dirección, con quien vivía, qué hacía de su vida (era repartidor de pizza y aunque probé y probé nunca di con la pizzería correcta), cuál era su teléfono, a qué escuela iba y quiénes eran sus amigos. Tenía una bicicleta playera roja cromada, vivía con el abuelo, la madre y la hermana, tenía muchos tíos y primos y se la pasaba con su perro. Por mi parte, mis intentos de seducción pasaban por el clásico “paso por la puerta de tu casa a ver si te engancho” hasta el bien ponderado “llamo y corto”. Religiosamente, el ritual de llamar y cortar se repetía al menos una vez al día. A veces osaba pedir por él, y cuando escuchaba su voz cortaba la comunicación. Así mucho tiempo. Así muchos cartelitos del tipo “M. y Ari” con corazones y letras gordotas pintadas con marcadores en la hora de lengua. Yo moría por él, pero el seguía sin registrarme.
Estaba convertida en la peor de las mujeres: la arrastrada. Pensaba todo el tiempo en Arielito, soñaba con sus ojos y me imaginaba su boca besando la mía. Podía rebajarme hasta el fondo del universo sin importarme lo qué. Podía quedar en la más absoluta ridiculez si eso colaboraba para robarle una mirada. Podía escuchar cualquier música y cambiar de equipo de fútbol sin problemas. Era capaz de matar a cualquiera que se interpusiera en NUESTRO camino y estaba segura que el amor que nos unía era una cuestión sobrenatural, energética y mística. Nada ni nadie iba a poder separarnos jamás. Imaginaba nuestro casamiento, nuestra casa y nuestro perro. Inventaba diálogos con mi suegra, peleas y reconciliaciones con él. Me imaginaba que mi querida virginidad iba a ser llevada por el hombre más increíble del universo. Pensaba todas estas cosas y me iba a dormir pensando que faltaba un día menos para ir a bailar y ver ahí al amor de mi vida.
Una noche bolichera, hablé con mi amiga y le dije que necesitaba que me ayudara con Arielito. Mi amiga, que es la mejor persona del mundo, ideó un plan siniestro y macabro (a lo Mr. Burns) para que yo bailara un temita con Arielito. De ahí al casamiento había muy pocos pasos.
Continuará...
16 comentarios:
Ramera psycho!!!
Ufff yo tuve un “Arielito” y no pare hasta que fue mi novio: Grave error, muy grave error… hay cosas que deben quedar en la fantasía
es que sos una escritora de puta madre, genia, genia
no me digas que era vizco y por eso los anteojos
boluda lei todo y termina en "continuara"??? NAAAAAA inaceptable! estoy mas indignado que cuando vi matrix 2!!!
Escribis muy bien. me dajaste con mucha intrigaaaaaaaa
Yo tb tuve mi Arielito...si se entera de las cosas que hice creo que me levanta una orden de restriccion
Besos!!!!
al final son todas iguales, siempre atrás de arielito, claro! ja ja. Muy entretenido el pulso de la historia. sos muy buena narradora. lástima de tus gustos adolescentes.
Un abrazo!
PORQUE.... Como no vas a terminar la historia....
QUE RARO ESO... sobretodo porque no te lo encaraste, si no te animabas la solucion estaba en LA BARRA!!!!!
Dale ramera y la reput.... Conta que paso!.
Ya se. Arielito (el apodito es lamentablecito) al final te dijo "hola" en la barra de Vinicius y se clavo una hesperidina con cindor, mientras se sacaba un tapon de cera con el meñique izquierdo y escupia hojitas de perejil...
CONTAAAAA !
Y CUANDO continuara?? jaj
Arielito bailando arriba del parlante de poleron!!!...mmm con el calor que hacia en los boliches
Esto no puede terminar bien jajaja
HEY!!! Y? Y? Y? Q pachó? Quiero saber!!!
ja! yo no tuve Arielitos de boliches porque de chiquita tenía unos principios bárbaros, mirá!
Pero sí tuve un Jorgito (al que yo le decía Facundito, porque Jorgito, no da, viste!) y un Gabrielito (éste último, mi amor adolescente así con todas las letras)
Al primero lo llamé, así como decís vos ..... y hablamos, y fuimos al cine y blablabla
Al segundo se lo dije. Desps de como 4 años, se lo dije ... cual kamikaze (o como se escriba) me suicidé. Eso sí unos 5 ó 6 años más tarde .... la vida me vengó. Juro que no hice nada, yo argentina. El lío lo hizo él solito ... ahora si te digo que no lo "disfruté", te miento . Será mi parte turra? ;)
Ah! me olvidaba!!! Te dejé una cadenita de regalete en mi blog!
Al final entre "arielito" y el muchacho camionero de posts anteriores, no se con cual de los dos quedarme.
Igual muy divertida la historia, sos una gran escritora, lástima el gusto que tenés (o tenías, espero que haya cambiado) para elegir pareja, ^^.
Saludos.
"Cambiar de equipo de fútbol sin problemas" ?????
Ud es una persona peligrosísima !
Qué buena historia... que bien escrita.
Eso sí: Por tu bien, espero que no haya tenido un final feliz. Pinta para desastre Arielito.
Johi, RE psycho
Lulu, todos tuvimos un Arielito. La adolescencia es muy difícil.
Yz, gracias, pero no me lo digas mucho que te voy a creer.
Conz, no te permito que le encuentres defectos a mi Arielito!!
Perse, es así. La indignación será recmpensada (espero)
Juliet@, las mujeres somos espantosas cuando nos arrastramos por cualquier macho.
Natanael, todos los días me arrepiento de mis gustos adolescentes (y eso que no conté ni la mitad de mi adolescencia).
Amigos del duende, soy la persona más tímida que jamás existirá. Nunca supe cómo encarar a nadie.
Gato, ya llega. En un ratito llega!
Frentealmar, lo confieso. Por estar al lado de él también bailé arriba del parlante. Soy horrible, lo sé.
Daria, Jorgito me mató. Pensé que ese nombre no existía. Me muero del amor. Era dulce como un alfajor?? Gracias por la cadena!!
Leo, un día voy a hablar del actual y se mueren. Ya me dio el permiso para poner su foto y todo.
Dos, lo era. Me busqué uno que odie el fútbol, asi que ya no caigo taaaannn bajo.
Waitman, gracias por los elogios, me pongo colorada.
Chicos, debo confesar que me RE cagaron. Pensé que tiraba varios días con la primera parte, pero los veo un poco ansiosos, asi que mañana se va la segunda!
Besos y gracias por pasarse!!
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